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La fotografía mostraba a una persona alta y robusta con bata blanca. Su rostro estaba cubierto por rayones de plumón negro y se dibujaban muchos taches sobre su cuerpo y alrededores también. Al darle la vuelta, ambos, leyeron el mensaje escrito con bolígrafo azul.

El monstruo viene. El monstruo me acecha. El monstruo nos quiere a todas y ella lo sabe. El monstruo está en todas partes.

Owen conocía a la perfección la peculiar caligrafía de Alexa Cameron. Aquel recado había sido escrito por ella, eso era seguro, la verdadera pregunta era: ¿Por qué la directora tenía esa foto? ¿A quién se la quitó? Tal vez a Alexa. ¿Por qué Alexa había escrito tal cosa?

—¿Quién es Alexa Cameron?

—Ella... Ella era alumna de Unión, falleció hace ocho meses. De la nada, Alexa, solo desapareció y después la encontraron colgada de un roble en lo profundo del bosque.

—Santo Dios.

—Ella y Diana eran mejores amigas.

—¿Crees que la fotografía la haya tomado ella?

—No tengo idea. No lo creo, pero debemos...

Múltiples voces fuera de la oficina de la directora se escucharon y alertaron a los muchachos. La directora y otra persona estaban a punto de entrar.

—Dijiste que se tardaba media hora en volver.

—Cállate y escóndete.

Cerraron la caja fuerte para que pareciera que nadie la había agarrado. Nayla guardó la fotografía en el saco de su uniforme y Owen logró ver una especie de armario cerca de dónde estaban, le ordenó a Nayla esconderse ahí junto a él en lo que la directora se iba. Ambos adolescentes estaban a escasos centímetros del otro debido al reducido espacio que había en el armario. Nayla podía sentir la respiración de Owen por arriba de su cabeza, también su olor a marihuana le inundaba las fosas nasales, Nayla odiaba el olor a droga por lo cual hizo un gesto de asco e intento mantener la respiración.

—Tú tampoco hueles muy bien que digamos —dijo Owen en un susurro—. Apestas a mostaza.

Nayla le pisó el pie y el muchacho emitió un quejido que al momento fue callado por la palma de la mano de Nayla. La directora y el profesor de música, el profesor Adams, ya estaban presentes en la oficina.

—¿Has pensado en meter a alguno de los nuevos en el coro del internado?

—Necesito hacerles un examen para empezar.

—Supongo que deberán cantar —Asintió—. Yo podría ayudarte a escoger si son buenos o no —Ofreció la directora Wilson mientras se acercaba al profesor peligrosamente—. Aún soy de tus mejores alumnas, ¿no es cierto?

—Señora directora, no...

—No me llames de usted, ya sabes que puedes tutearme.

—Mildred, ya sabes que no está bien esto. No es correcto.

A Nayla y Owen casi se les cae la boca por la sorpresa de lo que estaban presenciando. La directora y el profesor de música eran pareja o algo similar. Lo más grotesco de esto era que Wilson y el profesor Adams eran de edades totalmente diferentes. Wilson tenía unos cuarenta y pico, mientras que Adams era de tan solo veintiocho años de edad.

—No me digas que ya te gusto, Carlos.

—Para empezar, jamás me gustaste, lo que pasó fue un simple tropiezo y nada más. Una noche pasada de copas, solo eso.

Owen y Nayla observaban la pequeña discusión que tenían los adultos por los pequeños espacios que había en las puertas del armario y sin hacer un solo ruido.

—¿O sea que los tragos fueron los culpables de lo que hicimos en tu cama? ¿Es eso?

Nayla tapó su boca con la palma de su mano asombrada por lo que escuchó.

—Mildred...

—¿Qué te parece si revivimos esa noche? Por favor, Carlos, sé que quieres.

Habló Wilson y comenzó a acercarse al armario donde los adolescentes estaban escondidos. Ese era el lugar donde la directora guardaba todo el licor que le regalaban cada año en Acción de Gracias. Nayla tomó la mano de Owen con fuerza al ver que la adulta se acercaba a ellos, sabía que los castigarían de la peor manera.

—¡Colleman y Anders están peleando de nuevo! ¡Creo que es bastante grave! —exclamó un muchacho luego de llegar a la oficina sin aviso previo.

—¿Qué cosa? —Wilson salió de su oficina y Adams la siguió cerrando la puerta después.

Los corazones de Owen y Nayla descansaron de la adrenalina que sintieron hace unos instantes. Nayla empujó la puerta del armario y salió de él tomando un gran respiro de aire fresco. Owen cerró la puerta del armario después de salir y también tomó un respiro de aire fresco.

—El profesor de música y la directora están juntos —dijo Nayla con asco.

—No, no, no. Él dijo «Una noche pasada de copas». No están saliendo.

—Las reglas dicen que no puedes salir con nadie del internado y eso incluye a los profesores.

—Princesa árabe, las reglas no las sigue ni un perro, ¿crees que ellos las van a seguir? No seas tan ingenua.

Nayla no contestó.

—Por cierto. Ya puedes soltarme la mano, no circula mi sangre.

Nayla no se percató de que aún sostenía la mano de Owen por el miedo que sintió de ser descubierta hace un momento. Soltó de inmediato la mano de Owen y él rio en tono de burla. Ambos salieron de la oficina y se encontraron con Elliot, quien tenía los brazos cruzados y mantenía una posición firme frente a ellos.

—No tienen que agradecerme. Con que me den la mitad de lo que sea que hayan robado, me conformo.

—¿Tú hiciste que aquel chico entrara a la oficina?

—Claro. Y ahora debo cinco dólares.

Elliot se acercó a los adolescentes y preguntó:

—¿Qué encontraron en la cueva del lobo?

Owen y Nayla compartieron miradas cómplices y Owen decidió contestar con otra pregunta:

—¿Sabes dónde está Diana?

—La vi en el huerto, ¿por qué?

Owen ignoró la pregunta de Elliot y le ordenó a Nayla la foto del hombre con bata. Nayla se la dio y enseguida el muchacho salió disparado en dirección al huerto para encontrarse con Diana y mostrarle la fotografía. Él sabía que Diana siempre dudaba de la muerte de Alexa, él sabía perfectamente que la chica no se tragaba el cuento de que se suicidó y, para ser claros, él tampoco. Alexa siempre fue de las chicas que estuvo tras él todo el tiempo a pesar de que él no le prestara atención alguna.

Cuando se enteró de la desaparición de Alexa se preocupó demasiado, pero su ego no le permitía demostrarlo. En cuanto se enteró de la muerte de la adolescente fue el único chico que consoló a Diana y el único chico que lloró su fallecimiento. Diana y él no se tragaban el cuento del suicidio. Jamás fue así, pero tampoco encontraron pruebas que demostraran lo contrario, por lo tanto, encontrar esa fotografía era una pista de lo que Alexa escondía. 

El infierno que construimos [COMPLETA] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora