CAPÍTULO 7

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Blanca

Me había dicho que tenía que estar ahí a las ocho y media, ¿verdad? Sí, me había dicho a esa hora, estaba segura. Entonces, ¿cómo es que yo ya estaba ahí, esperándolo desde hacía quince minutos, y él todavía no se había dignado a aparecer?

Solía ser yo la que siempre llegaba tarde, era mi talento natural, pero parece que Áxel lo compartía conmigo. Aunque ese día yo no había llegado tarde. Es más, había llegado cinco minutos antes, que ya era mucho más de lo que cualquier persona que me conociera esperaría de mí. Porque la noche anterior apenas había dormido entre los nervios y las molestas mariposas en el estómago, y también podemos sumarle los pensamientos y la imaginación que volaban sin restricciones por mi cabeza. Así que, ya harta de intentar realizar un trabajo que me resultaba tan imposible como lo era conciliar el sueño, me levanté pronto y llegué a tiempo al aeropuerto, donde ahora me apoyaba en la maleta, estresada por la espera.

Incluso me había dado tiempo a pasar por Central Perk, y era necesario, ya que se me había olvidado comentar que me iba de viaje y no podría trabajar más ahí. Un error bastante grande por mi parte, pero no hubo ningún problema. Llegué sobre las ocho, cuando empezaba mi turno habitual, y le comuniqué al jefe la noticia. Su reacción me sorprendió y me gustó a la vez: me dijo que se alegraba de que me fuera de viaje y me deseó que lo pasara bien. Yo se lo agradecí con una sonrisa de boca cerrada y busqué a Laila, mi mejor amiga, para despedirme de ella.

Con esta fue un poco más complicado, pues me hizo todas las preguntas que se le pasaron por la cabeza: "¿por qué no me lo habías dicho antes?", "¿cuánto tiempo te vas?", "¿con quién?", "¿adónde?" y un largo etcétera. Le dije que me iba a París y que no sabía durante cuánto tiempo. Me exigió saber la respuesta a todas las otras preguntas que había formulado, pero yo le prometí que la llamaría por teléfono y se lo contaría todo, porque ahora mismo me tenía que ir y no quería llegar tarde. Además, no sabía qué más se me estaba permitido contarle y no quería correr riesgos.

Me indigné al darme cuenta de que esta era una de las pocas veces en mi vida que había llegado puntual a algo importante, y resulta que era la otra persona quien no lo había hecho. Me daba rabia tener que esperarlo, y me dije a mí misma que, a partir de ahora, intentaría no llegar tarde a todas partes. No quería que la gente me odiara de la forma en que yo estaba odiando a Áxel.

Y, por fin, lo vi. Estaba a unos largos metros de mí. Tal era la distancia que, quizás, él ni siquiera se había dado cuenta de mi presencia. Pero yo lo había visto al instante en que mis ojos miraron en su dirección. Llevaba gafas de sol y gorra, supongo que para no ser reconocido, pero conmigo no había funcionado. Vestía unos vaqueros desgastados y una camiseta negra. Era sencillo, pero le quedaba tan bien que me sentí mediocre con mis pantalones de chándal negros y camiseta blanca.

Parecía una escena de una película, la típica a cámara lenta del joven atractivo andando. Pensaba que esto solo ocurría en el cine, en la ficción, hasta que averigüé que era completa y totalmente real. Yo lo estaba presenciando con mis propios ojos. Lo observaba andar lentamente, con la elegancia de un cisne y la despreocupación corriendo por las venas de sus brazos perfectos. Era una contradicción, puesto que la elegancia no solía representarse así, pero su forma de andar, segura y arrogante, me regaló la preciosa pero extraña alucinación de observarlo a cámara lenta.

No llevaba maleta, cosa que me extrañó, pero después, cuando fui capaz de apartar la mirada de encima de Áxel, pude ver a dos hombres detrás de él, uno a cada lado, llevando el equipaje.

Llegó a mi lado más rápido de lo que pensaba y me pilló desprevenida, tuve que clavar la mirada en el suelo cuando tan solo le quedaban un par de metros para llegar adonde estaba yo.

Bajo las Luces de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora