Capítulo 2

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Creí que mi segundo día en Murcia estaría lleno de aventuras, turismo y diversión. Lamentablemente, de lo único que estuvo lleno fue de lluvia.

Aunque se suponía que ya era otoño, todavía podía sentirse bastante calor. Si salías a la calle, en lugar de ver personas vistiendo grandes abrigos, podías cruzarte con señoras mayores cargando sombrillas para protegerse del sol.

Salí temprano en búsqueda de un adaptador para el cargador de mi celular. Tuve que entrar a tres ferreterías distintas y a dos chinos, ya que en ninguno tenían lo que necesitaba. Los chinos eran como tiendas o bazares donde podías encontrar de todo. Tenían una gran variedad de productos para el hogar, consumo, decoración, papelería, limpieza, juguetes, plásticos, entre otras cosas. Al final, terminé comprándolo en una tienda de electrodomésticos.

Mientras caminaba de regreso a mi casa, noté que el ícono del clima en mi celular había cambiado. Ya no salía un sol resplandeciente, ahora mostraba nubes grises. Levanté la vista hacia el cielo, pero todo se veía normal, no había rastro de que el sol fuera a desaparecer. Tranquilo, volví al departamento para sacar unos documentos que debía llevar a la universidad, ya que tenía una reunión importante con la encargada del Departamento Internacional.

La puerta de mi edificio era muy gruesa y pesada, por lo que resultaba complicado empujarla. Tenías que usar mucha fuerza para conseguir abrirla. Siempre me pregunté cómo harían las personas mayores para salir del edificio. Yo sufría para hacerlo, especialmente cuando regresaba con las compras del supermercado. Las personas que pasaban por la calle se quedaban mirándome. ¿Qué tan débil me habré visto?

Debido a que salí corriendo porque se me hacía tarde, no le presté mucha atención a mi alrededor. Demoré un poco en cruzar la pista porque había dos semáforos seguidos. Sin embargo, cuando llegué a la rotonda, noté que todas las personas estaban paradas uno al costado del otro debajo del techo de la parada de buses. Ahí fue que me di cuenta de que estaba lloviendo.

En Lima, el cielo podía estar completamente gris, pero nunca pasaba de un par de gotitas. Supongo que juzgué Murcia de la misma manera porque, como la lluvia no se veía muy fuerte, decidí no darle importancia. Además, estaba más preocupado por no tomar el bus equivocado. Como todavía no terminaban las vacaciones de verano en España, no había ningún universitario en la parada. Al cabo de un rato, se estacionó el primer bus. Era bastante grande y amarillo. Las personas formaron una fila delante de la puerta y comenzaron a ingresar uno por uno. Creo que esa fue la primera vez que vi personas subir de manera ordenada, sin que se peleen por quién va a entrar primero o intenten entrar dos a la vez.

Dejé que todas las personas ingresen primero, para, al final, acercarme y preguntarle al conductor si ese bus me llevaba a la universidad. Me sorprendió lo cortante y directo que fue. Supuse que estaba cansado por todo el trabajo. Hasta ese momento, todas las personas con las que me había cruzado fueron bastante amables y accesibles. Con ese pensamiento me di cuenta de que la temperatura había bajado un poco y ya no se veía tanto el sol.

Tal como me indicó el conductor, el siguiente bus que llegó tenía en la parte superior delantera una pantalla donde estaba escrito el nombre de mi universidad. Como no sabía cuánto costaría el viaje, pagué con un billete de cinco euros. Creo que eso no le gustó al conductor porque, molesto, contó sus monedas y me dio el vuelto. Lo bueno fue que compré un boleto de ida y vuelta. Para el regreso, solo debía acerca el ticket a la pantalla y lo reconocería automáticamente. ¡Qué moderna era España!

Desde la ventana del bus podía ver a las personas abriendo sus paraguas, poniéndose abrigos y caminando pegados a las construcciones para protegerse de la lluvia con los techos. En cuestión de minutos, el brillante día se volvió gris. Era triste. Por un momento sentí que estaba de regreso en Lima. Fue como si mi oportunidad de cambiar de ambiente se hubiera desvanecido.

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