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     Soy una mirona. Lo reconozco. Una sucia mirona... en mi defensa diré que Alex está demasiado bueno. Ese puntito macarra que tiene. Esa sonrisa de estrella de cine. ¡Si es que hasta la cicatriz le queda de infarto!

     Tras el entrenamiento Alex se fue directo a las duchas del gimnasio. Como mi cometido era ser su sombra me tocó ir tras él. Me puse a hacer ejercicio con las máquinas mientras él se iba a las duchas. Pero mi cerebro se puso a hacer de las suyas, así que cuando me di cuenta... Bueno, aquí estoy espiándolo como una mirona guarrona.

     El agua caía por su rostro. Él miraba al techo. Por una vez mis ojos recorrieron su cuerpo sin ningún tipo de pudor. Los fibrosos brazos estaban cubiertos de tatuajes del Mapogo Pride. Miré su pecho con el fino vello oscurecido por el agua y seguí la línea descendente hacia casi llegar al pubis. Me puse realmente cachonda, como nunca antes lo había estado en toda mi vida. Deseaba que esas fuertes manos que enjabonaban aquel fibroso cuerpo me acariciaran y me hicieran volar. Mi vista se clavó en aquella zona de su anatomía con la que estaba obsesionada desde el mismo día en que pisé Sabi Sands y me llevó a visitar la Laguna de las Perlas. Mi cuerpo entró en erupción al verla, semi erecta, con la punta clara apuntando perezosa hacia mí. No me pude aguantar por más tiempo y salté a sus brazos sin que me importara ir vestida.

     Alex me miró asombrado sin esperar aquel asalto a su intimidad. Se repuso con rapidez y me alzó a horcajadas para que nuestros labios se encontraran. Nuestras lenguas se saborearon con rabiosa intensidad, como si ambos lleváramos demasiado tiempo esperándolo. Separamos nuestros labios cuando nos quedamos sin aire. Alex giró conmigo y pegó mi espalda contra la pared. Me daba igual mojarme con aquella agua fría mientras volvía a besarme. Nos miramos a los ojos. Alex introdujo su lengua en mi oreja haciéndome gemir como una gata en celo.

—¿Quieres que te folle, gatita? —Ronroneó en mi oído con una profunda voz que jamás le había escuchado y que sonó terriblemente sexy.

—Sí, Alex. Quiero que me folles. Muy duro. Muy guarro. Muy dentro.

—Eres una gatita muy guarra.

—Tú me has hecho así de guarra— aseguré mientras mordía con firmeza mi clavícula en clara señal de dominio—. Y lo único que me provocas son pensamientos muy, muy guarros.

     Alex subió mi corto top de deporte y chupó mis pezones con mucha lascivia, haciendo que me sintiera poderosa y muy deseada. Entonces se arrodilló. Colocó mis piernas en sus hombros y se separó lo suficiente como para destrozar el centro de mis mallas así como el tanga. Sujeté el cabello, que casi llegaba a sus hombros ya, en una coleta y lo obligué a mirarme.

—Te voy a pegar tal follada que no vas a poder caminar en unos cuantos días.

     Grité con su lengua hurgando en todos los rincones de mi intimidad. Era algo áspera. Con el toque justo para hacerte ver las estrellas.

     Moví mis caderas en su rostro indicándole que necesitaba que se adentrara en mí. Alex tenía su cara muy pegada a mí aspirando mi aroma. Gemí al borde de la locura con su lengua invadiéndome.

—¡¡¡AAAH!! —Chillé horrorizada. Él me miró desconcertado y giró la cara al punto al que yo miraba.

—Creímos que estaban matando a alguien— Sikio, el desvergonzado, estaba en la puerta con una amplia sonrisa—. Suena como cuando despellejas a un...

—¡Largo! —Rugió Alex haciendo que mi interior se encogiera pero ésta vez abochornada.

     Escuché otras voces fuera de mi campo de visión y sentí una vergüenza tal que me quería morir.

Scarface: El último Mapogo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora