Capítulo 1

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¿Existirá algún país donde las personas vean más allá de los estereotipos, prejuicios y construcciones sociales?

Aunque parecía que la respuesta era "no", en mi corazón quería creer que algunos lugares eran menos duros que otros.

Quizá España no era el paraíso gay, pero al menos me ofrecía distintas oportunidades para ser yo mismo. Algo que hasta el inicio del intercambio no había podido ser.

Desde el primer momento, Murcia cautivó mi atención. Según lo que había leído en internet, tenía buen clima. Eso, aunque banal, era muy importante. Si iba a vivir cinco meses al otro lado del mundo, al menos debía escoger un lugar con sol. No me imaginaba viviendo en un lugar frío, con temperaturas bajo cero, como Salamanca. También me agradó que la ciudad no era muy grande, pero tenía todo lo necesario: centros comerciales, discotecas, supermercados, entre otras atracciones.

Vivir en una ciudad sin sobrepoblación sería un buen cambio. Lima estaba llena de delincuencia, carros, tráfico, contaminación y, sobre todo, odio y frialdad. Siempre escuché decir que las personas que vivían en ciudades pequeñas y con buen clima eran más amables. Realmente esperaba que eso fuera cierto. Sería un buen cambio. Lima era muy gris.

La universidad que escogí se veía bastante grande y bonita en las fotos. La descripción de la carrera y sus cursos sonaban bastante interesantes. Eso era muy importante ya que, a pesar de mi fantasía por encontrar el amor, mi prioridad debía ser el estudio. O al menos eso le prometí a mi papá. También leí que contaban con un programa para alumnos extranjeros bastante completo, lo que incluía actividades, paseos y visitas guiadas. Eso me ayudaría a conocer mejor la cultura española. Además de permitirme conocer chicos europeos.

Lo mejor de todo fue que, a menos de una hora de distancia, vivía la hermana de mi mamá. Aunque ella se mudó a España cuando yo aún era un bebé, habíamos tenido la oportunidad de hablar por teléfono en distintas ocasiones, por lo que no éramos completos extraños.

Cuando por fin llegó el día del viaje, mi papá decidió llevarme al aeropuerto casi seis horas antes. Según él, al salir temprano, evitábamos quedar atrapados en medio de la congestión vehicular. Se veía más ansioso que yo. Debía ser difícil ver a un hijo partir. Sobre todo si se estaba yendo al otro lado del mundo.

El viaje de Lima a Madrid duró aproximadamente once horas. De Madrid a Murcia tuve que ir en tren, ya que no conseguí ningún vuelo directo.

Como todo joven viajando solo por primera vez, cometí algunos errores. El primero fue creer que debía dejar las maletas antes de subir al tren. En Perú, cuando viajabas en bus, entregabas tu equipaje para que la persona encargada lo guarde en la bodega; en cambio, en los trenes europeos, debías acomodarlo tú mismo en las parrillas dentro del vagón. Aunque pudo haber sido un error de principiantes, quise pasar desapercibido. Por suerte encontré esa explicación en un foro de internet. Necesitaba mezclarme con los españoles y parecer uno de ellos. No quería ser visto como "el chico extranjero". En Perú siempre era visto como "el chico gay".

Cuando se abrieron las puertas del andén, entré en búsqueda de mi vagón. Para mi mala suerte, el mío era uno de los últimos, por lo que tuve que cruzar prácticamente todo el andén caminando. Cuando salí de Lima todavía era invierno por lo me vestí con ropa gruesa y manga larga; sin embargo, en Madrid era verano y estaban a más de treinta grados. No suficiente con sofocarme por el calor, debía cruzar el andén cargando con todo el equipaje. Cuando por fin encontré mi vagón, ya estaba empapado de sudor.

A pesar de mi esfuerzo por caminar rápido, llegué último. Ese fue mi segundo error. Todos los espacios para equipajes estaban ocupados. El único disponible se encontraba en la parte superior. Por más que medía un metro y ochenta centímetros, no tenía ni la altura ni la fuerza suficiente para cargar las maletas de más de veinte kilos. Como no tuve otra opción, me sequé el sudor, respiré hondo y traté de levantarla con ambos brazos. Tuve que ayudarme empujando con la cabeza para que mis brazos no se queden sin fuerza. Mientras sentía todo el peso de la maleta sobre mí, pensaba en como todos los pasajeros se estaban riendo de mí.

Destino AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora