25.

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Diana alzó su mirada verdosa y miró delicadamente cada facción del rostro de Elliot. Sus ojos verdes como los de ella, ese cabello castaño lacio y sedoso que era suave al tacto y sus labios rosados que la hacían enloquecer. Diana por fin aceptó muy dentro de su cabeza que el primer pensamiento de ella al verlo fue que Elliot era verdaderamente atractivo y tenía unos ojos de ensueño que se te clavaban en el alma. El muchacho limpió los rastros de lágrimas de las mejillas de Diana y se dedicó a contar cada peca que había en su delicado rostro que sin duda podía asesinar a cualquiera.

—¿Tuviste miedo? —cuestionó Diana.

—Miedo a perderte. Pavor de no volver a ver esos ojos verde esmeralda que me obsesionan tanto y me traen a tus pies.

—Continúa —ordenó Diana—. Continúa diciendo tu obsesión hacia mí.

—Cada parte de mi ser te desea por completo, Diana. Cada maldita célula y átomo que tengo, cada cosa de mi anatomía, alma y mente te desean como locas. Ya no me imagino despertar y no encontrarte en el comedor jugando con el cereal de avena que nos obligan a comer. No sé qué haría sin escuchar tu hermosa voz que vuelve loco a cualquiera de una u otra manera. Y debo admitir que tu tenacidad en las cosas que quieres y esa valentía tan sexy que tienes son la razón de que esté dispuesto a deshacerme de cualquiera que se atreva a doblegarte aunque sepa que eso nunca va a suceder —La mano de Elliot recorrió el cuello de Diana hasta llegar a su nuca—. Ya no eres una tentación, Diana. Eres más como un bichito que se ha instalado en mi cabeza y que se niega a buscar otro huésped para consumir.

—¿Elliot?

—Dime.

—¿Por qué somos así?

—¿Así? ¿Así cómo? —Diana detuvo la mano de Elliot y lo obligó a mirarla.

—¿Por qué no podemos ser como los demás? Adolescentes ordinarios que lo único que hacen es preocuparse por la universidad. ¿Por qué nos metemos siempre en problemas?

—Lo ordinario es aburrido. Tú y yo no somos aburridos. ¿De qué te sirve ser ordinario? Solo eres la copia de muchas otras copias que no saben cómo encontrar su propia chispa. Diana, tú y yo tenemos una chispa.

—Yo no veo ninguna.

—Pero yo sí. No somos cobardes. Somos decididos, valientes y no nos importan las consecuencias de nada. Así nos crearon y así seremos toda la vida.

—¿Alguna vez has matado a alguien? —indagó de la nada.

—Una vez lo intenté.

—¿Lo lograste?

—Sí.

—¿Por qué lo hiciste?

Pasó su lengua por sus labios.

—Era una mala persona. Le hizo daño a alguien importante.

—¿Cómo es que no te atraparon?

—Manipulé su muerte para que pareciera natural.

—¿Podrías hacer algo por mí?

—Lo que sea, bruja.

—Quiero que mates al responsable.

Hizo una pequeña pausa para mirar a través de los ojos de Diana y descifrar lo que sentía y pensaba en ese momento. Lo único que encontró fue furia y frialdad.

—¿Y yo qué gano?

—A mí.

La muchacha nunca dejó de mirar a Elliot a los ojos mientras metía sus manos frías por debajo de la camisa del chico. Diana tocaba cada centímetro de la espalda de Elliot, sintiendo cada músculo y disfrutando de lo suave que era. El castaño tampoco dejó de ver a Diana y no hizo nada para que la chica se detuviera. Diana tuvo un impulso repentino de enterrar sus uñas en la espalda de Elliot para rasguñarlo por completo y que se diera cuenta de lo dura que podía llegar a ser cuando sentía la necesidad de marcar algo que estaba segura de que le pertenecía. Elliot no era algo que poseer, pero en ese momento no le importó que Diana lo marcara. En realidad, le enloquecía esa pequeña parte de ella y lo convencía más de que, sin duda, le fascinaba .

El infierno que construimos [COMPLETA] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora