Fui a mi cuarto a buscar mi vestido de baño —que digo, mi pantaloneta— y puse todo lo que iba a llevar en una maleta mediana de viaje. Quería llegar más rápido que ella para poder verla cuando llegara.
Hoy voy a tener el coraje de hablarle y ver qué pasa.
Fui a ver dónde estaban mis papás y una vez más, me habían dejado solo. Ese día no me importaba mucho. Sólo quería ver a la enferma. Tenía tanta confianza en mí mismo, que estaba seguro que iba a hablarle. Lo presentía.
— ¿Qué más, parce? —preguntó Baco.
— Bien, aquí súper puntual —dije mirando a la entrada e ignorando a mi amigo.
— ¿Vamos a hacer una competencia? —preguntó animado.
— ¿De qué? —respondí dudoso.
— Tocando el fondo con el pecho.
— Vale, pero ahora no —dije acomodándome más y poniéndome una gorra de beisbol que mi papá me había traído de los Estados Unidos.
— Bueno... yo voy a nadar —dijo mi amigo corriendo hasta el agua.
Se volteó para hacerme un saludo militar y resistió el gesto hasta que entró al agua.
Me recosté en la silla y estiré los pies.
Andrés estaba hablando con Esteban y luego se giró para charlar. Contándome de él, me dijo sobre una competencia matemática que había a nivel regional. Me estaba contando que el grupo ganador se iría de viaje al Eje Cafetero con todos los gastos pagos y que estaba practicando mucho para esa competencia.
— No puedo esperar. Es la semana que viene —dijo mi amigo estirando una pierna y cruzándose de brazos detrás de la cabeza—. Sé que voy a ganar ese reto, es personal —dijo serio—. Mi rival va a competir ahí, por eso tengo que esforzarme más.
Me sorprendió lo que me dijo.
— ¡Pero usted no tiene enemigos! —se me ocurrió decir lo último.
— No, o sea, me refiero a mi rival de campo. Es que ella me ganó el año pasado.
¿Ella?
— Ah... —pensé.
Me estaba hablando de su rival y lo mucho que la odiaba por haberle ganado en un campo que para él era algo sencillo.
Mirando en la reja que dividía la piscina con los baños, vi a la enferma con su amiga, la rubia. Ambas estaban regias. La rubia con su cuerpazo moldeado en gimnasio y la enferma con su traje de baño rosado con azul y su cuerpo delgado. Y pese a su condición, no era flacuchenta, más bien era acuerpada y con una cintura medio delgada. Era como ver el cuerpo de una bailarina de valet.
Había entrado tímida y agachaba la cabeza para que nadie la viera. Se le notaba que lo era y que no le gustaba hablar con nadie.
Me tapé la cara con el puño de mi mano derecha mientras sostenía el codo con el brazo izquierdo.
La rubia saludaba a los asistentes con la mano como lo hacía una reina de belleza. Sonriendo y hondeando la mano al ritmo que caminaba. Pero fue ahí cuando vi que mi amigo Esteban la saludó y comenzaron a hablar y reír fluidamente.
¿Así que son amigos?
Algo tenía que tramar para poder hablarle más fácil a la enferma.
La enferma era pequeñita al lado de mi amigo y su amiga. Y eso me hizo desear abrazarla hasta dejarla sin respiración.
Su cabello era largo, le tapaba el pecho y las puntas terminaban en su cadera. Parecía una virgen de pueblo.
¿Y si ella es...? Pensé con picardía.
No pude evitar sonreír con ese pensamiento que ahora me hacía estar más seguro de querer hablarle. No podía dejar pasar la oportunidad de poder imaginar algo tierno.
Mi amigo hizo un ademan en nuestra dirección y la rubia y la enferma giraron donde estábamos los tres.
No sentí a Baco llegar.
Mi corazón dejo de palpitar cuando nuestras miradas se encontraron. No fue prolongado, pero lo sentí así.
Todo el calor de mi cuerpo se fue a la cara.
Esta sensación se me hace...
— Familiar —dijo Baco.
Me sacudí la cabeza.
— Familiar, ¿qué? —pregunté frunciendo las cejas.
— Que una familiar va a venir de Ibagué. Eso creo.
— ¿Y quién es? —pregunté curioso.
— Mi tía Inés. Viene a Bogotá para visitar a un amigo de la familia que está de luto.
— Ah...
— Si... ella lo quiere como a su hijo.
Se le podía ver a Baco feliz.
— ¿Qué amigo? —pregunté.
Me iba a decir su nombre pero Esteban llegó a sentarse con nosotros.
— ¿Qué le dijo la muchacha? —preguntó Baco a Esteban.
— Que no quiere conocerlos, y que le cae mal Sebastián.
— ¡Yo! —exclamé sentándome a la vez que me ofendía—. ¿Y por qué?
— Quién sabe. De pronto piensa que usted es muy creído.
Creído yo... Si era la persona más humilde del mundo.
Las muchachas dejaron sus pertenencias en una silla y vinieron corriendo tomadas de las manos hasta el otro extremo —donde nosotros estábamos— y la rubia se subió al trampolín para entrar con un clavado casi perfecto. Mi amigo Baco, que sabía del tema de la natación, aplaudió como loco. De hecho casi todos la aplaudieron. Salió a la superficie como una campeona. La otra muchacha estaba sentada mojando sus piernas y luego casi todo su cuerpo. Parecía una niña pequeña —que realmente lo era— jugando por primera vez con el agua. Podía verla feliz.
Me levanté de la silla para acercarme a ella pero la niña ya se había hundido al agua. La seguí con un clavado. En el fondo la enferma se mantenía y no pude aguantar las ganas de tocar su cabello cuando estuve cerca de ella.
Soy un enfermo.
Me hice casi al frente de ella y la veía manotear para no subir a la superficie. Vi que tenía sus ojos puestos en mí.
No quise molestarla más y me salí de la piscina para seguir viéndola de lejos. Me senté en la silla y de repente sonó el teléfono. Era Marisol.
— Hola, ¿cómo estás? —pregunté aburrido.
— Hola, amor. Estoy súper bien. Llamaba para ver si nos veíamos para ir a cine.
A la hora que se le daba por llamar.
— Estoy con mis amigos, no creo que pueda.
— Pero... —dijo balbuceando.
Le colgué el teléfono.
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Otra vez tú.
Ficção Geral¿Te has preguntado lo que hubiese podido pasar si dabas el primer paso? Es la historia de Alexandra y Sebastian. Un par de adolescentes que se conocen en el instituto. Se gustan, pero ninguno se atreve a pronunciar palabra. Pasan unos cuantos años y...