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Días más tarde:

Alexander:

—Tenemos que tratar de calmar las cosas entre T y nuestro padre— Propuso Morani mientras nos dábamos un baño en un río cercano a la fortaleza.

     Habíamos salido de allí para poder hablar los cuatro con tranquilidad e idear un plan.

—T está frustrado, no solo por la muerte de Rasta, sino también por la pérdida de Phoenix— apuntó Sikio flotando boca arriba.

—Lo sé, hermanos— dije yo—. El problema es que todo esto recae de lleno sobre nuestro padre. La actitud de T, aunque comprensible, no ayuda en absoluto.

—Deberíamos dividirnos para reforzar la posición de Makhulu— afirmó Hunter—. Dos de vosotros permanecéis al lado de nuestro padre. Dos de nosotros nos quedamos con los tíos T y Shaka. Hacemos de enlace entre ellos y...

—Acabamos con una maldita coalición dentro de la principal, ¿no? —Interrumpió Morani—. Sé lo que intentabas, Hunter. Pero separar a los dos pesos pesados no es la maldita solución.

—Y, ¿qué propones?

—Hacer que vuelvan a trabajar en equipo como cuando eran, precisamente, los Mapogo. Makhulu los llevó hasta donde llegaron, precisamente por los puntos de vista de T. A veces los seguía y otras veces se fiaba de su instinto. Terence es un general, al igual que nuestro padre. Creo que lo que les tenemos que recordar a ambos es que la seguridad de Sabi Sands depende de lo unidos que estén.

—Padre apenas tiene en cuenta mi punto de vista y soy el heredero, yo... ¿Qué pasa? —Pregunté.

     Mis hermanos me miraban fijamente como si yo fuera una especie de presa o algo por el estilo.

—Creo que es hora de ponerte al mando, cachorro— la recia voz de mi tío T me hizo pegar un respingo. 

—¡Joder! ¿Cuándo coño has llegado? ¡Deberías ponerte un maldito cascabel!

—Debería despedazaros por el maldito acto de traición que pensabais cometer. Es una suerte que eso se me haya ocurrido a mí y no haya salido de ninguno de los cuatro, ¿verdad, Makhulu?

—Cierto, T. Aunque vuestras intenciones son buenas, eso hubiera seguido contando como acto de traición.

     Los cuatro nos quedamos en silencio a esperas de lo que decretara el rey. Pero fue T quien tomó la palabra.

—Makhulu y yo seguiremos discrepando mientras él esté al frente. Y eso no es bueno para nadie. Así que hemos decidido por unanimidad nombrarte rey de Sabi Sands, Scarface. La entronización tendrá lugar en los próximos días. Mosqueteros, tendréis que brindarle todo vuestro apoyo a vuestro hermano. 

—Pero, padre. No sé si estoy preparado.

—T y yo nos mantendremos a tu lado en calidad de consejeros. 



Cuatro días después:

—¿Vosotros sabíais que la jodida entronización iba de esto? —Miré a los gemelos y a mis tíos T y Shaka. Todos sonreían con un brillo travieso en los ojos—. Me cago en la puta... 

—¿Qué coño esperabas, cachorro? ¿Una mierda de esas como hacen los humanos? —Escupió Shaka con rabia.

—No, joder... Pero habría estado bien decirme que la entronización significa "pelearme con mi padre por un cacho de tierra".

—¿Un cacho de tierra? —Gruñó Shaka. T le lanzó una seria mirada de advertencia.

—Sois guerreros. Lo que se hereda es un territorio que tenéis que cuidar con vuestra vida. Es normal que el rey se despida con una última batalla y que el futuro líder demuestre lo que vale.

—¡Es mi padre, joder! Nunca lo he vencido ¡Me va a hacer mierda!

—Bueno, Scarface. Si Makhulu te destroza eso significará que no vales nada. Que todo esto te viene grande y que el motivo por el que acabaste con una cicatriz es porque no eres otra cosa que un puto gato doméstico.

     Miré con rabia a Shaka.

—No insultes a mi mujer.

—Tu mujer tiene más pelotas que tú, aún siendo una gatita.

—¿Os acordáis de cómo era de cachorro? —Sonrió T con nostalgia—. Eso era tener huevos.

     Lo miré enfadado. 

     Las coaliciones y las manadas ya estaban en sus respectivos puestos, así como los jefes tribales. Miré al palco. Lullaby me observaba con el temor en el rostro. Mi madre también mostraba cierto nerviosismo. En la esquina opuesta, mi padre charlaba con mis tíos Gideon y Skorro. Morani me deseó suerte.

     Mentiría si no dijera que estaba asustado. No tanto por mi estado físico que era mejor que el de mi padre. Sino por mi problema de visión.

     Ambos saltamos al centro del campo de pelea cuando nos dieron la señal. Mi padre imponía bastante respeto. Su semblante, por lo general en calma, se había transformado por completo. Sin embargo, la sangre Mapogo corría por mis venas. Yo era tan Spartan como él.

     Tomé la iniciativa y me lancé con fuerza en el primer ataque. Mi padre me detuvo con un sólido zarpazo. Le imité y le alcancé de lleno en la frente. Mis garras se hundieron en su piel, aunque no tanto como para provocarle una lesión seria.

     Nos tanteamos en busca de nuestros puntos débiles. Él sabía de sobra que por el lado derecho tenía ventaja, así que reforcé mi guardia por esa parte. Volvimos a chocar y rodamos por el suelo dándonos fuertes golpes con las patas e intercambiando potentes rugidos. Mi padre era una auténtica mole, pero yo había heredado su peso y tamaño. Ya no era un cachorro indefenso. Yo era, también, una máquina de matar tan letal como él.

     Me sorprendió por mi lado malo e inmediatamente me tumbé sobre mi espalda. Clavé mis patas traseras en su cuerpo. Las movía, tal y como solía hacer T para hacer el mayor daño posible. Me puse en pie y mordí cerca de su oreja. Me aferré con rabia y cabeceé. Mi padre rugió de dolor, pero yo no solté mi presa. 

     Lo que estaba en juego no era solo mi orgullo o el de mis hermanos. Estaba en juego la supervivencia de Sabi Sands, incluso la de mi padre.

     Notaba su cansancio. Ya no era joven. Mi explosividad era superior, así como mi fuerza y rapidez. Él suplía todo aquello con su experiencia en combates anteriores. Rugió de nuevo por el dolor cuando hinqué los dientes en su pata.

—Ya les hemos dado un buen espectáculo. ¿Te rindes? —Le pregunté sin soltarlo.

—Vas a tener que emplearte más a fondo, cachorro.

     De repente su velocidad se incrementó poniéndome en serios aprietos. Repelí sus furibundos ataques como pude. Sin embargo, no retrocedí. La sangre guerrera que corría por mis venas, la suya, me empujaba a continuar. 

     En un momento dado él resbaló y yo aproveché para inmovilizarlo. Sabía que lo tenía a mi merced y que podría haberlo asfixiado hasta la muerte.

     Los espectadores rugían extasiados por el espectáculo cuando mi tío Skorro entró a la arena.

—¡Larga vida al rey Scarface!

—¡Larga vida! —Gritaron con fuerza los presentes.

     Miré a mi padre. Herido y cubierto de sangre, aún así, sonreía con orgullo.

—Has podido hacerme más daño de haber querido. Sabi Sands estará a salvo bajo tu mandato, hijo. Larga vida al rey.

—Larga vida al rey Makhulu Mapogo— respondí entre nosotros dos.

     Rugí con fuerza en demostración de dominio. Ahora estaba al mando.  


Scarface: El último Mapogo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora