1. Cobarde.

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"El beso que no diste" (The mills-album: Guadalupe)

El muchacho:

Es un día más de clases y por supuesto, quiero hablarle a la muchacha que está en esa mesa de madera en la que está sentada, hablando de quién sabe qué con sus amigas.

La vi por primera vez el veintisiete de julio. Ella parecía estar mirándome fijamente. Estaba con sus amigas al pie de la cancha de vóley, estaba de pie, ella resaltaba entre las demás. Sus amigas estaban riendo y hablando, vaya Dios a saber. Todas tenían el cabello recogido con una cola de caballo en la coronilla, maquilladas y con el uniforme impecable. No niego que las muchachas estaban lindas, ya que me gustan mucho las mujeres delgadas. Pero ella... ella era la más hermosa de todas. Era un poco más gordita que las demás, pero muy linda físicamente. Era un poco más bajita que yo, su carita redonda y con los ojos azules, de cabello negro y corto hasta la barbilla. Estaba seria y me miraba con los ojos perdidos, como si me conociera de hace mucho tiempo. Yo, en cambio, estaba jugando con mis compañeros de clase y los de otro curso más (creo que eran de noveno). Sus ojos me llamaban y me hacían querer buscarlos. Hasta que fijé mí vista en ella. Pero luego que se dio cuenta que la estaba viendo, abrió un poco los ojos y volteó la vista a otro lado. Odié ese momento. Tal vez se intimidó. Y luego se fue recogiendo su maleta. Y no volvió a mirarme...

La muchacha:

¡Dios mío! ¡Es el hombre más hermoso de la faz de la tierra! Pensé abriendo un poco los ojos y conteniendo una sonrisa con los dientes.

Él no sería capaz de fijarse en mí. Dije.

La primera vez que vi a ese muchacho fue el primer día de clases. No recuerdo cuando fue, pero estaba entrando con una bicicleta con suspensiones de color rojo con negro. Era pelirrojo... su piel era blanca y sin ninguna imperfección en la piel. Sus ojos eran café oscuro. Sus labios eran rojos y delgados. Era bajito, pero eso no importaba. Me enamoré de él por primera vez. Le pondría más o menos mi edad, tal vez iba uno o dos grados más adelante que yo, pero podía ver que éramos compatibles.

Todos los días esperaba por verlo jugar vóley bol y aplaudir por cada vez que ganaban un punto. Y también tocarse la cabeza y halar un poco su cabello cuando perdían.

Él nunca se dio cuenta de mi existencia hasta que un día de julio nuestras miradas se cruzaron por primera vez.

Se me hizo raro que él no se diera cuenta que lo veía en los descansos, que trataba de no perdérmelos y verlo jugar en primera fila. Odiaba cada vez que abrazaba a sus amigas y me preguntaba si yo algún día estaría en ese lugar y poder abrazarlo y tocarlo cuantas veces yo quisiera. Pero no...

Eso nunca va a pasar si no das el primer paso.

Luego de pensar como le pudiera hablar, se me ocurrió la mejor manera para contactarlo, según yo misma; hacer una carta y entregársela yo misma. Así, el nunca sospecharía de mi si él decide no hablarme.

Así que un día, nublado y a punto de llover, él se estaba alistando para irse a quien sabe dónde, y se sentó para amarrarse los zapatos. Él vio que me estaba acercando y como a unos seis metros de distancia, se irguió y no sabía qué hacer. Por un momento pensé que quería alejarse de mí y no darme la cara, pero luego tomó compostura y se ladeó a la derecha para hacer que hablaba con un amigo para tratar de evitarme a toda costa. Pero no dejé de caminar y mirarlo a los ojos.

Cuando a unos dos metros de distancia nos separaban, tomé una fuerte bocanada de aire y hablé.

— ¡Oye! Una amiga mía quiere que tengas esto -le dije soltando el aire.

Otra vez tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora