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—¡Hunter! —Grité a pleno pulmón aterrado en medio del alboroto—. ¡Sikio! ¡Morani!

    Miré a mi alrededor. El sol hacía rato que se había ido. Nuestra manada, Tsalala Pride, acababa de sufrir un violento ataque a manos de unos humanos. El caos reinante me impedía, incluso, orientarme.

—Creo que he escuchado algo cerca— oí que le decía uno de aquellos cazadores a los demás.

—Escóndete, Alexander— susurró Morani a mi lado.

     Suspiré al borde de las lágrimas obedeciéndolo. Mi hermano frotó su cara contra mi lomo tratando de reconfortarme.

—¿Dónde están Hunter y Sikio?

—Shhh...

     Los hombres, enormes y aterradores, para unos cachorros cambiantes de león, pasaron a pocos metros de nuestro escondite. Contuve la respiración cuando el potente foco se posó sobre nosotros. Nos habían descubierto.

     Los cazadores, preparando las armas, comenzaron a caminar hacia la frondosa vegetación donde nos ocultábamos listos para atraparnos.

—Con lo que me gustaría disecar a estos cabrones y ponerlos en la entrada de mi casa...

—Ya sabes que nos pagan por capturarlos. Las atracciones con cachorros atraen a muchos turistas. Pero, ¿qué...?

     Estaban ya a pocos metros de nosotros cuando la manada de elefantes echó a correr en estampida hacia ellos con la matriarca, Green en cabeza. Los humanos los esquivaron por poco, se pusieron en pie y volvieron a encañonarnos.

—¿De verdad creéis que una buena idea, putos despojos?

     Morani y yo giramos las caras hacia la profunda voz de mando que venía por detrás de nuestra posición.

—¡Makhulu! —Gritamos aliviados.

—T, atacad— le pidió al hombre que se convirtió en un enorme león de poco más de doscientos kilos mientras él se quedaba atrás con las hembras cuidando de nosotros.

     Estábamos salvados. Eran Mapogo Pride, los que reinaban sobre el Sabi Sands. Makhulu era el líder de aquella coalición. Había nacido en otra tribu, pero los Mapogo no dudaron en acogerle cuando él entró en la adolescencia. En agradecimiento, Big Mak, nunca dejó de proveerlos con las mejores presas y los mejores territorios. Se encargó personalmente de entrenar a los cinco hijos del anterior alfa: Terence, al que llamaban T. Gideon (El Guapo). Robert (Rasta). Charles (Shaka) y Skorro. Esa era, al menos que yo supiera, la historia oficial.

     Los humanos corrieron a ponerse a salvo. Subieron deprisa a los vehículos y arrancaron violentamente. La caja en la que habían metido a Hunter y a Sikio cayó al suelo. Mis dos hermanos lloraban de forma lastimera rogando que les salvaran.

T, El Guapo, Rasta, Shaka y Skorro les liberaron con cuidado de no lastimarlos. Yo era un cachorro de unas seis semanas, unos cuatro años humanos. Era el menor de la manada que habían masacrado.

—Llévatelos de aquí, nena— le pidió Makhulu a su reina—. Que no vean nada que no deban.

     Me agarré a la mano de Morani, el mayor de mis hermanos que por aquel entonces tenía unos diez años y seguimos a las bravas guerreras del Mapogo Pride.

     Miré por encima de mi hombro a nuestro rescatador, el rey Makhulu. Él me sonrió tratando de reconfortarme.

—No os preocupéis, cachorros. Todo irá bien.

     Subimos a los vehículos y pusieron rumbo a la fortaleza de Sabi Sands.



Scarface: El último Mapogo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora