Justo en el momento en que Caelia conoció a su mejor amigo, el hermano de su mejor amiga, se enamoró perdidamente de él. Se enamoró de sus ojos azules, de la mata de rizos castaños y de todo lo que tuviese que ver con Massimo Vittale. Siempre imagin...
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MEJORES AMIGOS
Septiembre, Manhattan, 2013.
—Hija ¿Podrías cuidar a Daniel? —preguntó mi madre entrando a mi habitación mientras colocaba pendientes en sus orejas —Tenemos una reunión programada con tu padre en una galería.
Lo procesé un momento mirando mi agenda mental; debía entregar un proyecto de filosofía mañana con Roma, urgentemente necesitaba ir a su casa. ¡Daniel visita la casa de los Vittale!
—Claro, mamá. —suspiré resignada sin más opción —¿Qué pasa con Oliver?
—Está en casa de un amigo, lo buscaremos cuando volvamos. —se acercó y besó mi frente —Gracias, Caelia.
Asentí; me gustaba ayudar a mis padres cuando podía y a cambio eran pocas las veces que ellos me privaban de algo, casi siempre me dejaban salir y reunirme con mis amigos. Cuando mis padres salieron de casa, caminé hacia la habitación de Daniel, me lo encontré armando una pista de carreras enorme en el suelo de su habitación.
—Eh, amigo —levantó la vista hacia mi —¿Qué te parece si vamos a la casa de Roma y Massimo? ¿Te gustaría?
—¡Si! —chilló emocionando, poniendose de pie de un salto con una enorme sonrisa.
Armé una mochila con algo de ropa para Daniel en caso de que se moajara o ensuciara y una chamarra para el frio. Procuré guardar todos mis libros de filosofía para el trabajo.
El autobus siempre iba lleno, sin embargo hoy, por alguna razón, nadie estaba viajando. Tan vacío que por un momento temí que nos hubiésemos equivocado y llegaríamos a quien sabe donde, pero cuando vi la casa de mi amiga me relajé. Siempre tuve mala orientación; cuando mamá me preguntaba donde estaba mis referencias era algo parecido a "junto a un árbol" o "en la calle".
Massimo nos abrió la puerta y Daniel saltó directamente a sus brazos; mi amigo lo atrapó en el aire y lo levantó sobre sus hombros.
—¡Massimo!
—Eh, pequeñajo, estás enorme. —comentó sonriendole a Daniel y luego a mi, me dio un suave beso en la mejilla y nos invitó a pasar. Ambos chicos caminaron a la sala, mientras que yo me vi atraída por los gritos provenientes de la cocina.
—¡Debes enterrar el cuchillo, princesa! —indicó la voz cancina de Noah.
—¡Sé lo que hago!
—Pues no parece.
Entré a la cocina y descubrí a Roma intentando partir una sandia con Noah dándole las indicaciones. Él observaba con desaprobación por sobre el hombro de ella, mientras negaba con la cabeza, lo que solo parecía enojarla aún más.
—No hagas ese gesto —reprendió mi amiga mordaz apuntando al chico con el cuchillo —Que tu mano parece una sandía desde aquí, no vaya a ser que las confunda.