En inglés: Friendzone.
En español: Zona de amigos.
En mi idioma: Mi mejor amigo me mira como a su hermanita y jamás de los jamases me verá como algo más.
Muy largo, lo sé.
Autumn siempre ha ocultado sus sentimientos, el miedo de ser rechazada po...
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14 de febrero de 2019
Hoy era el día en el que las personas demostraban cuan grande era el amor que le tenían a sus parejas, lo felices que eran a su lado y muchas otras cosas cursis. Había llegado el único día en el que la venta de flores, chocolates, osos de peluche y cartas románticas ascendía.
Hace más de un mes estaba segura de que tendría mi primer día de San Valentín en pareja, y nuevamente me equivoqué. Pero no me encontraba enojada, frustrada o triste, ya que después de muchos días reflexionando y enfocándome solamente en mí, me sentía aliviada y tranquila conmigo misma.
¡Viva la soltería!
Hoy parecía ser un día asombroso, salvo que no lo era.
Contemplé asqueada la manera tan grotesca en la que dos alumnos estaban a punto de quitarse la ropa en pleno estacionamiento a la vista de más estudiantes. Las risas y comentarios obscenos por la escena no se hicieron esperar. Por otro lado, observé un par de ramos de rosas en el suelo y cajas de chocolates abiertas, como si alguien las hubiese desechado.
Al parecer no todas las parejas tendrían un buen día.
Al encaminarme hacia la puerta principal de la escuela, la encontré acaparada por panfletos decorados de corazones y muchos brillos. Tuve que apresurarme al entrar para no recibir empujones de quienes querían obtener uno de esos papeles, los cuales eran invitaciones para una fiesta en casa de algún jugador del equipo de basketball.
Fiesta a la cual no asistiría.
Antes de que pudiera continuar avanzando una rosa azul apareció en mi campo de visión y atada a ella estaba una delgada barra de mi chocolate favorito. Era el chocolate que solía comer de pequeña y que solo dos personas sabían que me encantaba.
—Feliz San Valentín, bebé —soltó con emoción, para luego lanzarse hacia mí y darme un fuerte abrazo.
—No me llames bebé —le pedí, aceptando su rosa y sin poder ocultar la sonrisa que me había generado su obsequio.
—Pero me gusta decirte así —dijo, apretando mis mejillas—. ¿No tienes nada para mí? —cuestionó, extendiendo sus manos.
