CAPÍTULO 12

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Blanca

Los pequeños rayos de sol que atravesaban la persiana de la ventana me obligaron a abrir los ojos. Cuando lo hice, un aturdimiento instantáneo se apoderó de mí, pero duró poco. Rápidamente, conseguí recordar por qué estaba en la habitación de Áxel y no en la mía y me tranquilicé. Después lo vi a mi lado y mi corazón se aceleró de nuevo.

Estaba de espaldas a mí, durmiendo plácidamente. Desde mi perspectiva podía observar su pelo alborotado por la noche y su espalda que parecía perfectamente recortada por los dioses. Entonces se giró hacia mí, y, a pesar de no haber dicho ni hecho nada desde que había abierto los ojos, pensé que lo había despertado y me sentí mal de repente.

Pero no, él seguía durmiendo tranquilamente, ajeno a mis pensamientos. Tenía la boca entreabierta, los ojos cerrados y los cabellos aún más despeinados de lo que había visto antes.

Al instante decidí que el Áxel dormido era mi Áxel favorito. Desprendía tanta inocencia que me parecía un niño pequeño, pero estaba tan guapo o más que de costumbre. Sobre todo por el hecho de que no llevaba camiseta y su torso desnudo y perfecto, también recortado por los dioses, se encontraba a cuerpo descubierto.

Estaba guapísimo.

Miré la hora en mi reloj y sufrí un pequeño sobresalto al darme cuenta de que eran las once de la mañana. No me levantaba tan tarde desde la adolescencia, cuando salía de fiesta y al día siguiente mis padres me dejaban quedarme durmiendo hasta las tantas. Odiaba madrugar, como el resto del mundo, pero solo los primeros treinta minutos. Después era perfectamente soportable, sobre todo con mi taza de café habitual, aunque ni eso evitaba mis bostezos cada dos por tres.

Pero lo que no podía soportar era sentirme inútil, y eso me pasaba cada vez que no aprovechaba bien el día. Cuando me pasaba todo el día mirando Netflix, o con el móvil, o tirada en la cama sin hacer nada, o durmiendo. No me gustaba levantarme tarde, me hacía sentir que había perdido unas horas de mi vida que nunca iba a recuperar.

Pero esto era una excepción a mi regla. Sí, me había sorprendido al saber la hora que era, pero no me sentía nada inútil. Seguía habiendo perdido unas cuántas horas innecesarias durmiendo, pero me encontraba realmente bien. Sabía por qué era, pero me costó un poco aceptarlo.

Había dormido con Áxel, por lo tanto, había pasado tiempo con él aún estando inconsciente, así que no eran horas perdidas. Es más, sentía como si hubiera aprovechado cada minuto de la noche anterior pasándola a su lado. Y era un sentimiento ridículo, pero no me importaba porque me hacía sentir bien.

Después de pensar en eso durante unos minutos, quise levantarme y aprovechar el día como toca hacerlo, pero no me apetecía nada y la pereza me venció por completo. Decidí quedarme allí un rato más, sobre todo porque tenía miedo de despertar al adormilado Áxel.

En el tiempo que pasé allí acostada, sin hacer absolutamente nada excepto reflexionar, me di cuenta de que los recuerdos de ayer se habían vuelto ligeramente borrosos. Desde el momento en que entré en el callejón hasta el que me encontré con Áxel, se me hacía difícil verlo claro en mi memoria. No era una cosa que quisiera recordar, así que tampoco lo intenté mucho. Era como si hubieran colocado una tela entre mi yo de ahora y el de la noche anterior que me obligara a ver las cosas más confusas, como si mi cerebro se negara a aclarar las imágenes que antes tenía tan definidas y ahora se me presentaban tan cambiadas.

Para mi desgracia, todavía podía recordar perfectamente qué había pasado, pero mi mente había borrado algunos detalles como la cara de los hombres que me perseguían, la sensación que me cortaba la respiración mientras corría o el latido de mi corazón acelerado que apenas me dejaba escuchar nada más. No había olvidado el miedo tan fuerte que sentía, pero sí el dolor de mis piernas corriendo.

Bajo las Luces de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora