Capítulo XVII

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–  La Sandunguera, oye ma' tú qui'. – terminé la canción percibiendo el aliento de alguien en mi espalda.

La sombra de sus pasos revelaba su proximidad.

–  Es muy tarde. – respondió aquella voz detrás de mi oreja causando que un escalofrío recorriese mi cuerpo al ser consciente de su identidad.

Sus manos bajaron a los costados de mi cintura, envolviéndome entre ellas, acercándome a su pecho. El corazón me latía con intensidad debido a su presencia, incluso mis manos temblaban delatando mi sobresalto. Reposó su rostro en mi hombro y, deslizando su nariz por mi cuello, erizó todos los bellos de mi piel. Cerré los ojos inconscientemente, permitiéndome disfrutar de aquel momento.

Estaba realmente agotada por el esfuerzo que requería la canción y, también, por los miles de pensamientos que seguían atravesando mi cabeza. Así que su acercamiento sirvió para calmarme, aunque solo fuesen unos segundos. Aquellos que tardó en girarme con un rápido toque de su mano haciéndome quedar a escasos centímetros de su boca. Aquella boca que tanto había deseado probar hacía menos de dos semanas.

–  ¿No estás cansada? – exclamó contra mis labios haciendo más presente su agarre en mis caderas a la par que me acercaba a su torso.

–  Un poco. – respondí derrotada descansando en su frente.

Una mano ascendió por mi brazo hasta instalarse en mi mejilla con el fin de acunarla. La sutileza con la que sus dedos acariciaban mi piel me animó a reposar mi cachete en ellos. Su tacto se volvió más profundo al repasar con cuidado parte de la línea de mi labio superior. Disfrutaba tanto de su compañía que, entre nosotros, muchas veces, algunas como aquella, sobraban las palabras. Y, en mi caso, la mirada. Sabía perfectamente que sus ojos se desplazaban desde los círculos que trazaba en mi cachete hasta mis ojos, recorriendo a la vez cada rincón de mi expresión, a pesar de que los míos estuviesen completamente sellados. 

Su mano reconquistó su posición inicial para terminar con el espacio que nos distanciaba. Me abrazó mientras recorría mi espalda semidesnuda, únicamente cubierta por un top. Esta vez, la dirección de sus dedos no eran círculos, solo líneas rectas que subían y bajaban por mi dorso. Suspiró contra mi pelo al notar cómo adquiría aquella posición de la que tanto disfrutaba: el hueco entre su cuello y su clavícula.

–  Perdón. – consiguió verbalizar cuando mis manos rodearon su cuello – He sido un gilipollas. – finalizó con una sinceridad desorbitante.

–  No tienes que hacerlo, de verdad. – rebatí para que no se sintiese tan miserable, ya que aquello también me dolía. No obstante, él parecía no estar muy de acuerdo con mi idea y se separó para hacerme saber la suya.

–  Es la verdad, Anaju. Estos últimos días me he comportado fatal con todos, pero contigo, sobre todo. Estaba rallado, por eso me alejé sin dar explicaciones y sin pensar en nadie más que en mí. – exhaló todo el aire que llevaba contenido y agachó su cabeza en señal de arrepentimiento y, en parte, vergüenza.

– Hugo, está bi... – iba a terminar cuando él me interrumpió con indignación.

– Anaju, que no. Que anoche te vi llorando y fui tan cobarde de ni siquiera acercarme a darte un abrazo. Joder, que tú has estado para mí cuando lo he necesitado. – solo se torturaba pensando en sus actos y, más que sus palabras, era su gesto el que punzaba mi vientre.

– Hugo, ya está. Estabas mal, ya me has dado la explicación que necesitaba. No se trata de que te culpes por lo que no has hecho, solo que, a la próxima, aprendas a gestionarlo de una manera mejor. – sus ojos color nácar volvieron a entrar en contacto con los míos, pero, a pesar del brillo que otras veces tenían, esa noche estaban demasiado apagados.

– Lo siento. – repitió en mi cuello aferrándose a mi cuerpo – Eso y no haberte salvado ayer. – y aquellas palabras juro que no las esperaba, así que mi cuerpo reaccionó con anterioridad a mi raciocinio.

Por ello, cuando el rubio me notó tensarme, no dudó en buscar mi mirada para cerciorarse de que todo iba bien.

– Hugo, no pasa nada. Era tu compañera de semana, ¿a quién debías salvar sino?

– A ti. – pero su respuesta tornó a desestabilizar mi razón – No hay nadie que me haya ayudado tanto como tú aquí, incluso la semana pasada lo hiciste y eso que no eras mi compañera. Eres la que más y mejor me conoce. – expresó guiñándome un ojo para quitarle tensión al momento.

Lo agradecí porque aquel gesto me ayudó a retomar aire.

– No me seas tonto, anda. – golpeé su brazo con mi puño observando por primera vez en aquella sombra un resquicio de su luz a través de su risa.

– ¿Cómo lo llevas? – inquirió empezando otro tema de conversación.

– ¡Uy! ¡Vais a flipar! – contesté de forma chulesca mientras alzaba mis cejas en señal de superioridad, todo ello sin dejar de sonreír.

– Eso no lo dudo. – objetó el chico para quitarme de nuevo el aliento – ¿Me la enseñas? ­– volvió a preguntar a la vez que se sentaba en medio de la sala apoyado contra los espejos ante los cuales llevaba ensayando toda la tarde.

Asentí desplazándome hasta el ordenador para dar comienzo al playback de la canción y mostrarle a mi compañero el inicio de la actuación que podría ser o la última u otra más. Ese miedo seguía acechando mi bienestar, pero, por nada del mundo, iba a permitir que me dominase.

De esa forma, le mostré a Hugo todo mi coraje, mi garre y mi valentía. Si quería quedarme, debía demostrarlo y, por mi parte, no iba a quedar. Mucho menos ahora, después de que hubiésemos podido entendernos y volver a ser los de antes.

inmarcesible | anahugWhere stories live. Discover now