CAPÍTULO 25

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Penúltimo capítulo ;) Habrá 26 y el epílogo.

Blanca

Los días se habían vuelto grises, sin ninguna clase de color que me diera una pista de estar viva de verdad. Sentía que los ojos se me cerraban pesadamente cada vez que parpadeaba, pues no conseguía dormir por las noches. Mi sol particular, ese que todos tenemos dando luz a nuestro camino, había dejado de brillar. Porque, desde el primer día, mi solo había sido él y lo había dejado en París.

Las horas en Barcelona pasaban tan lentamente que ni siquiera me molestaba en contarlas. Simplemente, cuando llegaba la noche, me acostaba en la cama y cerraba los ojos intentando no recordar su sonrisa o su voz, porque entonces era imposible conciliar el sueño. Así que cada noche dormía un par de horas y soñaba que las luces de París me volvían a llevar hacia él, lo que solo hacía más doloroso el despertar.

Los primeros días habían transcurrido entre un mar de lágrimas insonoras y un dolor en el pecho que apenas podía soportar. No había salido de casa hasta que me resultó completamente necesario por falta de comida, aunque tampoco comía mucho. Pasaba las mañanas intentando dormir un poco más, puesto que el sueño me superaba pero mi cerebro no me dejaba cerrar los ojos; y las tardes sentada en el sofá, con la mirada perdida por las calles de París con Áxel a mi lado. Intentaba no pensar en eso con todas mis fuerzas, pero me rendí el primer día al darme cuenta de que, quizás, no pensar en él dolía más que hacerlo. Porque si su recuerdo no estaba presente en mi cabeza tenía la sensación de que no había sido real, y no podía permitirme pensar eso.

Me acostaba en el sofá y pasaba horas muertas con los ojos húmedos y sintiendo cómo mi corazón se rompía más, lentamente, cada vez que rememoraba su rostro. Recordaba las veces que me había hecho reír y las preciosas cosas que había hecho por mí, las cuales ahora sabía que no tenían una buena intención detrás.

Aunque, para ser sincera, siempre lo había sabido, y había sido lo suficientemente ingenua para albergar las esperanzas de estar equivocada.

Lo echaba tanto de menos que solo pensándolo su recuerdo me quemaba en el pecho, pero también lo detestaba por lo que me había hecho. Tenía ganas de verlo y abrazarlo para no soltarlo nunca a la vez que quería darle una bofetada que le dejara marca y gritarle cómo de capullo era hasta que le quedara muy claro. Me había engañado y me había utilizado tanto como había querido, y yo me había dejado, yo me había creído que le importaba, por eso tampoco era capaz de mirarme al espejo sin sentirme mal conmigo misma.

Al tercer día, decidí coger el móvil y vi que tenía una docena de llamadas perdidas del cantante. Sentí una enorme tentación de llamarlo que difícilmente podía aguantar, pero lo hice. A pesar de la curiosidad que sentía por saber qué tenía que decirme y las ganas letales que sentía de escuchar su voz, la rabia y la culpabilidad que corrían por mis venas al recordar su nombre ganaban la batalla por los pelos, así que lo bloqueé. Al instante, unas lágrimas a las cuales ya estaba acostumbrada se deslizaron por mi rostro y cayeron al suelo, dejando la marca mojada que yo ya tenía grabada en la piel. Pero esas gotas tenían más amargura de lo normal, más veneno, porque, al no contestarle, estaba decidiendo no hacerlo nunca más, poner un punto y final a la historia que habíamos empezado juntos. Y dolía mucho, tanto que me pasé el resto del día tapada con una manta, deseando desaparecer.

El cuarto día fue extraño. Sentía como si las paredes del pequeño piso donde ahora vivía se me echaran encima, como si me faltara el aire, así que decidí salir. Me vestí por primera vez en cuatro días y salí de casa con unas ojeras equivalentes a las noches que había pasado despierta y los pantalones de chándal más cómodas que tenía. Al poner un pie en la calle, supe que, ni aquí, ni en la ciudad que nada tenía que ver con el cantante, podría librarme de él. Cada edificio que veía, cada calle que pisaba, cada persona que me cruzaba, me recordaba a él. No sabía por qué, ya que había centenares de cosas que resultaban imposibles de relacionar con Áxel, pero yo lo hacía. Estuve un rato así, observando cada rincón de la ciudad, buscando algo que no me recordara a él. Pero no lo encontré.

Sin que mi cabeza lo pensara antes, mis pies eligieron el camino que debía de tomar y, antes de que fuera consciente de ello, estaba llamando al timbre de Laila. Cuando abrió la puerta, su sonrisa habitual se amplió para después desaparecer, cuando vio las lágrimas caer de mis ojos rojos y sintió mis brazos rodeándola. Ella me abrazó fuerte y me hizo entrar. Le expliqué todo lo que había pasado desde el día en que me fui, todo excepto la identidad del chico que me había roto el corazón, al cual todavía sentía la responsabilidad de proteger. Ella me volvió a abrazar, me consoló y me hizo reír por primera vez en cuatro días. Lo echaba de menos, la echaba de menos. Recordé por qué era mi mejor amiga y pasé la noche en su casa, porque no me sentía con fuerzas de volver a la mía.

El quinto día, cuando, por la tarde, tuve que marcharme porque Laila se tenía que ir con su madre, se me hizo más difícil volver a reír. Añoraba esa sensación de los labios curvándose en una sonrisa, o, mejor dicho, añoraba las razones para hacerlo. Me puse un capítulo de Friends, que, pasara lo que pasara, siempre conseguía animarme un poco. Funcionó, me hizo incluso reír, pero me recordaba demasiado a Áxel y lo dejé al primer capítulo.

Cuando llegó la noche, el agujero en mi pecho continuaba haciendo acto de presencia como lo había hecho desde el primer día y estaba empezando a cansarme, porque parecía hacerse más grande con el tiempo y cada vez quemaba más. No sabía qué hacer para disminuir su tamaño, pero sabía que lo necesitaba ya, pues mi corazón no aguantaba más. Decidí salir a la pequeña terraza que el piso poseía y observar la ciudad por la noche mientras el viento, que se estaba volviendo helado por el efecto del otoño, rozaba mi cara y me hacía olvidar el dolor cálido pero amargo del desamor. Esa noche fue la primera que conseguí dormir más de tres horas seguidas, pero los sueños con él no me ayudaron con las punzadas en el pecho cuando me desperté.

El sexto día decidí que ya era hora de hacer algo productivo y fui a Central Perk, la cafetería donde trabajaba antes de marcharme a París. Laila me había dicho que podría volver a trabajar ahí sin problemas y accedí al instante. Necesitaba salir de esa casa urgentemente antes de que mis pensamientos me devoraran por completo. Al llegar por primera vez después de tres meses, una ola de recuerdos me arrastró hasta la entrada, y me costó unos minutos encontrar la fuerza de voluntad suficiente para entrar. Cuando mis pies pisaron el suelo del restaurante ya no hubo marcha atrás, me negaba a retroceder.

Al verme, Laila vino hacia mí y me abrazó. Le había contado toda la historia y sabía tan bien como yo que era en aquel sitio donde lo había conocido. La mesa en la que lo vi por primera vez estaba exactamente igual, pero a la luz del día y con dos mujeres conversando a su alrededor no podía asemejarse a la última vez que la vi. Tan solo esperaba que no me volviera a tocar el turno de noche. Conseguí retener las lágrimas y pasé la mañana ahí, con Laila.

El séptimo día empecé a trabajar. No me costó en absoluto levantarme a las siete de la mañana, porque ya estaba despierta antes de que sonara el despertador. Me vestí y maquillé un poco, con la intención de disimular las bolsas en los ojos que cada día se acentuaban más, y salí de casa. Creo que esa fue la mejor mañana que pasé después de volver a Barcelona. Los ojos me pesaban y las ganas de hacer algo brillaban por su ausencia, pero hablar con la gente y trabajar duro me mantenía ocupada y apenas tenía tiempo de pensar en Áxel, así que no estaba tan mal. Además, estaba con Laila, que era lo mejor que tenía en estos momentos y la razón por la que no me encontraba cerrada en casa pensando en él y llorando amargamente.

Pensaba que ese iba a ser un buen día, que todo iba a salir bien. Pero parece que las cosas no siempre salen como queremos y el universo tenía otra cosa preparada para mí.

Hacia las dos menos cinco, unos pocos minutos antes de que se acabara mi turno, la puerta de la entrada se abrió. Yo me encontraba detrás del mostrador, arreglando unas cosas. Normalmente, habría estado muriéndome de ganas por salir de ahí y acabar el trabajo de una vez, pero aquel día no. No quería que se acabara mi turno, no quería irme y, sobre todo, no quería tener tiempo para pensar. Iba a pedirle al señor Fuster, mi jefe, hacer horas extra para así no tener que volver a casa tan pronto. Salí de detrás del mostrador con la intención de buscar al señor Fuster, pero, una vez vi la persona que estaba en la puerta, cada uno de los pensamientos de mi cabeza desaparecieron como una ilusión. Creí que estaba soñando, como tantas veces lo había hecho, pero, al darme cuenta de que el resto de la gente también lo miraba, mis sospechas se esfumaron.

Fruncí el ceño y mis ojos se volvieron ligeramente húmedos al clavarse en el azul oscuro de los suyos. Estreché los puños y empecé a respirar aceleradamente, al ritmo que mi corazón dolorido había adoptado.

No me lo podía creer. Era él, era Áxel.

Bajo las Luces de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora