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Emma llevó a la pelirroja y al castaño a la reja de ventilación de la lavandería. Se notaba que la rubia ya sabía cómo entrar a esas ventilaciones, ya que quitó la reja con total normalidad. Emma les ordenó a Elliot y a Diana seguirla dentro de las ventilaciones hasta dar con su destino.

—¿Qué estamos haciendo aquí?

—Emma, responde. ¿Qué les pasó a Owen y a Nayla?

No contestó y siguió avanzando a rastras por la ventilación. Emma giró a la derecha y enseguida a la izquierda, llegó a una reja plateada la cual estaba demasiado oxidada y desgastada, con fuerza, la rubia le dio solo una patada para poder romperla y salir.

Los tres adolescentes llegaron al exterior del internado. Estaban en medio del bosque y en penumbras por la llegada de la noche.

—Voy a llorar de felicidad —dijo Elliot en cuanto miró los altos árboles—. ¿Cómo carajos no te has ido si ya sabes cómo salir?

—Síganme.

Emma caminó y se escabulló entre los árboles mientras alumbraba con una pequeña linterna que había tomado del escritorio del profesor Morales antes de reunirse con Diana y Elliot. Emma intentó ignorar la pregunta que Elliot le había hecho, pero su cabeza no dejaba de repetirla constantemente, pues era cierto que sabía cómo salir del internado, pero, por más que quisiera, no tenía permitido huir.


—Nadie nos escuchará, no tiene caso.

—No seas pesimista y sigue gritando.

—No sabemos dónde estamos, todo está oscuro y puede que nadie sepa que desaparecimos del internado.

—Diana y Elliot se darán cuenta, confío en ellos.

Owen no dijo nada al respecto. Se recargó en la fría pared mientras Nayla seguía gritando a todo pulmón y golpeaba las frías paredes.

—Nayla, deja de gritar. Estamos en un lugar sin ventilaciones, se acabará el oxígeno si continúas.

—¿Qué cosa? —tartamudeó.

—Que se acabará el oxígeno.

—Era una pregunta retórica, no tenías que contestar.

Pasos pesados y de varias personas se presentaron en el techo de madera del lugar donde estaban Nayla y Owen encerrados. Las voces de los dueños de esos pasos no se escuchaban con claridad, pero los jóvenes sabían que eran personas, así que su esperanza de ser encontrados regresó.

—¡Aquí abajo!

—¡Ayuda! ¡Estamos aquí!

Elliot escuchó los gritos huecos y pido haber pensado que se trataba de su imaginación que lo volvía a atormentar, pero aquella opción quedó descartada cuando Diana exclamó:

—¡¿Nayla?! ¡¿Owen?!

—¡Aquí abajo! —gritaron al mismo tiempo.

—Elliot, ayúdame a sacarlos.

La pelirroja se acercó para quitar el montón de tierra que cubría el suelo, mientras Emma alumbraba con la pequeña linterna. Al quitar la tierra, se toparon con una tapa de madera lisa imposible de quitar a mano.

—Necesitamos algo para romperla —dijo Diana.

—¿Una piedra? —ofreció Emma.

—No —Elliot se puso de pie—. Es madera delgada, podemos romperla con simples patadas.

Elliot comenzó a patear la madera repetidas veces hasta que por fin logró quebrarse un poco. Diana lo detuvo y se acercó para quitar el pedazo de madera con las manos envueltas en su chaleco del uniforme y evitar astillarse.

El infierno que construimos [COMPLETA] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora