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Lullaby me miró con una sonrisa turbada. Yo acariciaba su rostro con una mano. Con la otra sujetaba su larga melena negra ensortijada. La miraba a los ojos sin atreverme a dar el paso que los dos queríamos dar. No llegaba a comprender cómo perteneciendo a la especie a la que pertenecía era, sin embargo, tan tímido en cuestión de chicas. Cualquiera que me hubiera visto en la orgía con los gemelos pensaría lo contrario sin saber lo milagroso que puede ser llevar una borrachera de campeonato junto a un colocón de maría.

     Volvió a sonreír al darse cuenta de que me había quedado bloqueado y que, pese a aquel primer paso que di en las duchas de nuestra zona de entrenamiento, ahora mismo me veía incapaz. Bien pudo ser la situación de las últimas horas. La realidad era diferente. Tenía miedo de joderla.

     Me besó e hizo que subiera nuestra temperatura corporal. Se sentó a horcajadas sobre mí. Ante mis ojos se despojó de la camiseta que llevaba junto con el sujetador. Una vez más sus pechos volvieron a tener un efecto hipnótico en mí. Los adoraba, aunque no fueran muy grandes. Me incorporé y succioné sus pezones erguidos. Ella gimió moviéndose en círculos sobre mi erección aún cubierta por mis vaqueros. Me levanté y me deshice de ellos. Lullaby se agachó. Empezó a jugar con mi polla. Yo cerré los ojos con su lengua saboreando mi glande. Solté un sonoro suspiro cuando la introdujo en su boca. La aparté cuando sentí que me corría. La acabé de desvestir. Ella se ruborizó un poco en cuanto abrí sus piernas exponiéndola por completo. Acaricié su clítoris. Lullaby se retorció por el placer. Se volvió loca cuando mi lengua la saboreó.

—Alex— dijo con voz ronca invitándome a entrar en su interior.

     Me puse el preservativo y con un golpe de cadera llegué hasta lo más profundo de su ser. Nos retorcimos como un solo ser. Nos besamos mientras nos movíamos con un rítmico vaivén. Estaba a punto. Notaba la descarga recorriendo mi espina dorsal. En unos cuantos movimientos más nos corrimos con gran intensidad. Ella me miró a los ojos y sonrió. Yo besé la punta de su nariz.

—Me vuelves loco, nena.

—Te amo.

—Y yo a ti.

     Me quité el preservativo y lo deseché en la papelera. Nos cubrimos con la fina sábana. Cerramos los ojos cuando nos venció el sueño.


     Me desperté con el sol comenzando a despuntar por el horizonte. Ella seguía dormida. Seguramente agotada por la intensa noche. Besé su mejilla y me fui a darme una ducha. Me vestí y bajé a averiguar cómo iban las cosas.

     Hunter y mi tío Rasta estaban ya en la sala de observación. Sus operaciones habían sido muy complicadas. Los médicos no tenían nada claro si iban a sobrevivir. De los dos, Rasta era el que había llegado en peores condiciones. Daba la sensación de que la mayoría de sus heridas las había recibido tratando de proteger a mi hermano Hunter. Gideon y Sikio acababan de irse a dormir. Mi padre vigilaba a los recién operados.

—No han encontrado a Shaka o a Skorro— me dijo con pesar.

—¿Qué crees que quiera decir?

     Nos miramos. Los dos intuíamos que habrían sido devorados. Solo que ninguno se atrevía a verbalizar sus peores temores.

—La buena noticia es que la Marsh Pride se une a nosotros.

     Aquella era una coalición mayoritaria de guerreras con un alto índice de cachorros. Era el equivalente cambiaformas a la mítica coalición de las Amazonas. Un nutrido grupo de mujeres guerreras que solo se abría al mundo o bien frente a una batalla, o para buscar a algún luchador fuerte con el que ser madres.

—¿Qué pasa con los pequeños?

—Esa es la condición que ponen para ayudarnos. Tenemos que proteger a sus cachorros.

—Supongo que se pueden instalar en los búnkeres con un grupo de las nuestras. Lullaby estará encantada de ayudar.




—¿Cuidar de cachorros de leones? —Me preguntó ella con un extraño brillo en la mirada.

—No es obligatorio que lo hagas, nena, aunque, sería de gran ayuda...

—¡Claro que quiero, Alex! ¡Con lo monos que son esos gatitos!

—No son gatitos. Son leones bebés.

—¡Con esos rugiditos tan monos!

—Algunos ya tienen dientes y pueden morder.

—Y, ¡esas caritas! ¡Si es que son tan monos!

—Los más pequeños aún no saben transformarse. Deberías tener cuidado porque...

—¡Da igual! ¡Claro que quiero! ¡Me hace mucha ilusión! Además, así practico para cuando tengamos los nuestros.

     Me puse tan colorado que mi padre, mi madre y mi hermano Morani sonrieron con discreción.

—Estupendo, Lullaby— dijo él—. Las guerreras te explicarán cómo...

—Son bebés, señor Mapogo. Seguro que no es tan complicado.

     Las guerreras de la Marsh Pride llegaron con las reinas Pamoja, Charm, Siena y Joy al frente de las demás junto con los cachorros

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     Las guerreras de la Marsh Pride llegaron con las reinas Pamoja, Charm, Siena y Joy al frente de las demás junto con los cachorros. Mi padre las recibió con todos los honores. Mientras las ayudaban a instalar a los pequeños yo me quedé con mis tíos T y Rasta y con mi hermano Hunter.

     Éste último abrió los ojos ya por la tarde. Sonreí y tomé su mano. Me impresionaba verlo tan débil. Sin embargo, no paraba de agradecer la buena fortuna de haberlo encontrado y salvado.

—No. Descansa. El médico vendrá a verte en cualquier momento— le susurré.

—Rasta— dijo él con un hilillo de voz.

—Lo encontramos también. Estaba desmayado sobre ti protegiéndote. Se está recuperando.

—Shaka... Skorro...

—No los hemos encontrado, pero, seguro que...

—Los vendieron— susurró antes de desmayarse por el esfuerzo.

     Lo miré tratando de descifrar aquellas palabras de mi hermano que tanto me desconcertaron. Salí de la habitación cuando llegó el médico para chequear su estado. Su pronóstico aún era reservado. Había que esperar a las setenta y dos horas de rigor para saber si lo superaría. Rasta había dado algunas señales que nos hicieron albergar la esperanza. Sin embargo, seguía sin recuperar la consciencia.

     Mi padre se alegró porque Hunter hubiera respondido, tampoco comprendió lo que quiso decir. Las coaliciones seguían sin dar con Shaka o con Skorro. Los Majingilanes y los Selati habían desaparecido.

—A éstas horas estarán en cualquier parte del mundo— dijo Gideon. Se veía agotado.

—Sería de locos que se quedaran en Sabi Sands después de todo el daño que hicieron— aseguró T—. Saben que están condenados. Si damos con ellos estarían más que muertos.

—Entonces tenemos que esperar a que Rasta y Hunter despierten. Quédate con ellos, Alexander. Avísame si hay algún cambio.

—Sí, padre.

     Nos despedimos frotando las frentes. Mi tío Gideon se largó sin más. Continuaba muy afectado por todo cuanto había pasado.


Scarface: El último Mapogo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora