Capítulo veintiocho.

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NO DEJES DE HACERLO

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NO DEJES DE HACERLO

Agosto, Manhattan, 2015.

Suspiré cuando el termómetro volvió a marcar treinta y siete grados. ¿Cómo era posible que Libby tuviese fiebre cuando ya habíamos atravesado todo el invierno?

—Lo sé, Bibby, lo sé —mascullé moviéndola en mis brazos, sus gritos cada vez más fuertes. —Pero ya te di todos los medicamentos y...

Me callé cuando gritó en llanto aún más fuerte que antes. Toda la noche fue igual y creo que habíamos dormido un total de dos horas entre ambas. Libby despertaba cuando no podía respirar por su nariz obstruida y yo despertaba cuando ella lo hacía.

—Por favor —susurré intentando contener las lágrimas de impotencia. ¿Cómo podía ser una madre tan nefasta que no lograba que su hija dejase de llorar? —Por favor, Liberty.

¿Charlatana? —para cuando me volteé hacia la puerta de la habitación de Libby y vi a Scott, ya estaba derramando las lágrimas. —¿Que tienes?

Se acercó a mi y limpió una lágrima con su pulgar, aunque de inmediato salieron más. Me sentía inútil, de verdad inútil. Libby no dejaba de llorar, no se dormía, apenas lograba que comiera y me sentía cada vez peor.

—No puedo hacer que Libby deje de llorar —lloré. Él frunció el ceño observando a mi hija; con cuidado, la retiró de mis brazos —Ve a descansar, estás exhausta.

—¿Qué? No —negué con la cabeza e intenté agarrarla, Scott se echó hacia atrás acurrucándola contra él —No es tu responsabilidad, Scott. No es...

—Quiero hacerlo. —movió suavemente los brazos y Liberty pegó su cara al cuello de Scott —Ve a dormir.

—Pero...

—Caelia, yo me quedo con ella.

Tragué en seco con mis lagrimas corriendo por mis mejillas. No dormiría, no podría dormir sintiéndome así. Y como supuse, me dediqué a llorar hecha un ovillo en mi cama. Fueron pocos los minutos, más o menos diez, hasta que Scott apareció en mi habitación.

—¿Y Libby? —pregunté con voz ronca. Él se acercó a mi y se sentó frente a mi en la cama, procuré no sonrojarme por el deplorable estado en el me encontraba, toda despeinada y probablemente con manchas rojas en el rostro por llorar.

—Se durmió. —respondió abriendo los brazos —Ahora tú, ven aquí.

Comenzando a llorar de nuevo, me arrastré hasta él y me aferré a su cintura como si se me fuera la vida en ello. Apreté mi cara contra su pecho y Scott acarició mi cabello con paciencia esperando a que hablara.

—Estaba estresada. —respondí excusándome.

—Tal vez —reconoció rascando mi nuca suavemente —Aunque también estás triste. ¿Por qué?

Un beso con sabor a durazno [Vittale #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora