12. Solo

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Antes de llegar al apartamento, estaba caminando despacio, quería sentirme... Acompañado. Con mi novia me sentía acompañado, pero no era suficiente, ella era buena persona, pero no era suficiente. Había momentos en los que me sentía solo, como estar en el espacio exterior, sin compañía. Sin nadie. Con mis papás era algo así, porque aunque ellos me tenían en cuenta, y también me amaban, ellos vivían solo para ellos dos. O sea, les gustaba pasar el tiempo solos.

Estaba caminando despacio para contagiarme un poco de las personas que me rodeaban, sabía que mis papás se irían y llegarían hasta tarde, y yo tenía que sentarme a comer solo, ver películas sin la compañía de nadie.

Y aunque sonara tonto... quería volver a ver a la niña enferma.

Subí lentamente las escaleras y en el pasillo se me ocurrió de repente llamar a Marisol.

Dejé las cosas en la cocina y saqué mi celular del bolsillo, marqué.

Después de marcarle dos veces más, contestó.

— ¿Hola?

— Hola, Marisol —le dije un poco alegre.

— ¿Quién habla?

— Sebastián —le dije.

— Hola, amor. ¿Cómo estás? —habló ella con la voz ebria.

— Por lo visto, mejor que tú —le recalqué.

— ¿Por qué estas triste? —preguntó ella como si realmente me comprendiera.

— ¿Sabes qué me molesta de ti?

Esperé a que tan solo respondiera algo, pero no.

— Me molesta que para tus amigas si estas. Me molesta que para las fiestas que estás acostumbrada a salir cada tres, o cuatro veces por semana si estás —le dije frustrado—. Pero cuando sabes que te necesito, nunca estás. ¿A caso ya no sientes nada por mí?

Esperé a que me respondiera algo. En cambio, pude escuchar la risa de las amigas de ella y la de unos tipos, seguramente, gente nueva. Gente que era como yo cuando la conocí.

— Sabes... haz lo que quieras. De todas maneras, siempre fue tu vida.

Colgué el teléfono.

Fui a la cocina a preparar mi comida, cuando me doy cuenta que eran las dos de la mañana.

¡Uy! Ya es tarde. Pero aun así, tengo hambre.

Preparé la comida y la llevé al comedor. Comiendo despacio, recordaba la conversación de mi novia y yo. Golpeé la mesa del comedor y del golpazo, se derramó el chocolate.

Suspiré.

Me recosté en la silla y me relajé un poco. Solté una bocanada de aire y dejé caer la cabeza para atrás.

Dejé mi mente en blanco

...

...

...

...

Empecé a garabatear con mis manos y me acordé de la enferma. Sin querer volví a sonreír como lo había hecho antes.

Me acodé de cuando le dije "Buenas", cuando subió la mirada para ver quién era yo. Cuando nos miramos.

Volví a salir de mi ensoñación y terminé de comer. Recogí mi plato y en la cocina tomé un trapo para limpiar el desorden. Después de eso me puse el pijama —que básicamente era una sudadera negra— y me acosté.

Los lentes.

Me levanté a quitarme los lentes de contacto y esta vez me acosté a dormir.

Me levanté tarde y haciendo mala cara

Mi mamá estaba haciendo el desayuno y mi papá le estaba ayudando.

¡Dios! Si mis papás pueden, ¿por qué yo no?

— ¿Mira quién se levantó? —dijo mi papá.

Me dio un abrazo y me dio un beso.

— ¿Cómo estas pequeño? —dijo aun abrazándome.

— Bien, papá.

— No parece, bien —me recalcó lo último.

Lo cierto es que el abrazo de mi papá me había reconfortado. Y lo abracé.

Le agradecía todos los días a Dios por haberme dado un padre tan especial y lleno de amor por su familia. Con nosotros estaba lleno, completo.

— Ah... cosas que pasan. Es todo —le dije sonriendo a mi papá.

— Las cosas que pasan, pasan por algo, hijo. Recuerda que Dios nos da las cosas, pero con paciencia.

— Si, papá.

Me pidió que pusiera la mesa y luego nos sentamos los tres a desayunar.

Nos la pasamos hablando de su viaje y de lo que le había tocado hacer para pedir un permiso para poder vernos. Nos contó que se tenía que devolver en un día. Mi madre se puso a llorar porque no soportaba la idea de quedarse sola de nuevo. Y por supuesto estaba molesto porque casi no se la pasaba con nosotros.

— ¿Pero sabes algo, mi vida? —mi papá le habló a mi mamá.

— Dime, amorcito —mi madre no dejaba de llorar.

— Quiero que vayas conmigo y que te la pases todos los días a mi lado.

Mi madre cambió el semblante y se lanzó a los brazos de mi padre. No podía dejar de abrazarlo.

— Qué bien —quería gritarle a mi papá lo que pensaba de su trabajo.

— Espero que la próxima vez que venga, pueda quedarme más tiempo.

— Yo también lo espero —le dije seco.

Terminé de comer y recogí la mesa, lavé los platos y me fui a bañar para despejar la mente.

Me cambié y me di cuenta que ya tenía la barba crecida.

Hoy no importa, no me la quitaré.

Otra vez tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora