Capítulo siete.

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Manhattan, 2009.

—¡Adoro la navidad!

Era veinticuatro de diciembre, vísperas de navidad, y toda Nueva York resplandecía con luces fuera de las casas y blanca nieve en las calles y aceras. Caminaba de vuelta de la tienda de enceres acompañada por Roma y Mattia, ya que este año mis padres accedieron a pasar la navidad junto a los Vittale.

En navidades anteriores usualmente lo hacíamos con mi abuela materna, el problema fue que se mudó a Nuevo México y las aerolíneas estaban colapsadas en esta época del año; por otra parte sería la primera navidad de mi amiga sin su madre, lo que también afectó la decisión de mis padres.

—¿Cómo no lo vas a hacer? —le respondió su hermano —Siempre eres la que más obsequios recibe.

Según los hermanos de Roma, todas las navidades recibía un sin fin de distintos regalos; desde ropa hasta juguetes. Por mi parte, mamá y papá solo me daban un obsequio, no querían inculcarme interés en lo material; o al menos esa era su justificación.

—¡Eh, que tu también recibes regalos! —rebatió Roma.

No pararon de discutir sobre sus obsequios hasta que llegamos a la casa. A Roma y a sus hermanos les costó bastante superar la muerte de su madre; durante el último año sus ánimos estaban por el piso, sin embargo, habían mejorado bastante y ahora me atrevía a decir que habían vuelto a la normalidad.

—Caelia ¿A ti que te regalan por navidad? —me preguntó Mattia con el fin de demostrarle a Roma que ella recibía un exceso de regalos.

—Pues, el año pasado recibí un libro —papá estudió filosofía, así que el regalo de mis padres fue El arte de la guerra, la verdad es que fue muy interesante sumergirme en varias estrategias para resolver conflictos.

Ojalá eso me ayudara a aprobar matemáticas.

—¿Un libro? —preguntó mi amiga indignada —Ya, sí tengo suerte.

—¿Y tú cuando has leído un libro? —le preguntó Valentino cuando entramos a la cocina.

—Claro que he leído, los de la escuela —respondió Roma quitándose el gorro, bufanda, guantes y abrigo que traía puesto. Afuera estaba todo nevado y congelado y mi amiga parecía cebolla con tantas capas encima.

—Roma, a nadie le gustan los libros asignados en la escuela —le respondió Mattia rebuscando en el refrigerador. Cuando salió con una cucharada de nutella, no pude evitar acercarme y sacar un yo tambien. Teniamos confianza, que puedo decir.

—¿Ah, no? —Roma frunció el ceño —¿Por qué? ¿No se supone que deberían incentivar la lectura.

—Ya ves.

—¡Chicos, los padres de Caelia llegarán en cualquier minuto! —gritó Domenico antes de aparecer en la cocina vestido con una camisa y pantalones formales —Ayuden a preparar la mesa. ¡Massimo y Santino! —gritó por el pasillo —Vengan ya.

Mattia sacó cubiertos y se los entregó a Roma, mientras él rebuscaba en los cajones por un mantel. —¿Puedes llevar los vasos, Caelia?

Los vasos, como no.

—Claro —respondí girandome sobre mi propio eje para sacar los vasos. Mentalmente conté cuantas personas seríamos y terminé sacando nueve de ellos.

—¿Te ayudo con eso?

Me congelé ante la voz de Massimo a mi espalda. Habíamos estado más unidos durante el último tiempo, me arriesgaría a decir que casi tanto como Roma y yo, pero aún así, su presencia me afectaba más que un poco.

Un beso con sabor a durazno [Vittale #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora