Capítulo once.

577 24 3
                                    

GOL

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

GOL

Manhattan, 2011.

—Mamá no necesito ir a un psicólogo, por dios.

—Es solo un chequeo, hija. ¿Sabes que muchos de los problemas mentales de la gente no se distinguen a simple vista?

—Pero si es que yo me siento bien. No estoy pensando en suicidarme ni nada.

—¡Caelia Evaluna, no juegues con eso! —mamá negó con la cabeza desaprovatoriamente —Tal vez si tengas daño psicologico.

Resoplé pesadamente y me resigné a mirar por la ventana hacia la calle. La cita era en un edificio de oficinas; parecía ser completamente de vidrio y la recepción era magnífica, toda de mármol con detalles dorados. Se veía... costosa.

—¿Mamá, cuanto pagaste por la cita? —le pregunte cuando subíamos en el ascensor.

—Ciento cincuenta dólares.

—¿¡Ciento cincuenta dólares?! ¿Pagaste ciento cincuenta dólares por una conversación? ¿Sabes? Roma las da gratis.

—Agh, calla, niña —mi madre parecía muy convencida de que había sido dinero bien invertido. —La doctora Aravena te ayudara a solucionar tus conflictos.

—Con lo que cobra debería solucionarme la vida —murmuré no lo suficientemente alto como para que mamá me escuchara y me dirigiera una mirada asesina mientras bajábamos del ascensor y caminábamos hacia la oficina del doctor.

—Espero te comportes jovencita. Ahora entra, te espero aquí afuera.

Toqué tres veces cuando un pase femenino me respondió, por lo que abrí la puerta y me introduje en la sala. Era pequeña pero lo suficientemente espaciosa para un escritorio amplio con una silla a cada lado y varias plantas decorando la estancia.

—Tu debes ser Caelia. Soy la doctora Aravena, toma asiento por favor.

Me senté en la silla que estaba junto a mi y no dije nada. Sinceramente ni siquiera sabia para que había venido.

—Bueno Caelia, cuéntame ¿Cómo te va en la escuela?

—Excelente.

—¿Te gusta ir? —preguntó esperanzada porque continuara con la conversación.

—Sí.

—¿Tienes... hum.. amigos?

—Si

—¿Dirás algo aparte de monosílabos?

—Excelente no es un monosilabo. —El silencio reinó entre ambas. Total, absoluto e incómodo silencio. Dios, esto sería un infierno. —A decir verdad... —me animé y distinguí como la expresión de la doctora se animó al instante. —Puedo decirle cualquier cosa ¿no?

—Por supuesto, linda, lo que sea.

Una sonrisa desquiciada apareció en mi cara lentamente.

—Las plantas me han hablado.

Un beso con sabor a durazno [Vittale #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora