13. Paseo por la ciudad.

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Era un día perfecto para ir a dar una vuelta por la ciudad. Pero primero...

Entré a mi habitación, la arreglé, saqué de mi libro doscientos mil pesos y tomé las llaves. Saqué la bolsa y me despedí de mis papás y les prometí que tendría mucho cuidado conduciendo, que no me tomaría en serio la velocidad. Salí del apartamento y bajé hasta el primer piso donde podría encontrar a mi amor.

— Hoy vamos a dar una vuelta y a comprar algunos accesorios. Vamos a quedar el uno para el otro —le dije.

Saqué de la bolsa el casco y me lo puse, lo ajusté y me subí a la moto, saqué también los guantes y encendí la moto.

Su sonido era música para mis oídos.

Entonces, tomé el embrague, puse la primera marcha y sin poner el acelerador, fui hasta la portería para que me hicieran el favor de abrir la puerta. Después de salir, aceleré un poco hasta dar a la avenida.

Montar en mi motocicleta era lo mejor que podía existir para cuando estaba estresado. De verdad podía divertirme. No pensaba en nada, solo estaba concentrado en las reglas de tránsito y en andar con cuidado en la carretera.

Sentía la brisa en el cuello, y a veces en mi cara.

Esto es vida...

Si hubiera podido cerrar los ojos, lo hubiera hecho, pero era responsable.

Llegué a mi tienda favorita para comprar unos guantes y averiguar por unas botas de pista que quería comprar para que hiciera juego con mi moto.

— ¿Qué más? —me saludó mi vendedor.

— Bien, parce. ¿Qué cuenta?

— Nada, parcero, trabajar como loco —me respondió con su típico acento paisa.

— Ah, me alegra que tenga trabajito.

— ¿Y ese milagro que viene?

— No, pues... que tengo dinero para comprar unos guantes para equiparme mejor.

— Parce, ¿quiere tinto?

— Bueno, gracias.

Jerónimo me hizo sentar en una silla pequeñita al pie de la vitrina porque adentro estaba lleno hasta el techo. Literalmente. Era un sitio especial para motos deportivas, como la mía. Tenía cascos, posa pies, asientos, anti caídas, guantes, botas, chalecos, cintas reflectivas, chaquetas, rodilleras, mochilas, bragas para cuello. Y si me pusiera a especificar cada accesorio, me quedo corto. Jerónimo tenía de todo.

Me quedé sentado juicioso en mi sillita con el casco entre las piernas hasta que llegó mi amigo.

— Qué pena, es que me encontré con una clienta, pero aquí le tengo su tinto —mi amigo se disculpó.

— No, tranquilo.

Mi amigo aprovechó el tiempo quieto que hubo para hablar conmigo.

— ¿Cómo le ha ido? —me preguntó.

— Um, bien. La universidad es genial, pero ahorita me tienen hasta el cuello con tanta tarea, parciales. Menos mal ya terminé de hacer las tareas que tenía que hacer en vacaciones. Aun no deja de estresarme.

— Haga el esfuerzo, más adelante va a ver que es pan comido. Tómele amor a las cosas.

— Si, voy a hacerlo —fui sincero.

— ¿Y la novia? ¿Está juiciosa? —me preguntó con una sonrisa.

— Jum, ahí vamos.

— ¿Todavía sigue con esas cosas?

— Sí, no me enorgullece, pero sí. ¿Pero sabe? —mi amigo asentó—. Ya no quiero salir con ella. Estoy más solo con ella que sin ella.

— Si eso es lo que quiere, hágale. Pero aclárele las cosas porque una mujer es un mundo diferente al de nosotros y ellas siempre van a tomar las cosas por donde no son. Ay... dígamelo a mí.

Yo lo miré dudoso. Pero si me ponía a pensar, los paisas siempre eran coquetos y picaflores, pero eran serios después de todo.

— ¿Y las cosas con su esposa? —le pregunté.

— Súper bien, no demora en venir a acompañarme el resto de la tarde.

Parece que todo el mundo tiene a su amor. Todo es color de rosa para ellos. Que fastidio.

No había notado que hice un gesto de repulsión, porque Jerónimo habló.

— ¿Qué? ¿Es que le da fastidio, o qué?

Yo meneé la cabeza en parte por lo que me dijo y en parte porque había adivinado lo último que pensé.

— No, no lo malinterprete. Es que...

— Vea, muchacho. Se lo digo por la experiencia. Cuando menos se dé cuenta, va a aparecer la persona que quiere. Pero tenga paciencia.

— Voy a terminar por odiar esa palabra —le dije con una carcajada.

— Vea, preocúpese por su estudio y por salir con muchachas, cuando esté harto de esas cosas es cuando se va a dar cuenta de que quiere algo serio.

Por dentro me decía que había salido con varias muchachas —algunas de ellas fueron romance de una noche— pero ahora quería experimentar lo que se sentía ser querido y cuidado. Y viceversa.

— Veremos qué pasa.

— Si...

Terminé mi bebida y luego le pedí a mi amigo los guantes que quería.

— Parce, era para saber cuánto cuesta un equipo completo, ya sabe... chaqueta, botas...

— Parcero, me llega la otra semana unos accesorios de primera calidad. Pero eso sí, es muy costos. Vale la pena.

— Si, le creo. Entonces vengo la otra semana a ver qué puedo ahorrar.

— Bueno. Nos vemos luego.

— Chao, que venda y que Dios lo bendiga.

— Amén.

Me despedí y me fui.

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Otra vez tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora