16. Tortuga

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Nos levantamos de la silla del parque y nos fuimos caminando despacio hasta el edificio. Antes de llegar ahí, sentí los pasos de una persona, así que miré para atrás. Solo por cerciorarme de que estábamos solas.

Yo y mi desconfianza con todo el mundo.

Me pareció haber visto a alguien detrás, pero cuando volví a ver de nuevo, ya no había nada.

Tal vez me estoy volviendo loca.

Entramos al edificio y subí la cabeza hasta el techo. Para mí era fastidioso tener que subir cinco pisos y mi cuerpo se sentía como en el desierto; agotada, deshidratada y moribunda. Agaché la cabeza con frustración y primero subí yo. Si iba a subir las escaleras, era mejor subirlas rápido. Así que me armé de valor, cerré los puños y empecé a subir a buen ritmo. Inhalando y exhalando. Llegué hasta la puerta esperando a Valeria. Se había demorado en llegar como cinco minutos. Mi prima abrió la puerta y me pidió que entrara primero. Me senté en el sofá grande y me recosté para mirar al cielo. ¡Sí, al cielo!, porque la ventana estaba al pie del sofá más grande. Había muchas estrellas, el cielo estaba totalmente descubierto y la luna empezaba a menguar.

Quiero verte de nuevo. Reconozco que fue raro, porque nunca creí volverte a ver. Juro que la próxima vez que te vea, voy a decirte que siempre quise hablarte y ser tu amiga. Con lo guapo que estás, seguro que ya tienes novia. Pensaba a la vez que garabateaba con mi cabello.

— Alexandra, ve a alistar tus cosas para ir a la piscina —dijo Vale hablando por teléfono y recostándolo en su hombro derecho.

— Vale —dije jugando con mi cabello.

Me levanté despacio y caminé lento hasta la habitación de mi prima para sacar las cosas que iba a ponerme y a llevar en caso de necesitar. Saqué todo de mi maleta. En otro bolsillo de la maleta había alistado mis cosas de aseo personal y mi vestido de baño que era de una sola pieza. Y bastante viejo.

Me senté en la cama y luego me puse a pensar en las cosas que había descuidado de mí. Mi cabello que estaba tan largo que casi no lo podía lavar bien y aparte estaba abierto de puntas. Hacía meses que no me hacía un corte bonito y a la moda. Mi ropa. Había tenido conmigo la misma ropa desde hace cuatro años, y los pantalones que me quedaban más grandes, los arreglaba para que los pudiera reutilizar. Las camisas estaban descoloridas. Los zapatos que tenía eran zapatillas que me habían comprado mis papás en la época en donde mi inseguridad estaba en tope. Maquillaje... ¡Ay, Dios...! no tenía ni idea de cómo maquillarme, y tampoco hacia el esfuerzo.

Realmente pensaba que no iba a encontrar una razón para arreglarme y recuperar todo ese tiempo perdido conmigo misma.


Estábamos en el baño las dos de frente. Había tenido el des fortunio de ir al baño cuando ella estaba ahí. Estaba con sus amigas, tres de ellas eran las acosadoras del colegio, casi nadie se salvaba de ellas. Altas, delgadas y por desgracia, adineradas.

Cuando las había visto ahí, mirándose al espejo, casi pierdo el control de mis rodillas. Fui tan idiota de no retroceder y salir de ahí. Pero solo me quedé parada como una planta. Luna se paró en frente y luego me miraba de arriba abajo. Se cruzó de brazos.

— Alexandra. Estúpida y fea Alexandra... —me decía Luna caminando a mi alrededor— ¿Aun tiene esa confianza en sí misma para creer que va a conseguir a alguien que la quiera? Me da vergüenza verla tan horrible y fea.

Luna era muy bonita. Medía uno con setenta, tenía el cabello largo y rubio, era acuerpada y delgada. Su rostro en forma de diamante la hacía ver bella, tenía los ojos verdes y la nariz operada. Su boca era delgada y roja. Cejas delgadas y finas y unas pestañas postizas que siempre se ponía porque las suyas eran muy pequeñas y siempre andaba con maquillaje.

— Veo que lo único que tiene bonito es su cabello —suspiró—. Lástima que lo único bonito que tiene, sea lo que ala haga ver más fea.

Me aparté de ella pero luego me dio una bofetada que me dejó medio tonta. La infeliz iba al gimnasio y hacía pesas, por eso tenía tan bonitos los brazos. Las amigas de ella me tomaron de los brazos y una sacó unas tijeras de cortar papel. Me trasquilaron el cabello y me lo cortaron hasta el cuero cabelludo. Me habían dejado casi calva.

Yo lloraba y les pedía que pararan de hacer lo que estaban haciendo, pero la maldad no tiene límite.

Luna y sus perras amigas me dejaron en el baño.

Yo no podía salir así, pero ni siquiera tenía ganas de llegar a algún lugar. Ni donde mis papás, ni donde la directora, pero tenía que ir y pedirle a mis papás que me recogieran de ese infierno.

Cuando decidí Salir del baño, no había niños, el colegio estaba solo. Corrí hasta la dirección y me anuncié con la secretaria.

— Dios... hija, ¿qué te pasó? —dijo la secretaria sorprendida al tiempo que se tapaba la boca.

— Nada —dije con ironía y llorando—. ¿Me hace el favor de llamar a mis papás? —le pedí.

— Claro, mi amor. Voy a llamar a la directora.

La secretaria se fue a llamar a la directora.

La directora llegó de inmediato y me miró como lo había hecho su secretaria.

— ¿Qué te pasó? —la directora le dijo unas palabras a su secretaria en secreto.

— ¡Si le digo, usted no me va a creer! ¡Pero voy a poner una demanda en este colegio! ¡No voy a quedar callada esta vez! —le dije con la voz entrecortada a la vez que gritaba.

— ¡Cuéntame! —exigió la señora.

— ¡Luna me hizo esto! —le grité con los puños cerrados.

La directora se sorprendió y se rió de lo estúpido que había dicho.

— Alexandra. Luna es una niña muy ejemplar, ella no sería capaz de hacer esas cosas. Ella es la representante escolar y también la representante contra el acoso. Ella no sería capaz de hacer algo así —dijo defendiendo a esa zorra.

— ¿Dígame cuanto le pagan los papás de ella para que se quede callada? —estaba indignada.

La directora se quedó muda y perpleja. Mis palabras fueron un balde de agua fría.

— Ellos no me han pagado nada —se defendió.

— Su silencio dijo mucho, señora —le dije.

La secretaria me dio un vaso de agua y me pidió que me sentara con ella.

Me abrazaba y yo lloraba como un bebé. Al menos esa secretaria era un poco mejor persona. Se levantó y se fue a su escritorio para darme un pedazo de papel para limpiarme la sangre que tenía en mi boca.

— Tus padres ya vienen.

Esa era una época en la que nosotros no teníamos dinero, ni siquiera para comer. La que llevaba mis gastos en el colegio era mi tía, que decidió adquirir esa responsabilidad mientras mis papás salían adelante. Fue una época dura, pero que con la mano de Dios, pudimos superar. Al menos en parte.

Me senté en el suelo de la cama de mi prima frustrada. Agarrándome el cabello suave con los dedos. Había muchas cosas que estaba arrepentida de haber hecho y descuidarme, fue una de ellas.

Tengo que tener el valor para verme por primera vez bonita en el espejo. Tengo que ayudar con mi autoestima.

Extrañaba ser la niña consentida de mis papás. La que obtiene lo que quiere. Pero ellos no estaban.


Otra vez tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora