CAPÍTULO 2

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Áxel

Llevaba unos minutos despierto, pero me negaba a abrir los ojos mientras pudiera disfrutar de la comodidad que esta cama me proporcionaba. Estaba tan cómodo que no era consciente de la noción del tiempo y no tenía ni idea de la hora que era. Tampoco me importaba mucho, la verdad. Solo tenía que hacer una cosa importante en todo el día y era por la tarde, así que podía hacer el vago durante todo el tiempo que me diera la gana, como si quisiera quedarme toda la mañana echado en la cama.

Este pensamiento, el de poder estar todo el día sin hacer nada, me hizo tan feliz que quise moverme un poco para adoptar una postura más cómoda y pasar así unas horas más. Ahora estaba con la barriga pegada al colchón y la cabeza enterrada bajo la almohada. Decidí acomodarme mirando al techo, pero mientras mi cuerpo empezaba a girarse y mi cabeza a separarse de la suave almohada, me arrepentí enseguida de mi decisión. Cuando mis ojos aún cerrados percibieron la luz del brillante sol, tuve que taparme la cara por no deslumbrarme.

Nuevo objetivo: cerrar las persianas y seguir durmiendo. Sabía que no podía hacerlo con los ojos cerrados y que tendría que abrirlos algún día, pero no quería. Esperé unos minutos, y, finalmente, reuní la suficiente fuerza de voluntad para levantarme y abrir los ojos. Lo hice a la vez, porque pensé que así sería más fácil, pero estaba equivocado. Mala idea. La fuerza de mi cuerpo no era más que la fuerza que cualquier persona suele tener después de levantarse y tuve que sentar de nuevo para estirarme un poco antes de repetir la operación. Y, como era de esperar, sentí como si la luz que traspasaba la ventana estuviera quemándome los ojos y me sentí obligado a taparme la cara y frotármelos mientras mi vista se acostumbraba al brillante sol de un día de julio.

Me costó unos minutos, pero al final conseguí levantarme de nuevo, esta vez sin caer hacia atrás, y me dirigí hacia la ventana. Antes de bajar las persianas del todo, observé durante unos segundos la gente que pasaba desde arriba. La calle estaba llena de personas andando a un ritmo acelerado, por lo que debía de ser bastante tarde, pero no me importó. Bajé las persianas y volví a mi cama rápidamente.

Enseguida fui consciente de que, muy probablemente, no sería capaz de conciliar el sueño de nuevo.

"Joder, ¡qué mierda!"

La luz me había despejado un poco, el calor que antes no notaba había hecho acto de presencia y la habitación ya no estaba lo suficientemente oscura para poder dormirme de nuevo. Aguanté en la cama unos minutos más, con la esperanza de que mis ojos se cerraron durante unas horas, pero era inútil. Ya rendido, me senté a un lado de la cama y me froté los ojos de nuevo. No merecía la pena ni quedarse tirado en la cama; ya no estaba tan cómodo como antes, tenía mucho calor y me aburría mortalmente.

Caí en la cuenta de que todavía no sabía qué hora era, así que levanté la muñeca estúpidamente para mirar la hora, pero no conseguía ver nada, puesto que las persianas seguían cerradas.

A paso de tortuga, me levanté de nuevo y retiré las persianas. El sol me deslumbró otra vez, pero ni la mitad de fuerte en comparación a como lo había hecho antes. Solo me causó una pequeña molestia que solucioné enseguida frotándome los ojos durante un momento. Después volví a mirar la hora, ahora sí, y vi que eran las doce y media de la mañana.

"No está mal", pensé mientras calculaba que había dormido unas once horas seguidas.

En ese instante recordé que hacía once horas que no iba al baño y empecé a notar una presión en la barriga indicándome que debía de ir urgentemente. Le hice caso y me dirigí al baño, una pequeña habitación junto a la mía. Después, me lavé la cara y me dirigí directamente a la nevera porque me estaba muriendo de hambre. Al abrirla, observé con mis ojos llenos de fastidio que estaba completamente vacía.

Bajo las Luces de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora