Capítulo 18

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Katsuki

Camino lentamente. El barro que hay por la lluvia me está ensuciando las botas y no podría importarme menos. Tampoco me importa que las personas se me queden viendo.

Porque estoy aquí para cumplir mi papel en esta sociedad.

Cumplir una misión que se me impuso.

Soy un héroe. Uno que no debería importarle cosas tan triviales como lo es un sentimiento ajeno al trabajo.

Según las pistas que reuní, él está en la última casa, alejado de todos los curiosos.

A pesar de que pedí venir solo, tanto Red Riot, Shoto y Uravity están a las afueras de la ciudad, bloqueando las rutas de escape.

La Liga no lo va a salvar. Himiko Toga, después de varias situaciones que no valen la pena mencionar, decidió que era el momento para confesar que Deku no estaba en una alianza con ellos y nunca lo estaría. Esa unión fue solo para conseguir a Eri y nada más.

Ya lo sabía.

De algún modo, aunque no quise creerlo, sí habían verdades en lo que él decía.

Veo la casa. Desgastada, amarillenta y ridículamente fea.

Apresuro mis pasos. Quiero acabar con esto cuanto antes. Quiero irme de aquí.

Si tengo suerte, apenas veré su rostro antes de atraparlo e impedir que se vaya. Le enviaré una señal a los otros y se encargarán de él.

Yo no tendré que hacer nada más.

No quiero hacer nada más.

Cuando por fin estoy frente a la casa, abro la puerta de golpe.

El panorama es confuso. Más que nada porque la niñita que todos juramos, sufría crueldades por parte de él, está sentada en un sofá, con un libro en sus manos y ahora me mira directamente.

También está él, que de pie frente a la puerta de una habitación, a espaldas de mi, suelta una carcajada.

—Kacchan, ¿Himiko me delató?

La pregunta ni siquiera vale. Su voz dice que ya lo sabe. No es necesario que responda.

—Deku —digo, extendiendo mi mano hasta él—. En nombre de la sociedad de héroes, quedas detenido y condenado a prisión. Entrégate sin luchar y será mejor para ti.

—Eri está sana y salva.

Tomo a la niñita del brazo, que suelta un jadeo de sorpresa por la brusquedad.

—La secuestraste. Nada me dice que no le hiciste algo más. Rindete y acabemos con este juego ahora. Estoy cansado de jugar.

Y entonces se da la vuelta.

Mi pecho se contrae al ver su rostro. Ese rostro que siempre estaba lleno de burla y desafío, ahora me mira desolado. Esos ojos retadores, ahora están llenos de lágrimas. Ya no hay sonrisa alguna.

—No sería capaz de tocarle uno de sus cabellos en contra de su voluntad —susurra, tomando el pomo de la puerta—. Solo la traje para cumplir una promesa que ella me hizo.

—Izuku quería que devolviera el cuerpo de su padre a la normalidad de su juventud —dice la mocosa, preocupada—. Eso no es algo malo, ¿verdad? Él me dijo que ya no sería más un villano...

Ella dice eso.

Pero en esos ojos que por primera vez me expresan algo que no sea mentira, hay demasiado. Mucho que yo no logro entender.

—Ve afuera y busca a Ochako. Ella te va a llevar con Shota —farfullo.

—¡De acuerdo! ¡Nos vemos, Izuku! ¡Te quiero mucho, hermanito mayor! —suelta la niña, saliendo de la casa y corriendo con la misma alegría de siempre.

Miro a Deku, que sin esperar más tiempo, abre la puerta por completo y entra, haciéndome una señal para que lo siga.

Algo me dice que no es una trampa.

Avanzo, aún manteniendo mis sentidos alerta.

Y veo que hay dentro de la habitación.

En la cama, hay un cuerpo. Las sábanas están manchadas de sangre al igual que el suelo y parte de la pared. No tiene ojos, pues se los quitaron. Su carne está llena de cuchillos que solo se quedan en su estómago. En el pecho, hay una gran cruz también hecha a tajos. Sus brazos están sin la capa de piel, dejando la sangre seguir cayendo. En el cuello hay al menos diez agujas casi hundidas por completo.

—Te presento a mi padre, Kacchan —habla Deku, sin una pizca de emoción en su voz—. Kinaro Midoriya. Dueño del prostíbulo donde trabajaba mi madre. Y el mismo que dio la orden de torturarla hasta morir por desobedecer el mandato de deshacerse de mi. ¿Quieres saber algo más sobre él? Lo tenían por héroe en este lugar, porque era una buena persona. Hasta que un accidente lo dejó paralítico. Cuando conocí lo que él don de Eri podía hacer, le hice prometer que me ayudaría a restaurar su cuerpo para que estuviera sano y salvo. ¿Sabes para qué?

—Para torturarlo hasta matarlo —contesto lo obvio.

Sus ojos chocan con los míos.

—Antes de que me lleves contigo y esos héroes patéticos me hagan lo que quieran, ¿Me vas a escuchar? Al menos, una última vez. Creo que te tengo mucho que contar.

—Habla.

Incorrecto (Katsudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora