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FRENCH LICK, INDIANA

AGOSTO DE 2016

Las clases en el internado Unión comenzaron a las siete de la mañana. Primero fue la clase de lengua y literatura extranjera, seguido de ella, fue la de música y en este momento es la de educación física. Todos llevan sus uniformes para deportes. Un short rojo y una playera blanca. El internado se maneja de una forma en la cual las mujeres y hombres duermen en salas diferentes. La única manera para que ambos sexos puedan convivir es en la hora de almorzar y entre clases. Por supuesto, siempre deben estar a la vista de alguno de los profesores. Jamás solos.

—¡Hora de dar vueltas a la cancha! —exclamó el profesor Morales—. ¡Filas ordenadas y sin conversar entre ustedes!

—Escuché que llegaran nuevos —susurró una de las chicas en el oído de Diana mientras mantenía el trote—. Según Owen, la chica es de ascendencia árabe y el chico viene de Manchester. ¿Haremos el ritual de bienvenida con ellos?

—Sabes que ya no me encargo de eso.

—Pero Alexa y tú lo fundaron.

—Cassandra se encarga de eso ahora, ¿no es así? Pregúntale a ella, no a mí.

Diana avanzó más dejando atrás a la chica. Lo que decía la joven acerca del ritual de bienvenida era algo que Diana y Alexa solían hacer a los nuevos. El ritual consistía en obligar a los nuevos a hacer alguna especie de reto, peligroso en su mayoría. Ambas chicas siempre lo hacían juntas y con la ayuda de algunos alumnos que querían ver a los nuevos sufrir. Sin embargo, aquel ritual terminó con Owen Wong. Él fue la última persona que entró al internado cuando Alexa aún estaba con vida.

—¡Tomen un descanso de cinco minutos y seguimos! —El profesor de educación física dio un escandaloso silbatazo—. ¡Colleman, estás a cargo mientras estoy con la directora!

Colleman asintió y Diana bebió un poco de agua de su botella. Al terminar, logró ver desde lejos a los jóvenes que entrarían al internado. Al parecer la información sobre la chica árabe era verdad debido a que la joven tenía un hiyab gris cubriendo su cabeza. Diana examinó cuidadosamente los movimientos y el rostro de la muchacha, se percató de su seria expresión y cómo sus ojos revisaban el interior del internado. Diana pasó su atención al chico que acompañaba a la joven y, sin dificultad, se dio cuenta del moretón en su pómulo izquierdo. Un simple golpe no era lo que extrañaba a Diana, sino que la expresión en el rostro del muchacho no era para nada seria, no como la de la chica, él mantenía una sonrisa de oreja a oreja y caminaba con aire divertido. Sus ojos y los de él se encontraron por unos instantes. El muchacho sintió la mirada de Diana y entonces le guiñó. Diana solo giró su cuerpo para darle la espalda a los nuevos.

—Bienvenidos al internado Unión. Soy la directora Wilson —De un folder color beige sacó dos hojas impresas con tinta negra—. Estos son los horarios de clases junto con las reglas del internado. Sus uniformes se los darán en lavandería, deberán ir por ellos antes de incorporarse a las clases sobrantes del día de hoy.

—Aquí dice que no podemos traer nada más puesto a menos que sea del uniforme, y ella —dijo el chico señalando a la muchacha—, tiene puesto un pañuelo en la cabeza.

—No es un pañuelo, idiota

Alzó los hombros sin importancia.

—Señorita Nayla —regañó el profesor de educación física—, regla número tres: No se mencionan palabras obscenas que afecten a la integridad de otros.

—Pero...

—Respecto a su hiyab —interrumpió la directora—. Lamento informarle que debe quitárselo mientras esté en este instituto.

—¿Quieren que le falte al respeto a mi cultura?

—De todas formas ya lo hiciste al estar aquí —habló el chico.

Nayla lo miró con ojos asesinos y tensando su mandíbula.

—Deme su hiyab, señorita. Lo guardaré muy bien, no se preocupe.

Nayla se quitó el hiyab lentamente de la cabeza, lo dobló debidamente y se lo entregó a la directora. Ella lo guardó en una caja fuerte que estaba a un lado de su escritorio. Nayla se percató de que la directora tenía más cosas guardadas en esa caja, no solo su hiyab, la mujer tenía variedades de objetos dentro de esa caja fuerte. Nayla era muy buena recordando cosas. Se fijó muy bien en la clave de la caja fuerte para después poder abrirla para sacar su hiyab y una que otra cosa que llamase su atención.

—Eres muy chismosa, ¿no crees? —susurró el chico casi en su oído.

—Eres muy estúpido, ¿no crees?

La directora regresó la vista a ambos jóvenes y habló:

—Bien, señorita Nayla y señor Elliot, bienvenidos al internado Unión. Espero que acaten las reglas como se debe y no tengamos ningún problema en un futuro —Sonrió de oreja a oreja y ninguno de los jóvenes le correspondió—. El profesor Morales los llevará a la lavandería por sus uniformes y después a sus habitaciones. Que tengan un lindo día.

El profesor Morales guío a ambos adolescentes a la lavandería para que les dieran sus uniformes de diario, de educación física y natación. El uniforme de diario para mujeres era una camisa blanca, chaleco rojo, corbata negra, un saco rojo con el escudo del internado bordado en el hombro izquierdo y una falda negra junto con calcetas largas de color blanco. El de los hombres es exactamente igual, a diferencia de la parte inferior. Claramente, ellos debían usar pantalones.

—Nadie puede ir al dormitorio de nadie. Ni de día ni de noche. Está totalmente prohibido, ¿entendido?

—¿Y si no obedecemos, qué pasaría?

—Pasan una noche en el sótano.

—¿El sótano? —preguntó Elliot—. Vaya. No creí que este lugar fuese tan anticuado.

Nayla y Elliot tenían la intención de instalarse en sus habitaciones tendiendo sus camas con las cobijas y almohadas que les brindaron en la lavandería, pero les fue interrumpido por una nota que estaba escrita con una pésima caligrafía y sobre el colchón de ambos.

En el salón de música a la media noche. Los esperamos, nuevos.

Más vale que asistan.

El infierno que construimos [COMPLETA] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora