14. Observada.

55 10 2
                                    

Salí del apartamento a eso de las dos de la tarde. Fui a recoger mi dinero y esta vez ya no iba a ser ninguna cobarde si me lo llegaba a encontrar de nuevo. No, señor.

— Buenas tardes —dije valiente, pero mirando a todos lados.

— Hola, hijita. ¿Viene por el cambio? —preguntó amable el señor.

— Sí, señor —dije sonriendo.

— Cómo no.

Me dio el dinero y me despedí del señor. Pero luego quise comerme un helado con chocolate y volví a entrar. El señor me despachó y pagué.

Me senté en un banco de metal —vaya a saber qué tipo de metal— y me comí mi helado como una niña pequeña.

Changos, no tengo llaves. Oh, no...

Me fui hasta el castillo y me recosté sobre el puentecito y dejé que el sol me calentara un poco.

Aquí se había hecho el pelirrojo.

Pero el sol me estaba calentando más de la cuenta, entonces me hice en el puente de plástico.

Cabeceando una y otra vez, por culpa del sol estaba a punto de quedarme dormida. Cerré los ojos y pensaba que mi prima no demoraría en llegar al apartamento. Escuchaba el viento en los árboles, el entrar y salir de los autos y de las motocicletas. Veía el ir y venir de las nubes cuando tapaba el sol. Y no pude más, me quedé dormida.

Me sentía observada, ¿cómo no? Si estaba durmiendo en la casita y unos niños fueron a jugar un rato. Luego me pidieron que les diera permiso para poder jugar.

Me hice al pie del rodadero y los veía jugar. Eran dos niñas jugando a las princesas, igual como lo hacíamos mi prima. Una vestía de rosado y otra de azul. Jugaban como si no tuvieran problemas en la vida, como si la vida les sonriera. Se les veía felices. Luego se fueron a comprar unos helados y regresaron.

Una apareció detrás de mí.

— Toma —dijo una voz suavecita.

— ¿Para mí? —dije abriendo los ojos.

— Sí. ¿Podemos hacernos contigo? —preguntó la otra niña.

— Por supuesto que sí.

Las niñas eran preciosas. Eran morenas con el cabello rizado. No debían tener más de doce años.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó la de rosado.

— Mi nombre es Alexandra. ¿Y el de ustedes?

— Mi nombre es Sasha y el de ella es Misha.

— Ah... mucho gusto —dije dándole un mordisco al chocolate.

Me sentía... ¿cómo se dice cuando sientes la presencia de alguien que no sabes de donde es? Ah, si... vigilada. Miré para todos los lados, pero no había nadie. A excepción de unas señoras haciendo deporte en el paso a unos seis metros de nosotras. Un par de chicas en una banca y un tipo sentado en una moto con un casco. Vi que estaba buscando algo. Tal vez sus llaves.

— ¿Cuántos años tienes? —preguntó Misha.

— Tengo dieciocho.

— Te vez muy bonita —dijo la misma.

— Gracias.

De verdad estaba incomoda. Buscaba la persona que me estaba mirando. Luego sentí una mano en el hombro.

— Te estaba buscando.

Me giré rápido y asustada.

— ¿Por qué te demoraste tanto?

— Salí a tomar un café con mi chico —dijo mi prima.

— Ah... y me dejaste aquí sola, y sin llaves.

— Lo siento mucho. Pero no podía perder la oportunidad —mi prima replicó.

— Ah... bueno, como sea —no quise hablar más del tema. Además, mi prima no estaba atada a mí.

— ¿No se te ocurrió la idea de ir al apartamento y timbrar a la señora del aseo?

La miré a los ojos. Luego me reí.

— No. No me acordaba.

Me arqueó las cejas.

— Vamos. Tengo mucho qué contarte.

— Si, por favor.

Mi prima había llegado con una felicidad incontrolable y ella no podía más que tararear al son de una canción que no entendía.

— Vamos a comprar un helado y luego volvemos a venir. Ah, y vamos a la piscina a las seis de la noche.

— Vale.

Mi prima compró el mismo helado que comí yo. Salimos de la tienda.

— ¿Y cómo se llama tu novio?

— Se llama Lucas. Tiene veinte.

— Ah, bueno —se adelantó a mi pregunta.

— Ya somos novios. Estábamos en la cafetería y de repente me dio un beso en la boca. Yo por supuesto no me negué, pero me aparté para que no creyera que era fácil. Ya sabes...

Otra vez mi prima hablando hasta por los codos. Le ponía cuidado, pero es que me contaba con lujo de detalles todo lo que habían hablado. Desde su pequeña pelea, hasta la reconciliación.

Nos sentamos casi dos horas hablando sobre su novio, el día largo que íbamos a tener el sábado y también lo que haríamos cuando llegáramos a la piscina. Amaba el agua. Nadaba perfectamente.

'mso-l~X .

Otra vez tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora