Capítulo 59

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Sala de la Mansión Lombardo, al otro día.

Victoria estaba en la puerta de la sala de la casa, esperando a Fernando. Se sentía un poco extraña y solo quería su compañía.

—Te estaba esperando, mi amor —le dijo, dándole un beso de recepción.

—¿Cómo dormiste? —le preguntó él, entrelazando sus dedos a los de ella.

—Bien —respondió ella.

—Te veo un poco demacrada. ¿Seguro que dormiste bien? —le dijo él, acariciándole el rostro.

—Sí, debe ser porque aún no tomo desayuno y además ayer me cayó mal un guisado que hicieron aquí en la casa. Ya no estoy en edad de esas comidas —dijo ella.

—Pero, ¿cómo te sientes? Me preocupa verte así —le preguntó él, acariciándole la mejilla.

—Estoy bien, no tienes por qué preocuparte. En un momento me tomo un antiácido o un electrolito. En fin, cuéntame. ¿Hay alguna novedad sobre esos tipos? —dijo ella.

—No hay nada. Ya seguro en la tarde sabremos. Ya no pienses en eso. No quiero que te preocupes. Todo eso te carga —dijo él.

—¿Cómo van las cosas en tu casa? —De repente, sintió un mareo fuerte. Se soltó las manos de Fernando y se agarró la cabeza con las manos y cerró los ojos. El mundo le daba vueltas y sentía náuseas.

Fernando la miró viéndola pálida. —Victoria, te veo mal —se acercó a cogerla.

En eso María José bajó y vio a Victoria con la mano en la cabeza. Se aceleró en bajar y se acercó. —¿Señora Victoria, se siente bien? —preguntó.

—Creo que la presión se me ha bajado o subido, no sé. Me siento mareada... —dijo Victoria con voz débil.

En ese momento Victoria se tambaleó y se desvaneció en los brazos de Fernando, quien pudo reaccionar cogiéndola para que no se golpeara la cabeza.

—Victoria, mi amor —le dijo él, con angustia.

No hubo respuesta. Victoria estaba pálida y fría con la mano en la cabeza. Fernando sintió que se le paralizaba el corazón.

—Señora Victoria —gritó María José.

—María José busca a Felipa, rápido —gritó Fernando, desesperado.

—María José busca a Felipa, rápido —gritó Fernando, desesperado

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