— Alexandra, despierta.
Mi corazón estaba a mil.
— ¿Uh?
— Alex. A desayunar.
Mi prima Valeria me despertó. Yo estaba asustada, el cuerpo me temblaba. Estaba soñando algo feo, de eso estaba segura. No lograba recordar mi último sueño. Era como haber caído noqueada después del sueño de la lotería.
Asimílalo. No te preocupes. No estás en la casa de cualquiera, estás en la casa de tu prima.
Me fui a desayunar a la mesa y mi tía se despedía de mi prima y de mí para ir a trabajar.
— Se cuidan, niñas. Las quiero. La señora Casandra viene a hacer el oficio normal, ustedes no más le dicen qué quieren de almorzar. Por favor, si se van a ir a la piscina, tengan mucho cuidado de no jugar bruscas. Nos vemos en la noche.
No tenía afán, pero parecía. Ella siempre era puntual en su trabajo y la media hora que permanecía en el trafico la aprovechaba para maquillarse en el carro, claro... teniendo cuidado.
Nos sentamos a comer el desayuno que nos había preparado; avena en hojuelas con tostadas y mantequilla.
— ¿Qué vamos a hacer hoy? —pregunté después de pasar un bocado de tostada.
— Bueno... Podríamos ir a la piscina, o podríamos ir a dar un paseo por el centro comercial. Podríamos ir a comprar ropa —mi prima me miró de arriba abajo—. La mereces. Te vistes como una anciana.
Me llevé las manos a la cara y me toqué la barbilla para asimilar el día que íbamos a tener.
— Vale... Yo no traje dinero suficiente para comprar ropa —le dije empezando a sonrojarme.
Mi prima estaba en pijama, pero no dejaba de ser bonita. Su cabello rubio era precioso y bien peinado. ¿Por qué era tan descuidada conmigo misma para dejar mi vanidad de otro lado?
Tranquila se terminó su desayuno y mientras se limpiaba la boca con una servilleta, me habló.
— Bueno, yo te presto —lo dijo tan natural que no podía evitar sorprenderme.
— No tengo dinero.
— Me lo pagas cuando te mudes. Fácil y sencillo.
¿Pero qué demonios? No era rica como ella.
— ¿Cómo sabes que tengo dinero? —pregunté indignada.
— Porque cuando entré a tu habitación se podían ver esos cerditos. Y puedo decir que en cada uno de ellos tiene más de ochocientos mil. ¡Eres más rica que yo!
— ¡Pero cómo te atreves! —estaba indignada esta vez.
Mi prima abrió los ojos. Luego me tomó la mano y me suavizó el rostro.
— Al, no soy como las demás personas. Yo de alguna manera te entiendo. Pero debes saber que te ves horrible con esas ropas, que parece que fueran trapos.
Valeria tenía toda la mejor disposición de ayudarme, y yo no podía alejarme de la única persona en la cual yo podía contar fielmente.
Asenté con la cabeza tratando de contener el llanto y mi prima habló.
— Ahora, voy por mi bolso y miramos a ver cuánto tengo en efectivo, y cuánto podemos gastar en la tarjeta. Pero primero ve a bañarte. Tenemos un día muy ocupado.
— Vale.
Alisté la mejor ropa que había traído y me la llevé al baño. Me metí a la ducha y me lavé súper bien el cabello. Me estaba enjabonando.
— Alexandra.
Mi prima había entrado al baño.
— ¡Vale, sal de aquí! —grité soltando el jabón.
— Me acaba de llamar mi chico. Vas a tener qué quedarte aquí un ratito mientras yo voy a ver qué es lo que quiere.
Salió del baño como si no hubiera entrado nunca.
Gracias a Dios el vidrio que nos separaba era opaco.
Salí de la ducha para cerrar el baño con pestillo para que mi prima no entrara como un gato. Me juagué todo el jabón que tenía en el cuerpo y ya estaba a punto de salir de la ducha cuando en un momento de descuido, se me había olvidado recoger el jabón y me había resbalado pegándome en el brazo y la costilla derecha. Caí como si me hubiera resbalado de un tobogán.
— ¡Wah! —grité.
El dolor no me dejaba levantarme bien. Esperé mientras tanto hasta sobarme para calmar el dolor. Luego me levanté —claro, con mucho cuidado— y me sequé el cuerpo con dolor.
Terminé de vestirme y salí del baño. Estaba sola. Me terminé de peinar en frente del espejo que quedaba en el pasillo que unía a las tres habitaciones. Me había puesto el pantalón más apretado que tenía, con mis zapatillas negras y una camisa que me quedaba tres tallas más grandes. Me puse un saquito encima y salí a pasar el rato en el castillo mágico. Tomé mi celular y luego recordé que tenía dinero en la tienda. Y también, que tenía mi chocolate esparcible.
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Otra vez tú.
General Fiction¿Te has preguntado lo que hubiese podido pasar si dabas el primer paso? Es la historia de Alexandra y Sebastian. Un par de adolescentes que se conocen en el instituto. Se gustan, pero ninguno se atreve a pronunciar palabra. Pasan unos cuantos años y...