3.11 𝘊𝘢𝘱𝘪𝘵𝘶𝘭𝘰 𝘰𝘯𝘤𝘦.

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Antonella estaba segura de que Alice se lo había pasado fenomenal decorando la casa para la fiesta. Ahora no era la casa de los Cullen, sino uno de esos night club que ves en las películas.

—Edward.—Llamó Alice desde su posición junto a un altavoz.—Necesito tu consejo.—Señaló con un gesto la imponente pila de CDs.—¿Deberíamos poner melodías conocidas y agradables o educar los paladares de los invitados con la buena música?.—Concluyó, señalando otra pila diferente.

—No te salgas de la agradable.—Le recomendó Edward.—Treinta monjes y un abad no pueden hacer beber a un asno contra su voluntad.

Alice asintió con seriedad y comenzó a lanzar los CDs educativos en una bolsa. Se había cambiado y llevaba una camiseta sin mangas cubierta de lentejuelas y unos pantalones de cuero rojo. Su piel desnuda relucía de un modo extraño bajo el parpadeo de las intermitentes luces rojas y púrpuras.

—¿Realmente creen que vaya a venir toda esa gente?.—Cuestionó Alessandro.

—No va a faltar nadie.—Aseguró Edward.—Todos se mueren de ganas por ver el interior de la misteriosa casa de los huraños Cullen.—Antonella rió y giró los ojos.

—La gente de este pueblo es muy chismosa, no me sorprendería si no te dejan de ver en toda la noche o hacen cualquier tipo de teoría sobre ovnis y tu procedencia extraterrestre.

—En ese caso serías tan extraterrestre como yo.

—Touché.—Antonella miró a Alice, quien estaba muy concentrada en fijar sus pensamientos en los CDs.—Tengo que hablar contigo.—Edward asintió y ambos caminaron fuera de la casa, donde no los pudieran escuchar.

—¿Qué pasa?

—Es sobre los neófitos en Seattle.

—¿Qué pasa con ellos?.—Cuestionó Edward con tono preocupado.

—Hablé con Alice en la mañana, me dijo que había hablado con Bella. Van a por ella.

—¿Qué?.

—Que van a por ella, Edward. La desaparición de sus objetos y el hecho de que nosotros somos el único clan cercano a Seattle van agarrados de la mano. Las cosas que desaparecieron no eran para asustarla, era para obtener su olor y que más personas pudieran encontrarla.—Los ojos de Edward se abrieron de par en par y se talló el rostro frustrado.—Fuimos muy tontos como para verlo.

CULLEN | Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora