Blanca
Mi primera semana en París había finalizado, y eso me había pillado por sorpresa. No me había dado cuenta de una cosa tan obvia como lo es la noción del tiempo, y cuando lo supe, gracias al calendario de mi móvil, me lamenté por no haber sido consciente de las horas esfumándose ante mis ojos. Pero supongo que el hecho de que no me hubiera dado cuenta solo era un efecto secundario de estar pasándolo demasiado bien para tener presente el rápido paso del tiempo. En ese momento, yo era la viva imagen de la felicidad, y por eso los minutos habían transcurrido tan deprisa.
Aquella semana había sido, sin ningún tipo de duda, la mejor semana de mi vida. Solo el simple hecho de estar en París ya la convertía en la mejor, pero si le sumamos la presencia de Áxel, que me hacía reír a cada instante; el turismo que tanto había deseado desde pequeña y el grande y lujoso apartamento donde vivía, le daba mil vueltas a todas las otras semanas de mi vida. Había visitado muchos de los lugares y monumentos importantes de la ciudad: la Torre Eiffel, el río Sena, el Louvre, la avenida de Chams Elysées, la catedral de Notre Dame, Montmartre... y todavía me quedaba mucho por ver.
También había paseado por las calles normales y corrientes, sin nada especial para los parisienses, pero con un brillo cegador para los turistas. Desde mi perspectiva, esas eran las mejores de todas. La encantadora ciudad tenía una magia imperceptible que invitaba a salir y pasear por las calles. Era atractiva para nosotros como lo es la sangre para los vampiros, completa y totalmente irresistible. El ambiente que reinaba, acogedor y cosmopolita a la vez, casi te obligaba a sentirte agradecida por tener el privilegio de estar allí. Por supuesto, yo lo estaba. Los músicos y artistas en las calles te hacían parar cada pocos pasos para escuchar las maravillosas piezas de música u observar los originales cuadros de colores vivos. Pasear por ahí era casi como estar soñando, en una fantasía real.
Una cosa que no me esperaba en absoluto era la presencia de Áxel en todas estas actividades y sensaciones. Me había acompañado a todos y cada uno de los lugares que había visitado fuera del apartamento. Siempre con la gorra y las gafas de sol para no ser reconocido, claro, aunque más de una vez le habían pedido una foto, y con Enrique siempre a unos pasos detrás de nosotros. La verdad, pensaba que estaría demasiado ocupado para pasar tiempo conmigo, y, de no ser así, que prefería ir por su cuenta y dejar que yo hiciera turismo por la mía. Había pensado que no le apetecería hacer un recorrido tan típico que probablemente ya hubiera hecho anteriormente, y si no, que pudiera hacer cuando le diera la real gana. Así que me sorprendió mucho cuando quiso venir conmigo el primer día, y el segundo, y el tercero, y todos los demás. Yo no pude negarme.
Había ratos en los que él tenía trabajo, entrevistas o ensayos y no podía venir conmigo. No me gusta admitir que, durante esas horas, tampoco yo hacía turismo. Es verdad que me gustaba más ir con él, era más divertido. Y en cuanto a él queriendo acompañarme, solo se me ocurría una respuesta razonable: el esfuerzo incansable por acostarse conmigo. No podía ser otra cosa que un esfuerzo para que me enamorara de él, ¿verdad? Seguro que sí.
Mientras todas estas cosas pasaban por mi mente ajetreada, mis manos se dedicaban a guardar mi ropa en el enorme armario blanco del cual sobrarían más de la mitad de los cajones. Yo no poseía tantas prendas de ropa como para llenar aquel gigante. En cambio, la estantería sí que había conseguido llenarla, ocuparla por completo. Me había llevado todos mis ejemplares de libros preferidos: toda la saga de Crepúsculo, toda la saga de Harry Potter, toda la saga de After... y muchos libros más. También tenía unos cuántos discos, todos de One Direction y los artistas en solitario. Estaba orgullosa de tener las suficientes cosas para llenar la estantería, que en un principio pensé que no iba a conseguir.
Había estado retrasando aquel momento durante días. Ya no era solo que lo había hecho de forma involuntaria por falta de tiempo, que también había sido el caso, puesto que nos pasábamos los días dando vueltas por la ciudad. Pero siempre que había algún momento libre, yo prefería ponerme a mirar el móvil y la televisión en lugar de arreglarme la habitación. Si hay una cosa que odio, es deshacer la maleta. Pero era necesario, así que ese día me decidí a dejar las quejas a un lado y ponerme a hacer trabajo de una vez. Y ahí llevaba una hora y pico, ya había ordenado la estantería entera y tenía que acabar de arreglar el armario.
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Bajo las Luces de París
Romantizm¿Aceptarías la invitación a tu ciudad de ensueño del desconocido al que acabas de intoxicar, aún sabiendo que puede haber segundas intenciones? El camino de Blanca, una camarera de Barcelona, y Áxel, un cantante famoso y arrogante, se cruzan debido...