Capítulo 24

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El vuelo a Francia estuvo bastante tranquilo. Por suerte, no hubieron muchas turbulencias. A pesar de que João lo sabía, no me avisó que dentro del avión no daban comida. Si tenías hambre, debías pagar. Como los precios eran exageradamente altos, tuve que resignarme.

El aeropuerto de París Beauvais era pequeño. Nos demoramos menos de quince minutos en bajar del avión, salir y llegar a la parada de autobuses. Debido a que estaba ubicado a las afueras de la ciudad, tuvimos que hacer un viaje de hora y media hasta el centro de París.

El camino del aeropuerto a la ciudad fue bastante oscuro. Las luces del interior del bus estaban apagadas ya que todos estaban dormidos. Todos menos yo. La emoción no me dejaba dormir. No podía creer que estaba en París. Y ni siquiera tuve que pagar el boleto. Bueno, técnicamente sí tenía que devolverle el dinero a João eventualmente. Pero en ese momento eso no importaba.

Mientras intentaba ver por la ventana, João apoyó su cabeza dormido sobre mi hombro. Quería apreciar la ruta, pero no lograba ver nada, ya que seguíamos en medio del campo. Rendido, apoyé mi cabeza sobre João y me concentré en la música que sonaba en mis audífonos.

Luego de una hora de viaje, ya se podía ver a lo lejos la Torre Eiffel. Aunque no la podía ver realmente, reconocía su luz. Era como un faro que le anunciaba a los barcos la entrada a la ciudad. Traté de tomarle una foto, pero estaba demasiado lejos. Al cabo de unos minutos, ya se lograba ver la torre formada por luces amarrillas parpadeantes.

Al bajar del bus, bastó con un par de minutos para empaparnos con la lluvia. Por suerte, decidí tener un paraguas en la mochila. Luego de mi primera visita a la Oficina Internacional en la universidad, aprendí que siempre debía llevar uno. Sobre todo, si estaba en una ciudad que no conocía.

Debido a que el hotel estaba un poco lejos, tuvimos que tomar otro bus. El plan original, en Barcelona, era alquilar un Airbnb con dos o tres habitaciones, de las cuales una sería solo para mí y João. En París, como todo era más caro y João hizo las reservaciones a último minuto, no logró conseguir una casa a buen precio. Por ello, tuvimos que alojarnos en un hostal.

Al bajar del segundo bus, nos dimos cuenta de que la lluvia estaba peor que antes. El viento soplaba con tanta fuerza que levantaba las hojas secas del suelo y las hacia girar en pequeños remolinos. La parada de buses estaba a cuatro cuadras del hostal. Tuvimos que caminar casi corriendo para evitar mojarnos más de lo que ya estábamos.

A pesar de que ya era tarde, se podían ver transeúntes circular por las calles. Creí que, debido a la hora, el hospedaje estaría en silencio, pero no fue así. Desde la puerta se podían escuchar las conversaciones de los jóvenes en distintos idiomas. Había varios grupos distribuidos a lo largo del lobby. Luego de registrarnos, descubrimos que en el sótano del hotel había una discoteca.

– ¿Quieres ir? – preguntó João.

– No, debemos descansar – respondí – mañana será un día agitado –.

Sin prestarle mayor atención, llamé al ascensor. En eso, me di cuenta de que había sido un poco cortante con él.

– Si quieres anda tú – agregué.

– No, no. Solo voy si vas tú – dijo.

– No tienes que dormir si no quieres – respondí entrando al ascensor.

– Solo quiero estar donde tú estés – contestó.

Luego de eso, no volvió a decir nada.

Durante todo el trayecto desde el ascensor hasta el sexto piso, no cambió su expresión preocupada. Antes de abrir la puerta de la habitación, estuvo un rato en silencio mirándola fijamente.

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