26. Inspiración.

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Había pasado ya una semana pasada desde que la dejé de ver. Ella no daba señales de estar en el conjunto y por momentos pensaba en que Esteban había hablado con Alexandra de que se alejara de mí. Salía todos los días temprano a hacer ejercicios en el parque y de paso estaba pendiente de verla cruzar a la tienda o al parquecito. Un día salí, después de hacer mi rutina de ejercicios al domo donde una vez la vi, y donde también tuve la estupidez de decirle enferma delante de ella. Estaba estresado y desesperado. Era como ese sentimiento de nuevo. Como cuando tenía dieciséis. No me acordaba de la muchacha. Pero me sentía mal por no haber tomado cartas sobre el asunto. Desde ese día, juré jamás volver a ser inseguro de mí mismo e intentarlo.

Hablé con mi mamá y mi papá y me dijeron que estaban muy felices juntos, que se iban a quedar otra semana más y que ya me habían consignado dinero para sostenerme la próxima semana. Tenía muy claro lo que iba a hacer cuando me graduara e hiciera mi especialización; trabajar con mi papá y ser independiente. Estaba seguro que podía valerme por mí mismo.

Me encontré con Baco en la casita del parque y hablé un rato con él a la vez que hacíamos barras.

— Parce, lo veo como aburrido —comentó él.

— No. No pasa nada —dije a la vez que hacía mis abdominales en el suelo.

— Hace rato no lo vemos, ni siquiera vamos a fiestas —se unió a mí.

— No tengo ganas de ir.

— ¡Vamos! ¿Qué le cuesta? —suplicó.

— Tengo planes de ir tras una niña divina —estaba descansando para continuar con mi rutina.

— ¡Ya no pasamos tiempo como amigos! —bromeó imitando a una mujer desesperada.

¡Ugh! No me voy a quitar a este man de encima.

Paré de hacer mi rutina y me senté, bebí una bocanada de agua y me mojé la cara.

— ¿Cuándo? —puse mis manos detrás de la espalda para sostenerme.

— Hoy. Es a las diez de la noche en el salón de eventos del conjunto.

¡Cerca!

— Bueno. Yo voy.

Tal vez necesitaba un poco de diversión y pasarla más tiempo con mis amigos. Estaba un poco estresado y necesitaba un respiro. Hicimos la rutina de ejercicios los dos y después nos fuimos cada quien para su apartamento.

Estaba pensando en lo que me iba a poner y fui a la tienda para comprar algo para comer. Apenas eran las nueve de la mañana y estaba hambriento.

Entré a la tienda y justo ahí estaba una señora de unos cuarenta años con una cantidad enorme de bolsas. Las conté, eran seis, y todas grandes. ¡La señora había hecho mercado para un mes!

— Mejor vengo ahorita por las bolsas —dijo la señora resignada.

Se iba a ir pero luego se me ocurrió algo.

— Señora, si me permite, puedo ayudarle —le dijo como lo hacía con los otros vecinos.

— Gracias, joven. Me es de gran ayuda —dijo la señora cargando las dos bolsas más livianas.

— No se preocupe —sonreí.

Nos fuimos caminando hasta llegar al parqueadero que estaba al pie del domo pero luego la señora me pidió que hiciéramos una parada, porque le dolían los dedos y los brazos. Se compuso un poco y continuamos. Entramos por el edificio donde vivía Esteban.

Otra vez tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora