35.

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Estás bien... —volvió a susurrar la voz femenina haciendo que Diana se exaltara y despertara de inmediato.

La chica estaba sentada en un césped muy bien cortado y de un verde indescriptible, su espalda la recargaba en un árbol alto y que la cubría del sol con sus verdes hojas de primavera. Sentía mucha paz y serenidad. Diana se levantó y observó todo lo que había a su alrededor: preciosos paisajes, árboles repletos de hojas verdes y un sol increíblemente brillante. En su campo de visión se atravesó la figura femenina de alguien con vestido blanco y cabello rojo como el fuego. La adolescente no supo en qué momento avanzó hacía la mujer, pero cuando se dio cuenta de ello, ya estaba a su lado.

—Yo no quería que esto ocurriera —dijo la mujer con voz melódica y triste. Diana la miró cautelosamente a la cara y se percató de que la mujer de roja cabellera lloraba lágrimas negras—. Yo no quería que esas chicas murieran, no quería que mis aprendices murieran.

Diana entendió de quién se trataba.

—¿Jules?

La mujer fijó sus ojos azules en los de Diana y sintió que se clavaban en su alma. Eran fríos y penetrantes.

—No quería que nadie muriera. Nunca fue mi intención. Ellos siempre nos molestaban, siempre nos decían cosas malas, no había un día en el que no lo hicieran.

—¿Hablas de las personas de tu pueblo?

—A mí no me importaba, me daba lo mismo que ellos pensaran mal de mí y a mis aprendices igual. Pero él se molestaba por eso.

—¿Quién?

—Fred Dupont, él era el amor de mi vida, era mi todo —Diana no dijo nada—. Me decía «Mi bruja roja» a pesar de saber que no era una. Él me amaba tanto que siempre se molestaba por lo que los demás decían sobre mí. Se molestaba porque sabía que a mí no me importaba, le molestaba saber que no hacía nada en contra de ellos.

Diana la escuchó detenidamente y sin interrumpir.

—Él me dijo «¿No quieres hacer sufrir a las personas que te lastiman?» Y yo... Yo le dije que no —Sus lágrimas comenzaron a salir con mayor intensidad—. Le dije que no e intenté convencer a todos de que no éramos brujas y luego... ¡Esos hombres de la iglesia vinieron a mi hogar! ¡Llegaron a destrozar todo y me llevaron con ellos! ¡Las llevaron a ellas y las ataron a los árboles! ¡Las hicieron sufrir frente a mí! —El hermoso lugar en el que estaban ambas mujeres se fue tornando gris y tenebroso conforme la ira de Jules Berrycloth crecía—. ¡Después me llevaron al roble y me colgaron!

—Jules, ¿tú de verdad lánzate esa maldición sobre French Lick? ¿De verdad querías que esas mujeres murieran? Uno de los Dupont dijo que sacrificaba a las mujeres para hacerte dormir y poder proteger al pueblo de ti.

—Soy la villana en una historia mal contada —Jules miró detenidamente a la chica—. Jamás fui una bruja de verdad, jamás lancé hechizos a nadie y tampoco hice pactos con el diablo, yo jamás hice eso, jamás planeé que Fred quisiera matarlos a todos. Él, Fred, él era quien quería hacerlos sufrir, no yo. Dijo que yo era la mala en la historia, que yo quería que todos murieran —Hizo una pausa—. La verdad pensé en eso alguna vez, la idea de condenarlos a todos pasó por mi cabeza cuando mis aprendices fueron quemadas frente a mis ojos.

—¿Entonces?

—Ignoré esa idea porque lo que quería no era matarlos, era que me entendieran. Que comprendieran mi forma de pensar y la forma que tenía para cuidar el mundo —Jules quitó sus lágrimas negras de sus mejillas con el torso de sus manos—. A él nunca le gustaron las personas, nunca le gustó la forma de pensar que ellos tenían, siempre supe que Fred tenía deseos de dañar a los demás, pero creí que no pensaría de esa forma si yo hablaba con ellos, si yo los convencía y cambiaba su forma de pensar. Lo único que recibí fue la muerte de mis aprendices y la mía. Yo grité: «¡Todos morirán! ¡Todos están condenados!». Solo lo dije por el enojo que sentía en ese momento —Comenzó a llorar otra vez con lágrimas negras y el cielo se tornó gris—. No lo decía en serio.

El infierno que construimos [COMPLETA] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora