25. Temor.

54 7 10
                                    

— Bueno, amigo... —le dije a Midnight dándole la mano—. Espero verte pronto.

El lobo, como si hubiera salido de un cuento de hadas, o una película de ficción, me tendió la pata y subió el hocico hasta el cielo para luego aullar.

— Nos vemos luego, Sebastián —dijo D.J.

— Vale. Ya le di mi número de apartamento, pase cuando quiera.

— Lo haré.

D.J y su lobo dieron vuelta y se fueron a su hogar.

¿Cómo era posible que dejaran tener un lobo en cautiverio? Era muy extraño que la gente no fuera capaz de distinguir entre un perro y un lobo. ¡Yo lo hacía! Y otra cosa, ¡era bien adiestrado el lobo por cómo se expresaba! D.J era una persona agradable, raro el tipo, pero buena persona, eso se veía.

Fui a la tienda por golosinas y me encontré con Esteban.

— ¿Qué más, parce? —pregunté yo a la vez que abrazaba a mi amigo y le daba unas palmadas en la espalda.

— Comprando algo de fruta... —tenía varias frutas en el canasto.

— ¿Qué jugo va a hacer? —le pregunté sonriente.

— Algunas frutas son para jugos. Las otras para comer.

— No le veo la proteína.

Mi amigo me fulminó con la mirada. Algo había olvidado.

— Soy vegano —terminó él.

Iba a hacerle un chiste sobre el tema pero luego me retracté para contener una carcajada. Mi amigo continuó.

— ¿Quiere manzana? —preguntó amablemente.

— Bueno... ¿quiere ir a jugar videojuegos? —mi tono casi fue suplicante.

Mi amigo me miró de pies a cabeza.

— ¿Con usted? No. Olvídelo. Usted es muy depresivo cuando está solo. Mejor invito a Andrés y a Baco. ¿Sí?

No me lo esperaba, pero bueno. Desde que tuviera buena compañía, no me importaba.

— Si quiere yo los llamo —dijo él.

— Pasemos por ellos.

— Bueno.

Esteban terminó de comprar su mercado y dejó las cosas en su departamento. Quedaba al pie de un edificio que quedaba en frente del domo. Me hizo subir cinco pisos hasta llegar con la lengua fuera. Al pie del apartamento, había un anuncio que decía "SE VENDE" en el apartamento de al lado, me sorprendió mucho. Era de los pocos apartamentos que no se vendían por la cantidad de pisos que tocaba subir. Ya llevaba más de diez meses el aviso. Incluso el papel estaba descolorido y sucio.

— Nunca lo van a vender... —dije pesimista.

— No. Ya lo compraron. La semana pasada vinieron a verlo y parece que les gusta.

— Ah, qué bueno. Hay que darles la bienvenida —dije amistoso.

— Sí. No sé si la conoce, pero mi amiga, la rubia de la piscina...

— Si... —dije interesado.

— ¿Conoce a la prima de ella?

Negué tratando de pensar.

— No. No recuerdo.

— La prima de ella se llama Alexandra...

La mente se me hizo un ocho al escuchar a mi amigo decir su nombre. El cuerpo me empezó a vibrar de emoción cuando me enteré de esa buena noticia. El corazón no lo sentía en el pecho y sin querer perdí el hilo de la conversación.

Otra vez tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora