Epílogo

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Hoy, un año después de terminado el intercambio, recuerdo a mis amigos como si hubiera sido ayer cuando nos reíamos en clase de las expresiones que usaban los habitantes de Murcia. Creo que la palabra que más nos extrañaba era "acho". Solían decirla para expresar euforia o exclamación. Felipe siempre los remedaba. Decía cosas como: ¡Acho, tía, que bonica que estáis! Todos reíamos hasta que el estómago nos empezaba a doler. Todavía puedo escuchar su voz en mi mente.

Fue extraño regresar a Lima. Por un lado, era el mismo Nicolás de siempre; por otro, era una persona completamente nueva. Sentía que mis amigos ya no me conocían. Al menos no del todo. Cuando me preguntaban: ¿qué tal el intercambio? nunca sabía que responderles. No lograba encontrar las palabras correctas para resumir los mejores cinco meses de mi vida.

Conforme pasaban los días, cada vez hablaba menos con João. Al inicio fue porque yo viajé primero, entonces había 7 horas de diferencia. Pero luego, supuse que cada uno regresó a su vida de siempre. A veces me respondía los estados. Una vez publiqué una lista con las películas nominadas al Oscar que aún no había visto y él me respondió preguntándome a qué hora era la transmisión. Aunque las conversaciones eran cortas, podía sentir su compañía.

Ahora, cuando me siento solo, publico una imagen o meme con la esperanza de que João lo responda. Por suerte, no ha fallado ni una sola vez.

El hecho de estar separados por cientos de kilómetros, con estilos de vida completamente distintos y realidades nuevas hizo que sea más fácil salir adelante. Aunque todavía no he logrado salir con ningún chico, me siento seguro de quién soy.

Al llegar a Perú, lo primero que hice fue reunirme con mis amigas más cercanas. Tuvimos una pequeña fiesta en la sala de mi casa. Cuando les conté una versión de lo que me pasó en Halloween, reaccionaron como si fuera algo normal. Todas tenían altas expectativas sobre mis historias de Europa y el alcohol. Parece que no las decepcioné. Sin embargo, decidí no mencionar a João. Nuestra pequeña aventura quedaría entre nosotros. Sería nuestro secreto.

Para tratar de confesarles que me gustaban los chicos, decidí suavizar la situación contándoles cómo me ofrecieron dinero por Grindr. A partir de ahí, traté de dirigir la conversación hasta que entendieran que hablaba de salir con hombres. Como no parecía tener resultado, mencioné la cita fallida que tuve con José Andrés. Ante eso, más de la mitad del grupo reaccionó sorprendido.

– ¿Qué? ¿En serio? Creí que te gustaba Sofía – dijo Amy incrédula.

Sofía, al igual que yo, reaccionó sorprendida. Nos miramos tratando de entender por qué habían pensado algo así. No logramos descifrar qué clase de señales erróneas habíamos mandado.

– Siempre lo supe – dijo Mayu – aunque creí que serías bi –.

– No me sorprende – interrumpió Emily.

Todos volteamos desconcertados ante su comentario.

– ¿Ya lo suponías? – le pregunté emocionado.

No sé por qué me dolió tanto que nadie dijera que ya sabía que era gay. Viví toda mi adolescencia pensando que todos me veían como afeminado o mariquita.

– Es que simplemente me parece normal. No es que algo vaya a cambiar. No entiendo por qué todas se sorprenden. Somos tus amigas y vamos a apoyarte – respondió Emily.

Sofía, Brenda y Amy aplaudieron ante su respuesta. Yo solo pude sonreír en agradecimiento por su apoyo. Mientras Amy me abrazaba, Mayu pedía que hiciéramos un brindis.

– Por Nicolás – dijo Mayu levantando su vaso.

– Por Nicolás – respondieron todas imitando el acto.

– Por mí – dije tímido.

Luego de un par más de brindis, mis amigas regresaron a sus casas. Mientras limpiaba la sala, me senté sobre el sillón rendido. Durante mis primeros días en Lima había logrado sobrevivir sin deprimirme por João. Sin embargo, luego de haber estado a punto de hablar sobre él, me puse triste al pensar que todo lo que sentí por él quedaría en el aire. Solo las calles de Murcia sabrían que alguna vez caminé de la mano con un chico.

Sé que es una fantasía pero, si algún día alguien inventa una máquina del tiempo, creo que rechazaría usarla. No quiero cambiar nada de mi pasado. La sola idea de que algo sea diferente me aterra. Sé que no todo fue hermoso. Y, aunque soy consciente de que el camino que me espera por delante todavía presentará dificultades y complicaciones, quiero aprender a superarlas siendo yo mismo. Tal como João, Isabella, Felipe y Emily me demostraron, no estoy solo en el camino. Tengo gente que camina a mi lado y, aunque quizá no estemos siempre juntos, siempre serán parte de mi pasado, presente y futuro.

Quizá fueron los efectos del alcohol pero, sin pensarlo dos veces, saqué mi celular y llamé por videollamada a João. En su ciudad eran dos horas más tarde que en Lima, por lo que no creí que estaría despierto, ya que eran las cinco de la mañana.

– Gracias – fue lo primero que dije cuando me contestó.

Por su cara pude deducir que lo había despertado. No creí que me contestaría.

– ¿Por qué? – preguntó medio dormido.

– Por todo – respondí sonriendo.

João no entendió de qué estaba hablando, pero no dudó en devolverme una sonrisa.

– Cuando tengas un nuevo novio, me cuentas, ¿vale? – dije tratando de sonar como un buen amigo.

– Vale – respondió imitando mi expresión.

João me ayudó a darme cuenta de que no todas las personas me odian. Sí, es cierto que no vivimos en un mundo lleno de amor, amistad y solidaridad. Pero te sorprenderías al descubrir cuántas están a tu lado apoyándote.

– Buenas noches – dije.

Fue una despedida sincera. No estaba triste. Al contrario, nunca creí que encontraría a una persona capaz de ayudarme a salir de mi caparazón de la manera que lo hizo João. Sé que no estuvimos juntos durante mucho tiempo. Sin embargo, el poco tiempo que tuvimos fue justo el que necesitaba en mi vida. Si nunca nos hubiéramos conocido, probablemente hoy, luego de haber vivido cinco meses en el extranjero, seguiría siendo el mismo Nicolás con miedo de lo que pudieran pensar los demás.

– Espera – interrumpió antes de colgar.

– Dime – dije sorprendido.

– Todavía tú me debes chocolates peruanos – terminó de decir y finalizó la llamada.

Mi mamá salió de su cuarto reclamándome porque todas las luces de la sala seguían prendidas, pero cambió su tono de voz cuando me vio sentado.

– ¿Estás bien? – me preguntó.

– Estoy feliz – respondí.

Creo que esa es la mejor oración con la que puedo resumir mi experiencia en el intercambio. Fue un viaje que definitivamente me ayudó a aprender a ser feliz.

Destino AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora