CAPÍTULO 15

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Áxel

El sueño me había acompañado de forma intermitente durante toda la noche. Las horas de sueño habían ido apareciendo y desapareciendo, y yo sentía que los ojos se me cerraban solos, pero no conseguía dormir. Y no era normal en mí, que solía dormirme en dos minutos y pasar toda la noche como un lirón.

Las responsables de esta desagradable noche habían sido, sin ningún tipo de duda, las palabras que Blanca y yo habíamos compartido hacía unas escasas horas. Y encima, hacía unos minutos que se había puesto a llover como si nos fuera a caer el diluvio universal. Pero en verdad eso solo era una excusa barata para pensar que el ruido de la tormenta era lo que me impedía dormirme de nuevo, y no el silencio y la expresión de Blanca cuando le dije que la había invitado para conseguir tener sexo con ella.

"Es que, ¡joder! ¡¿A quién se le ocurre hacer una cosa así?!"

A mí, a mí se me había ocurrido. Me sentía la persona más miserable de la historia del universo, pero no intentaba quitarme culpa, me lo merecía.

Eran las siete de la mañana de un martes, y yo me tapé la cara con la almohada y maldije en silencio mientras apretaba los dientes por la rabia que sentía contra mí mismo. Mi mente reproducía una y otra vez la imagen de Blanca y yo andando, cuando el silencio, de forma invisible, había construido un muro entre nosotros mientras volvíamos al apartamento. Me sentía fatal sabiendo que a ella le había afectado tanto mi confesión como para no hablarme en todo el camino, pero tampoco me extrañaba. Era un auténtico cerdo.

Recordé por décima vez la conversación que mantuvimos ayer: Blanca contándome la muerte de su padre, mi alma rompiéndose al verla llorar, yo hablándole sobre mis primeras clases de música, confesándole el por qué de mi relación inexistente con cualquier chica con la que había estado, diciéndole que se había convertido en una simple amiga después de haber estado semanas intentando llevarla a mi cama y, por último, el silencio.

Tenía ese puto silencio reproduciéndose en mi cabeza en bucle, si es que era posible escucharlo y sentirlo como una maldición en mis recuerdos.

También había estado reflexionando sobre lo que le había dicho de que solo era mi amiga. No tenía ni la más mínima idea de si era verdad o no, solo era una hipótesis, posiblemente incorrecta, por cierto.

En los últimos días, había pensado muy a fondo en mi comportamiento hacia ella últimamente, pero nada tenía sentido. Nunca me había pasado una cosa así y no sabía cómo denominarla, ni siquiera sabía qué era. Nunca había sentido la necesidad de proteger a alguien cuando ni siquiera lo necesitaba, nunca había disfrutado pasar tanto tiempo junto a alguien, nunca había sufrido con nadie cuando esa persona lo estaba haciendo. Esa asignatura era nueva para mí e iba a suspenderla, y con un cero. Además, tampoco se me ocurrían muchas opciones a las que recorrer, solo la que le había explicado a Blanca.

Y sabía que no era correcta, porque continuaba sintiendo una atracción hacia ella casi irresistible que, en teoría, los amigos no deberían de sentir. Me gustaba mucho esa chica, pero, ¿en qué se diferenciaba de las demás? ¿Por qué me importaba tanto?

Al estar buscando una respuesta a esas preguntas que no conseguía encontrar, me rendí y, frustrado, estreché la almohada entre mis manos para desahogarme. No sirvió de mucho, pero al menos llegué a la decisión de que tenía que intentar dormirme de nuevo. Sabía que no iba a funcionar, que las preguntas y las preocupaciones que no entendía por qué tenía seguirían paseándose por mi cabeza sin que yo les hubiera dado permiso, atormentándome hasta que decidiera levantarme y dar la noche por acabada. Pero como no tenía otra cosa que hacer y sabía que mis pensamientos seguirían activos de todas formas, pensé que no perdía nada por intentarlo otra vez.

Bajo las Luces de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora