Capítulo III

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Escuchar la voz grave y melosa de Flavio detrás del escenario me ayudó a olvidarme, por unos minutos, del lugar en el cual me encontraba. Your man era una delicia cantada por él y toda la gente enloqueció al descubrir su voz tan peculiar y característica. Entré en un trance para sosegar los nervios que corrían por mi cuerpo a la vez que lo hacían temblar demostrando fragilidad. Una mano acarició mi espalda descendiendo hasta entrelazarse con la mía. La reacción ante aquel gesto fue inmediata, y mi vientre se estremeció. 

- Anaju, todo va a salir bien. ¿Vale? – escuchar aquella frase me llevó de vuelta a la estación de tren, a la voz de mi madre. Inconscientemente, cerré los ojos y me aferré con más ímpetu a la mano que sustentaba mi cuerpo en medio de aquel delirio.

Giré mi cabeza para encontrarme con sus cálidos ojos verdes y su amplia sonrisa. Tardó segundos en rodearme con sus brazos y unirme a él en un abrazo que me transmitió una calma confortante, transportándome de nuevo a aquel recuerdo.

Hugo levantó mi cabeza con sus manos para observar mis ojos y corroborar que había entendido su mensaje. Yo solo pude asentir y susurrarle un leve 'gracias' que le sirvió para quedarse tranquilo.

Después solo recuerdo una voz avisándome que mi momento había llegado. Me tocaba salir al escenario. Defender con mi voz una versión sublime de la canción Catalina de la estrella del momento, Rosalía. Debía crear un aura de intimidad abrumadora. Transmitir mi debilidad con una ejecución vocal impoluta. Todo ello, para poder llegar a ese tablón desde el cual me dispararía a cambiar mi vida.

Caminé despacio escuchando los impetuosos latidos de mi corazón retumbando en mi cabeza hasta que llegué frente al pie de micro. Todo estaba sombrío, únicamente un par de luces y yo llenaríamos aquel enorme espacio. Y me sentí diminuta. Una mota de polvo en medio de un desierto de arena. El miedo, aquel sentimiento que creí olvidado, volvía a llenar mi ser. Oía que me daban directrices desde los diferentes lados del escenario, pero mi mente no podía retener sus pautas. Me sentía ahogada ante tal cúmulo de inseguridades. No obstante, un chasquido concentró mi atención en un costado del lugar. De nuevo, era el rubio.

- Lo vas a bordar. – aquella expresión endeble mezclada con su enorme alegría me conectó con mi designio. Su confianza en mí destronó la barrera de temores que ocupaba mi cabeza y me enlazó con la delicadeza que manaba mi corazón.

Una iluminación anaranjada y las distinguidas notas desprendidas por la guitarra española me anunciaron el inicio de la actuación. A partir de ese momento, solo me dejé ser.

Mi complexión se llenó de dolor, rabia y pasión. Mis manos se movían al compás de mi voz mostrando todo aquello que me constituía. Me ardía cada melodía que salía de mi garganta y agarraba con fuerza mi pecho, meciendo mi corazón, a causa del desgarro. Me perdí en la canción. Creí estar sola. Sin nadie a mi alrededor. Mis ojos se nublaban por instantes desafiando mostrar unas lágrimas. Pero mi entereza seguía allí arraigada. Mi ser estaba abierto en canal, desgarrado. Expresaba mi miedo, pero sin perder mi fortaleza. No vislumbraba el final de la canción, ni tampoco deseaba hacerlo. El daño era parte de la vida, por ello, debía admitir que era necesario, respetar su estadía y continuar en el camino. Inmersa en mis pensamientos, acurrucándome con mi propia mano, terminé desecha y satisfecha.

Los aplausos colmaron el silencio de mi interior devolviéndome al plató. Respiré profundamente y sonreí afirmando que mi vida no iba a cambiar, sino que ya lo había hecho. Aquella chica comedida había abandonado mi ser en aquel escenario, quedándose en las suelas de mis nuevos pasos.

La sensación de plenitud se expandía por mis articulaciones y se acrecentó al vislumbrar los rostros impresionados de mis dos compañeros de grupo. Se abalanzaron sobre mí deshaciéndose en elogios hacia mi actuación. Mis manos temblaban por el valor desmedido que se había apropiado de mí. Sonreí inmensamente ante aquella muestra afectuosa de los dos chicos, y solo pude desearle más que suerte al próximo en actuar.

Pues detrás de escena, igual que había hecho Hugo, disfrute al máximo con su interpretación de Lobos del prodigioso Leiva. El torrente de potencia que mostró con su voz y actitud no dejó perplejo a nadie y, en tan solo diez segundos, tenía a todo el plató eufórico con su presentación. Me fascinaba ver cómo un muchacho de veinte años demostraba una garra inmensa digna de aquellos artistas consolidados que llevan años en la industria musical. Su energía mezclada con su toque de chulería transfería una seguridad implacable que se combinaba con su mirada tentadora. Era la locura personificada, sin embargo, la templanza de su voz se ajustaba a su caos. La gente gritaba y él lo disfrutaba, corría colmando cada rincón del escenario haciéndose gigantesco ante la majestuosidad de este. Terminó exhausto, habiendo volcado todo su carácter en apenas dos minutos de melodía. Flavio y yo estallamos al igual que el público, y él, ante tal ovación, mostró su respeto con una inclinación, acto de la generosidad que lo identificaba de manera singular. 


El jurado había decidido escoger a Flavio para que entrase a la academia, la alegría que sentía por él era inmensa y así lo demostré abrazándolo con ternura volviendo a alabar su actuación en su oído. Aunque Roberto nos substrajo de ese momento para avisarnos de que la valoración no había terminado y que el jurado quería hacer una anotación. Hablaron de una disconformidad entre ellos que daba lugar a un empate entre nosotros, por tanto, habían decidido que no solo uno entraba en la academia, sino dos. Yo los escuchaba perpleja, teniendo un resquicio de esperanza dentro de mí.

Al oír mi nombre quedé perpleja, llevándome la mano a la boca y abriendo los ojos en señal de incredulidad. Los brazos de mis compañeros me arroparon en sus cuerpos, ofreciéndome una calidez sensata, una que pude sentir como en casa. A mi izquierda quedaba mi compañero rubio al que le sostuve el rostro entre mis manos para agradecerle todo lo que había hecho por mí. No era consciente de nada de lo que estaba pasando, pero su mirada me volvió a poner los pies en la tierra. Las lágrimas brotaron de mis ojos con facilidad, y, simplemente, le abracé con intensidad. Él me sujetó con la misma fuerza, estrujándome enérgico contra su pecho. Y sentándonos en el sofá blanco que nos sucedía, descargué mi cuerpo. Volví a mirarlo sintiendo tristeza al recordar que todavía no había sido seleccionado. Hugo me respondió con una sonrisa y depositó su brazo en mi hombro, donde yo sujeté su mano entre la mía.



inmarcesible | anahugWhere stories live. Discover now