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— no puedo creer que se haya hecho tan tarde — pronunció, con un tono leve y ciertamente avergonzado

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— no puedo creer que se haya hecho tan tarde — pronunció, con un tono leve y ciertamente avergonzado. Las calles estaban ya oscurecidas y los farolillos empezaban a encenderse poco a poco para iluminar.

No le molestaba ni le asustaba salir tarde. Su estado de vergüenza se debía a esta persona que le tomaba de la mano, prácticamente arrastrándolo a una muestra de cariño que, —no era capaz de negar—, le gustaba.

— si no te hubieras desmayado y dormido tanto tiempo — reclamo este con diversión. No se volteaba a mirarle en ningún momento. Pero Jack podía percibir un par de cosas.

El como sus dedos se entrelazaban y jugueteaban sin cuidado alguno, su descarada sonrisa, —como quien está bien enamorado— su tonto alegre y poco serio. Sus pasos, buscando ser lo más lentos posibles...

Se llevó su mano libre al pecho, apretando sobre la tela completamente ruborizado. No podía mirarlo más, sentía que si seguía en ello se le caería la cara de vergüenza.

Se encaminaban a su casa, a la de Jack. Hastur se había ofrecido, —aunque en realidad nisiquiera le pregunto—, a llevarlo.

Respiro hondo para luego dejar escapar el aire de sus pulmones, nunca se sintió tan nervioso en su vida.

Sus labios hinchados, sus hombros ligeros, —el otro llevaba su mochila—, sus manos ocupadas y sus pies más torpes de lo usual.

Recordaba ligeramente el como salieron de la escuela, como este chico más alto que él se había ofrecido a acompañarlo mientras hacía que su corazón se volviera loco.

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— Vamos, te acompañó — fue lo primero que dijo mientras salían de la enfermería. Dejándole aturdido a lo que su mochila era tomada sin su permiso en conjunto con la de él.

No tienes que acompañarme, no tengo 5 años — estaba dispuesto a tomar su mochila devuelta, pero aquella mano color canela, intrusa, se había dispuesto a tomar la suya haciéndole sentir pequeño.

— igual vas y te desmayas de camino, Bethy — canturreo con una sonrisa altanera, haciéndole ruborizar y a la vez gruñir. Odiaba ese apodo, aunque ya le daba igual...de tanto que lo decía ya tenía que dejarlo ser. Hastur ganaba llevándose con él toda la razón.

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De esa manera fue que salieron, tomados de la mano cual enamorados cohibiendole de cualquier sentimiento ajeno a la felicidad o el nerviosismo.

Y la verdad...la verdad, el prefería esto, a que volver sólo.

Pues, ya no estaban sus dos mejores amigos para volver junto a él...y en aquella casa sólo le esperaba la soledad.

Claro, eso pensó. Claramente la soledad era un trillón de veces mejor que estar con esa desagradable persona, de la cual llevaba la misma sangre.

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