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La salida de campamento ya había empezado

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La salida de campamento ya había empezado.

Eran como las 4 de la mañana cuando ya estaban todos en la escuela, subiendo a sus respectivos autobuses. Había al menos 6 grandes transportes disponibles, rellenandose de alumnos, —mas que adormilados— emocionados. El consejo estudiantil se encargaba de organizarlos en listas para que subirse y el, —por suerte— pudo llegar a tiempo.

Suspiró con cansancio mientras subía a su autobús, siendo dirigido hacia los últimos asientos del mismo. Le había costado muchísimo levantarse esa madrugada pensando en que iría a la escuela, si no fuera por el viaje...nisiquiera se hubiera despertado.

Además de que su hámster se encargó de molestarlo temprano.

Se tallo los ojos con lentitud, aún medio ido por la hora que era, sin pensar en quienes se sentarían cerca de él o quién se sentaría a su lado. Su único objetivo en mente era el de sentarse junto a una ventana para dormir, dormir y dormir hasta que lleguen.

Pero oh, "sorpresa"

— Buenas noches Bethy — saludo él chico aquel. Encontrándose sentado junto a la ventana, el lugar que el quería ocupar.

Maldijo a los cielos y los infiernos que se aliaron para hacer de aquel viaje una tortura para él, sin emitir ninguna palabra hacía el de capucha amarilla. Se dispuso a dejar su equipaje y colocarse una manta que traía consigo sobre los hombros, dispuesto a sentarse y dormir ignorándolo todo el camino si era necesario.

No era momento para hablar con Hastur, el no quería hablar con Hastur todavía. No se sentía listo, aunque no sabía el porque.

Cerró los ojos agotado, tratando de detener sus pensamientos sin mucho éxito para descansar. Pero claro...¿Como dormir cuando estás en el asiento de salida, junto a una persona que te gusta mucho y que se está moviendo en su puesto, haciendo que seas más consciente de su existencia?

Se quejó por lo bajo, dejando caer su frente hacia el asiento de adelante de él, decaído y con mucho sueño.

Maldito corazón consciente...

Escuchó esa bella risa que poseía el más alto, haciendo que le miré con mejillas acaloradas y aferrándose a los bordes de su manta, abochornado y extrañamente cómodo, —además de contento— a su lado.

— ¿Que haces? — fue lo primero que le preguntó, viendo como el más alto se levanta de su sitio y hacia ademán de querer pasar.

Cosa que, por un momento le hizo doler en el pecho, pensar que se quería cambiar de asiento para no estar junto a él.

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