3.16 𝘊𝘢𝘱𝘪𝘵𝘶𝘭𝘰 𝘥𝘪𝘦𝘻 𝘺 𝘴𝘦𝘪𝘴.

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Los vampiros comenzaron a dispersarse, alegando que estaban muy cansados por el extenuante viaje. Afortunadamente cada pareja tenía habitaciones alejadas en caso de que la chispa del amor quisiese encender en un malditamente frío castillo.

—Te veo mañana.—Antonella y Alessandro se despidieron.

La pelirroja tomó la mano de Edward y comenzó a conducirlo hacia su habitación mientras los ojos dorados del cobrizo recorrían cada centímetro de pared, maravillándose con las decoraciones del castillo y los años de antigüedad que se podían sentir en lo profundo de la piel. Llegaron a la habitación de altas y grandes puertas de madera oscura. Dentro todo era hermoso.

Una enorme cama con edredones grises oscuros que se veían tan cómodos que Edward tenía unas ganas inmensas de arrojarse hacia ella. Una alfombra blanca que cubría un círculo alrededor de la cama. Grandes ventanales cubiertos por cortinas transparentosas blancas, una chimenea que echaba luz dorada en todas direcciones. Una pequeña biblioteca, con todos los libros que uno se pudiese imaginar en títulos rusos, italianos e ingleses. Un armario donde había todo tipo de vestidos y trajes de gala que Antonella guardaba hasta en lo más profundo de su alma, y un balcón, con puertas de vidrio detallado en formas de lunas; podías ver hacia las otras torres del castillo, y un puente que pendía de estas. En medio de todo había un gran jardín de rosas rojas cubiertas por la maleza de la nieve blanca, que entraba por las puertas y se derretía al hacer contacto con el piso caliente por la chimenea, secando las gotas de agua al instante gracias al frío que seguía entrando por la ventana.

Todo era sencillamente perfecto.

—¿Qué te parece?.

—Es..., hermoso, Anto.—Edward le sonrió y ella le sonrió de vuelta mientras se dejaba caer en un puff frente a la chimenea.—Tu castillo es hermoso.

—Gracias.—Se apoyó en los codos para mirarlo. Edward se acercó y dejó un beso en sus labios que Antonella deseó que fuese más largo que unos segundos.—¿Edward...?.

—Dime.

—Te amo.—Él sonrió tiernamente, acarició su mejilla con su mano y se acercó lentamente a besarla, a dejarle claro que él la amaba un poco más de lo que ella a él. Antonella llevó su mano al cabello del cobrizo, acariciando su nuca. Y cuando quiso desabrochar su camisa él suspiró entrecortadamente y se separó.

—Yo..., creo que deberíamos esperar hasta la boda. Quiero respetarte.

—No lo hagas.—Antonella lo jalo de nuevo y beso sus labios, realmente se esmeró en hacerlo caer en la perdición del deseo. Edward llevó sus manos a su cintura, apretándola hacia él y haciendo que sus pelvis chocaran, olvidándose por completo de que el "estoy esperando hasta el matrimonio" era para Antonella y no por él.

CULLEN | Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora