CAPÍTULO 18

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Áxel

Mis ojos no dejaban de mirar el reloj continuamente y el ritmo que mis pies llevaban contra el suelo estaba empezando a aburrirme.

Llevaba diez minutos esperando a Blanca, plantado en frente de la puerta y pensando que aparecería al siguiente instante desde hacía muchos instantes. De acuerdo que yo era un lento y siempre llegaba tarde, pero parece que el don que ella poseía superaba, y mucho, al mío. No tengo mucha paciencia, y la escasa que me quedaba en esos momentos se estaba agotando muy rápidamente.

—¡Blanca! ¡Venga, que llegamos tarde!

Le repetí la misma oración unas cuantas veces, y su respuesta había sido que ahora salía, que no tardaba nada y que no fuera pesado. Su voz me llegaba como un susurro que conseguía escuchar difícilmente a causa de las paredes que separaban mi posición de la suya, en el baño de su habitación.

Me extrañaba muchísimo haber acabado de arreglarme y vestirme antes que ella. De hecho, estaba convencido de que, a estas horas, nos encontraríamos en la situación contraria. Lo que hizo que eso no pasara fue que me había convencido para espabilarme y llegar puntual por una vez en mi vida, puesto que nos dirigíamos a un acontecimiento relativamente importante en el cual tendría que actuar.

Eso no habría pasado de todas formas, pues en el momento en que yo había decidido que ya era hora de irnos, habríamos llegado un poco tarde de haber salido entonces debido a los veinte minutos de distancia que nos separaban de nuestro destino. Pero poco tenía que ver con el retraso de Blanca, que, si hubiera salido en ese exacto momento, hubiéramos partido a la hora en la que deberíamos de haber llegado. Pero, como no podía ser de otra forma, decidió esperar cinco minutos más para, probablemente, hacerme sufrir.

Mientras esperaba, empezando a perder los nervios, analicé por décima vez la ropa que había elegido para ponerme. La moda no era lo mío, pero me preocupaba bastante mi aspecto y había intentado arreglarme un poco. Me había decidido por unos pantalones de vestir negros, una camisa blanca y una americana a conjunto con los pantalones. Ya, no me había calentado demasiado la cabeza, pero mis representantes me habían asegurado que estaba bien, así que no le di más vueltas. Con el pelo tampoco es que hubiera sido muy original, me había hecho el mismo peinado que cada día, aquel que parecía despeinado pero que me llevaba unos cuantos minutos delante del espejo y medio kilo de laca.

Las pocas gotas de paciencia que quedaban en mi cuerpo se secaron cuando escuché el ruido de la bocina de la limusina que Felipe emitía desde bajo, seguro que mucho más desesperado que yo.

Grité de nuevo para ver si Blanca reaccionaba, pero esta vez no recibí una respuesta inmediata, así que, sin pensármelo dos veces, me dirigí a zancadas a su habitación mientras soltaba un suspiro y ponía los ojos en blanco inevitablemente.

Pero, cuando ya estaba en frente de su puerta y a punto de abrirla, ella lo hizo primero, y, de repente, la impaciencia que sentía desapareció, cogí aire sin saber por qué lo hacía y unas mariposas agitadas se instalaron en mi estómago, de repente revuelto, en el instante en que mis ojos se abrieron como platos.

Ahogué un suspiro y me aparté a un lado para dejarla pasar.

Había estado intentando no mirarla de esa forma tan intensa que su cuerpo me pedía, pero no lo pude resistir. En lo único en que podía pensar en aquel momento era en la preciosa figura de la chica que me volvía loco debajo de aquel vestido que le resaltaba todas y cada una de sus curvas.

La tela era de un color azul muy oscuro, como el mar en un día de tormenta. Como mis ojos. La parte de arriba era ajustada y acababa con un escote palabra de honor que me sacó los ojos de las órbitas cuando lo vi. La falda era fina y larga con una doble capa, hasta casi tapar los pies de Blanca decorados con unos tacones a juego con el vestido. Todo este estaba cubierto de pequeñas perlas ligeramente brillantes que iban desapareciendo según la tela iba alargándose. Llevaba el pelo suelto, pero no lo tenía liso como siempre, sino ondulado y más corto de lo habitual gracias a los tirabuzones. Le llegaban a los hombros y dejaban ver la piel descubierta que aquel escote proporcionaba. Llevaba una ligera capa de maquillaje con máscara de pestañas, pintalabios y una disimulada sombra en los ojos. La verdad es que no le hacía falta ponerse nada de eso, pero estaba guapísima de todas formas.

Bajo las Luces de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora