CAPÍTULO 16

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Blanca

La tormenta había finalizado. La lluvia había cesado hacía unas horas, el fuerte viento había desaparecido casi por completo y la temperatura habitual de París había vuelto junto con el sol brillante y el cielo vacío de nubes. El único rastro que quedaba de la rápida tormenta era alguna que otra ráfaga de viento helado y un poco de humedad extendida por las calles que pronto desaparecería.

Yo, acostada en mi cama y con la cabeza metida en un libro, decidí que estaba siendo una pérdida de tiempo leer y releer el mismo párrafo decenas de veces sin enterarme ni de una mísera letra de aquella tinta plasmada a papel. No era capaz de concentrarme suficiente y no merecía la pena continuar intentando expulsar los pensamiento de una cabeza que se negaba a soltarlos. Así que dejé mi ejemplar de Invisible de Eloy Moreno en la mesilla de noche y cerré los ojos con fuerza, intentando desaparecer en mi desesperación y no volver a sacar la cabeza nunca más.

Como era de esperar, no funcionó y me obligué a volverlos a abrir y centrarme en la realidad.

Había decidido quedarme un tiempo más en París. Y sentía una sensación extraña al haber tomado esta decisión, porque hacía unas horas estaba completamente convencida de que tenía que abandonarla. Lo que pasaba era que continuaba teniendo razones para hacerlo y entendía a la perfección lo que me había llevado a tomar aquella repentina escapada, pero en verdad en ningún momento había querido dejar la ciudad de mis sueños y estaba convencida de que, si lo hacía, lo lamentaría tiempo después.

No sabía si estaba siendo demasiado egoísta o demasiado poco. Estaba fallándome a mí misma por saber que estaba conviviendo con una persona de la cual estaba a punto de enamorarme, y sabía que iba a hacerme daño, y no quería; pero por otro lado, estaba siendo fiel a mi deseo de quedarme en París, de vivir una de las mejores experiencias de mi vida y de disfrutar del momento porque no tardaría mucho en acabarse.

Así que había decidido quedarme.

Además, la historia que Áxel había subido a Instagram promocionando mi cuenta estaba dando sus frutos. Desde aquel día, me habían escrito unas diez personas más pidiéndome que les hiciera una sesión de fotos y yo no podía estar más feliz. Iba a ganar un dinero y podría intentar compensar mínimamente a Áxel para dejarme estar aquí con alguna cena en un restaurante elegante o cualquier cosa así. Y si mi pequeño negocio funcionaba, quizás pudiera acabar viviendo de lo que más me gustaba hacer.

Ahora mismo, los aspectos de mi vida eran todos positivos, todos menos el de Áxel, pero como no dejaba de ser un mal menor a comparación y seguía disfrutando de su compañía, podría soportarlo. O eso esperaba, porque solo me habían roto el corazón una vez y no era una cosa agradable. Era, mejor dicho, una tortura. Era como si todo mi cuerpo estuviera presionado por una fuerza que me impulsaba hacia abajo, una que intentaba aguantar y seguir de pie con todas mis fuerzas, pero, finalmente, acababa cayendo al profundo abismo y tardaba meses y meses en levantarme de nuevo. Y, para cuando lo hacía, mi boca continuaba con un regusto amargo y mi corazón todavía sentía el eco del vacío que ahora se estaba recomponiendo.

Y hacía unas escasas horas casi había vuelto a caer. Cuando las palabras salieron de mi boca, precipitadas por la impotencia de no poder abandonar la casa y la tristeza que me negaba a admitir que sentía, noté un peso enorme dejando mi cuerpo. Pero a cambio recibí un peso mucho peor, el de la incertidumbre de una respuesta que no quieres recibir. Y ese peso también fue reemplazado por otro todavía peor al recibir su respuesta, después de unos segundos infinitos de silencio, sin indicio de referencia a mi confesión.

Eso me destrozó, que ni siquiera fuera capaz de decirme que él no sentía lo mismo. Simplemente, lo evitó. No quiso molestarse en buscar una respuesta de rechazo.

Bajo las Luces de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora