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Owen y Diana se dedicaron a interrogar a cada uno de los adolescentes que se encontraban en el día. Ambos intentaban ser discretos para que sus preguntas no levantaran sospecha alguna de lo que realmente querían descubrir sobre Alexa Cameron, fuera lo que fuera, las respuestas de sus compañeros de internado no les ayudaban para nada, todos decían que la directora les había quitado gorros, bufandas, aretes, piercings falsos, marihuana y cigarrillos. Nadie hablaba sobre una fotografía. Mucho menos de una foto que fue tomada en mil novecientos noventa y nueve. Había sido un día desperdiciado debido a que nadie descubrió nada nuevo.

La profesora de natación, la señorita Jennifer Tymor, sacó de la cama a la mitad de las chicas en el dormitorio de mujeres para realizar la clase de natación. A la profesora no le importó que el agua de las piscinas estuviera helada para las chicas con tal de cumplir con su horario de clases.

—Señorita Tymor, ¿no cree que nos podemos resfriar si nos metemos al agua helada?

—Deja de quejarte Benegas y entra al agua. Tu cuerpo es fuerte y se adaptará al frío.

La mujer hizo sonar el silbato para que las muchachas entraran al agua y comenzaran a nadar. Ida y vuelta, de extremo a extremo, tres veces. Nayla miró confundida a su amiga pelirroja.

—¿Qué, no vas a nadar?

—Cuando era niña tuve un incidente en la piscina de mis vecinos. Desde ahí no tengo el valor de entrar a una, además, no sé nadar.

—¿Y entonces cómo apruebas esta clase?

—Soy la mano derecha de Tymor. Mientras ella no está aquí, yo estoy a cargo y tengo la responsabilidad de llevar los uniformes de natación a la lavandería.

—¿Y con eso te aprueban?

Asintió.

—Ay, vaya suerte.

—¡Benegas, dije que al agua! —regañó Tymor tras dar un silbatazo.

El tiempo de la primera clase del día se terminó. Después de cambiarse y colocarse el uniforme de diario, la profesora Tymor le ordenó a Diana llevar todos los trajes de baño de sus compañeras a la lavandería para que fueran secados y lavados. Nayla le dijo a la muchacha que la esperaba en el comedor del internado para desayunar juntas y ella solo asintió. La pelirroja cargaba un canasto lleno de trajes de baño en sus manos y hacía muecas de asco debido al olor a cloro de la piscina. Aquel olor siempre le provocaba náuseas tremendas. Diana dio la vuelta para pasar por el pasillo del salón de música y llegar a la lavandería, pero el sonido de unos gemidos interrumpió su camino. Diana se detuvo en seco y prestó atención para saber de dónde venían los gemidos. Eran de una mujer y un hombre. Provenientes del salón de música.

Diana se asomó por el cristal de la puerta y logró ver a los propietarios de los quejidos.

Eran Elliot y Cassandra.

Ambos adolescentes estaban hundidos en la pasión y la lujuria de lo que estaban haciendo encima del escritorio del profesor Adams. A Diana le hirvió en la sangre la escena que veía, no por el hecho de que se pudiera o pensara que era una falta de respeto tener relaciones sexuales en el escritorio del profesor de música, más bien se molestaba porque Elliot no había cumplido con la condición que ella le puso al reto que estaban cumpliendo.

«No te acuestes, no beses y no coquetees con alguien más a menos que sea conmigo»

No cumplió con la condición y ahora debía darle un castigo.

La pelirroja estaba a punto de abrir la puerta del salón para sorprender a los jóvenes, pero antes de tomar la manija se le ocurrió una mejor idea y con graves consecuencias. Elliot y Cassandra estaban tan inmersos en su propio placer que Diana sabía que se tomarían más tiempo allí adentro. De inmediato fue a la lavandería a dejar el canasto de trajes de baño y fue a escondidas al cuarto de los varones para buscar entre las cosas de Owen. Cajones, almohada, ropa, debajo del colchón. Lo que buscaba era pequeño y un tanto peligroso, hasta que se percató de que el colchón tenía una ranura al costado que indicaba que había sido cortado. Diana metió su mano en la ranura y encontró lo que buscaba.

El infierno que construimos [COMPLETA] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora