Capítulo XXVII

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Las cosas habían cambiado en cuestión de horas.

Un sentimiento de angustia se había instalado en cada rincón de la academia. Y el silencio acrecentaba la situación.

Todos dormían en la habitación después de pasar una de las peores madrugadas que recuerdo. Lágrimas, desesperación y sufrimiento habían reinado entre cada uno de nosotros desde que Rafa se había marchado. Parecía que a todos nos habían arrancado un pedacito del corazón y que el de Eva se lo habían llevado entero.

Sin embargo, yo seguía despierta, sin haber conseguido pegar ojo en toda la noche, hasta que sonó el despertador y, poco a poco, a regañadientes, todos mis compañeros empezaron a desperezarse.

Yo fui la primera en salir de la habitación. Notaba cómo el cuerpo me pesaba debido al cansancio y pude vislumbrar en el espejo las kilométricas ojeras que rodeaban mis ojos. De repente, su pelo platino se asomó por la puerta y sus ojos me observaron con un aire de melancolia. Pero como si se hubiese tratado de un espejismo, de inmediato los apartó hacia el suelo. Y, mientras pasaba por mi lado, lo único que sentí fue un gran vacío inundar mis huesos. Ni siquiera su piel contactó con la mía, pero no hizo falta para percibir la frialdad atronadora que desprendía.

Pues, por si no me había quedado claro durante la noche, ahora se hacía verdaderamente latente que las cosas habían cambiado, y no únicamente en la academia, sino entre nosotros.


Durante todo el día no recibí ni una palabra suya, ni una sonrisa, ni un abrazo. Nuestras miradas se encontraban de vez en cuando, pero no conseguía mantenerlas. Se perdían en un abismo crudo, tosco, cruel. La razón se escapaba de mis manos. Y, por ende, el control de la situación. Acercarme a él dolía tanto como estar tan lejos y no sabía cómo remediarlo. Su persona vivía pegada a Eva a la par que su sombra se empequeñecía bajo sus pasos. Ni siquiera nos sentamos próximos a comer o a cenar. 

Dolía pensarlo, pero la realidad es que parecíamos dos extraños. 



Llegó la noche y parecía que, de manera consecutiva, iba a pasarla en vela. Así que decidí no entrar ni al dormitorio e irme directamente a la terraza. Al menos allí, podía asomar un poco la cabeza y respirar aire fresco, no pesado como dentro de aquellas paredes.

Intentaba recordar las 24 horas anteriores para  encontrar cualquier mínima cosa que me diese un motivo por el cual Hugo se hubiese alejado de mí. 

Nada.


La quietud de la velada evocó en mí una melodía de la cual hacía demasiado tiempo había tenido perdida en mi mente. 

Voy a tomar el camino equivocado.
Voy a salirme de la trayectoria.
Voy a meterme en líos, jugar con fuego, incumplir las normas.

Voy a seguir tu senda peligrosa.
Voy a encender la mecha.
Voy a volverme loca, vestirme de fiesta y perder la cuenta.

Voy a salir a ...

Buscarte; era la palabra que proseguía, pero mi voz fue incapaz de cantarla. 

Voy a salir a buscarte.

Que hoy las estrellas se ven más brillantes.

Y era verdad. A pesar de la profundidad áspera y oscura de la noche, las estrellas brillaban con un tono candente. Acogedor. 

Y es que siento como si toda mi vida
me hubiera estado conduciendo, a este preciso momento.
Y es que siento como si toda mi vida
me hubiera estado conduciendo, a este preciso momento.

Arropada entre mis brazos percibí por primera vez como el día me ofrecía una tregua. Un momento de descanso, pausa y respiro para analizar mis pasos. 

Y estoy constantemente a punto de intentar besarte.
Y estoy constantemente a punto de intentarlo. 

Y en la última estrofa de aquella maravillosa canción de La Bien Querida encontré la respuesta. 


Me di cuenta de que todo lo que no quería sentir por el cordobés era todo aquello que estaba sintiendo.

Y me daba miedo. 

Sin embargo, ese miedo no era tan grande como el temor de haberlo perdido y ya no simplemente como compañero dentro de aquella academia. 

Temor de haberlo perdido como persona. 

¿Por qué?

Pues porque lo quería.

Y no únicamente como a un amigo. 

Sino como quieres a esa persona con la que deseas compartir todo. 

Como quieres a esa persona con la que pretendes disfrutarlo todo. 

Risas. Llantos. Metas. Dificultades. Sueños. Preocupaciones. Viajes. Trabajos. Aventuras. Tropiezos. 

Vida.

Porque tienes la certeza de que es hogar. 

Porque para mí, Hugo era casa.


- He estado en la sala del futuro. - apareció tras la puerta de la sala de Mamen con la mirada perdida en el suelo. 

- ¡Uy! ¿Y qué tal estás? - le pregunté rápidamente, ya que sabía que de dónde venía no era una situación muy apacible. 

- Pues bien. Si tú sabes que yo no ... - cortó de inmediato la frase, pues su voz ya denotaba signo de angustia - ¿Y qué haces? 

No lo dudé, me acerqué a él para aliviarlo. Para que me contase lo que había pasado o al menos para que supiese que estaba allí y que si él quería, estaba dispuesta a escucharle. 

- A ver, cuéntame. - intenté sonsacarle un poco y como respuesta obtuve una risilla nerviosa por su parte. 

- Que no, na'. Eso. - la lengua se le volvía a trabar ofreciéndome una estampa de lo más enternecedora - Que me han preguntado cómo definiría mi paso por el programa, que pasaría si me voy, a quién echaría más de menos, y esas cosas. Y he hablado de ti. 

No sé si fueron sus palabras o su gesto tímido reflejado en el leve rubor de sus mejillas lo que hicieron que un mariposeo inundara mi estómago.  

- ¿Has hablado de mí? - respondí de forma incrédula como una niña pequeña ilusionada porque le regalen aquello que más quiere.

- He hablado de ti porque me dicen a quien echarías más de menos. Y digo no me hagas elegir a una persona, pero a Anaju la voy a echar mucho de menos.


Recordaba su voz tan nítida pronunciando aquellas palabras, que me parecía delirante que tres días después no fuese capaz ni de mirarme a la cara. 

En aquella sala, mi cuerpo me habló. Y esa noche, mi mente lo reconoció. 

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⏰ Last updated: Sep 11, 2021 ⏰

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inmarcesible | anahugWhere stories live. Discover now