Después de organizar todo y poner las cosas en su lugar, terminamos rendidos todos. Como teníamos hambre, mi mami pidió a domicilio la comida de ella y de mi papi. Valeria y yo tuvimos que hacer la comida de las dos.
— Vamos a la tienda —sugirió mi prima cansada.
— No quiero ir —negué lentamente.
— Si, tienes que salir. No toda la vida te la vas a pasar encerrada.
Mi prima sabía a qué me refería.
— Es que... no quiero verlo.
— ¡Alex! Recuerda; nueva vida.
Estaba nerviosa, lo reconozco, pero mi prima tenía mucha razón, y si no hacía algo por mi cuenta, me iban a comer viva.
— Si, vamos.
Nos tomamos de la mano y salimos del apartamento muy sincronizadas. La tienda no estaba llena, solo había un par de adolescentes dándose un beso muy romántico. ¡Malditos!
Valeria estaba comprando las frutas y verduras para preparar, yo, estaba escogiendo qué fruta íbamos a beber. Iba a hacer un jugo de fresa. Pagamos y salimos de la tienda hasta el edificio donde vivía mi prima.
— ¿Por qué vamos hasta tu edificio? —pregunté molesta.
Eran las diez de la noche y no quería sorpresas.
— ¿Porque vamos a recoger tus cosas, recuerdas?
Oh, si... lo olvidaba.
Fuimos hasta el apartamento de Valeria y mi tía estaba, pero durmiendo, así que no hicimos mucho ruido y sacamos las bolsas con cuidado de no ser descubiertas. Algo que le molestaba a mi tía era que hiciéramos mucho ruido sin ella tomar medidas en el asunto con previo aviso. De puntitas sacamos las bolsas más ruidosas y cerramos. ¡Listo! Estábamos afuera. Salimos corriendo como fugitivas del edificio de Valeria y corrimos hasta sentir una punzada de dolor en la garganta. Llegamos hasta el domo, tomamos aire, descansamos y corrimos de nuevo.
Esta vez estábamos haciendo una competencia a ver quién llegaba más rápido a timbrar.
Y de nuevo... más sorpresas.
— Hola, vale, ¿cómo estás? —preguntó esteban con una sonrisa en su rostro.
— Súper, gracias. Mi prima ya se mudó, ¿quieres ver su habitación? —estaba animada.
— Si, bueno —se tocó la cabeza con la mano izquierda—, si la dueña quiere...
— Si, vamos —le animé a que entrara al apartamento.
Abrí la puerta y mis papás estaban en el comedor. Esteban los saludó y mis preciosos padres le ofrecieron un poco de comida.
— Oh, no se preocupe, ya comí. Muchas gracias.
Nos fuimos a la cocina los tres.
— Vamos a preparar comida de la que te gusta, ¿quieres? —le preguntó mi prima.
— Esa sí.
Nos pusimos a cortar la verdura en rodajas y la fruta en cubitos. La cena era tomate con pepino y zanahoria. La fruta era papaya con manzana en cuadritos. Cada uno tomó su comida y nos fuimos a cenar en mi habitación y nos hicimos en el suelo.
Mi habitación era un poco grande. De frente se podía ver el armario al fondo y contra la pared estaba mi escritorio con mi computadora portátil heredada por Valeria, era rosada. A la izquierda se podía ver mi cama semidoble con edredones verde con rosado y morado. Aproveché para poner mis posters con mis películas favoritas y mis actores favoritos. Un tapete de algodón y poliéster fucsia.
— Alex, tienes que pintar tu habitación con rosado magenta —sugirió Esteban riendo.
— Buen apunte —pronuncié atorada.
— No veo ositos de peluche... Sólo perros. —resaltó la ausencia de ellos.
La verdad era que no me gustaban los osos, me gustaban más los perros. Los tenía desde que nací.
— Es que... no me gustan y tampoco he tenido alguien que me regale —bajé la cabeza de vergüenza—. Todos los peluches que tengo me los regaló mi familia.
— Dilo con orgullo, Alex. Eres una niña muy valiosa —sus palabras me aguaron los ojos—. ¿Y, te gusta alguien de aquí?
Me había dejado indefensa en ese momento y no pude evitar gesticular una sonrisa.
— Sí. Hay un muchacho pelirrojo, está bien guapo, pero él no me pondría cuidado... —dije mordiendo una manzana.
Me miró con los ojos abiertos de par en par.
— ¡Nenita, ese muchacho es uno de mis mejores amigos!
Me sorprendió cuán rápido había adivinado quien era. No lo podía creer. De inmediato se me encendieron las mejillas. Valeria asentó con la mirada coincidiendo con él. Esteban estaba muy avergonzado.
— Él tiene novia... —lo soltó como una bomba nuclear.
¡Qué momento más incómodo!
Qué vergüenza con Esteban. Eso me pasaba por confiada.
— Oye... por favor, no le digas nada a él.
Me tapé la cara de la vergüenza. También estaba ocultando cómo las lágrimas caían. Una cosa era pensarlo, otra cosa era confirmarlo. Mi corazón se encogió como ciruela deshidratada.
— Tranquila, no le diré nada. Será nuestro secreto.
Era tan adorablemente atractivo Esteban...
Me abrazó y pude ver cómo le costaba inclinarse.
— Muchachas, me tengo que ir —dijo con tristeza—, pero hay una fiesta aquí en el conjunto. Va a estar buena. ¿Quieren ir?
— ¿Él va a ir?
— No, va a salir con la novia —eso me dolió.
— ¡Si, yo voy! —de decidí sin pensarlo.
— Yo también voy —dijo Valeria con el puño apretado sobre el pecho.
— Bueno, niñas. Hasta pronto.
Se despidió con un beso en la mejilla y Valeria lo acompañó hasta la puerta.
Me puse un pijama de faldita enteriza que tenía y una pantaloneta. Me arropé con las cobijas y mi prima llegó a la habitación.
— Prima, me voy a dormir. Mañana vengo después de mediodía para ver que hacemos de comer.
— Vale.
Se despidió y cerró la puerta.
Dormir en mi nueva habitación era genial. Realmente podía sentirme en casa. Podía respirar nuevos aires y se sentía bien. En el conjunto me podía sentir bien y aceptada.
Dormí plácidamente y sin interrupciones en la madrugada. Sólo me desperté una vez. A las cinco de la madrugada volvió a dolerme la cadera, luego el abdomen y seguido de un frio en esa zona. Era lo que me temía. No había comprado pastillas para eso y ahora estaba pagando las consecuencias. El dolor era intolerable que si me movía para algún lado, el calambre me hacía llorar, era más agudo. Durante dos horas estuve revolcándome en la cama como una exorcizada hasta que el dolor me hizo gritar en una almohada para ahogar el sonido.
Me levanté rápido de la cama, fui al baño y me acosté.
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Otra vez tú.
General Fiction¿Te has preguntado lo que hubiese podido pasar si dabas el primer paso? Es la historia de Alexandra y Sebastian. Un par de adolescentes que se conocen en el instituto. Se gustan, pero ninguno se atreve a pronunciar palabra. Pasan unos cuantos años y...