Capítulo XV

550 29 4
                                    

– ¿Qué haces aquí a estas horas? – le pregunté con un tono de voz leve ya que el ambiente me arrollo a ello.

Todo estaba oscuro, apenas había luz en la sala, pero su mirada alumbraba el pequeño espacio. Desde hacía unos minutos me dedicaba a observarla, con anterioridad a través del cristal, y, ahora, a su lado sentado en la banqueta de aquel teclado. 


Desde que se sentó en la mesa a la hora de la cena notaba algo extraño en ella, no era normal que se evadiese de las conversaciones hasta el punto de no ser capaz ni de pronunciar palabra. No. Anaju no era así. Y mi pensamiento se ratificó cuando desapareció rápidamente del vestidor siendo incapaz de sostenerme la mirada.

Poco a poco, la iba conociendo y sabía que necesitaba su espacio. La esperé sentado en el sofá del salón, mientras hacía que repasaba la canción de la semana. Los minutos pasaban muy despacio y mi impaciencia empezaba a inquietarme. Hasta que volví a fijar mi mirada en el reloj que adornaba mi muñeca.

Las 23:48.

Habían pasado casi dos horas y ella seguía sin hacer acto de presencia. Así que no dudé más y decidí ir a buscarla.

Sentada frente al teclado. Con un moño recogiendo su pelo. Una libreta descansando sobre su pierna. El ukelele entre sus manos. Las gafas de pasta cubriendo sus ojos azabaches. Y la paz que desprendía en mitad de aquella penumbra, la encontré.


– Estaba escribiendo. – me respondió en un susurro temerosa porque la había sorprendido desprevenida.

– ¿Te molesto? – esa inseguridad por cagarla volvía a hacerse presente delante de mí, sensación que nunca había experimentado hasta conocerla. Esa misma que desapareció cuando una sonrisa vistió sus labios.

– Para nada. – dijo mientras acariciaba la palma de mi mano que, inconscientemente, había viajado hasta el muslo descubierto de la castaña.

El tacto de su piel era cálido, cercano, conocido. Casa. Esa sensación de volver de vacaciones en septiembre, de beber una taza de café con leche hirviendo en pleno día de lluvia, del plan de manta, sofá y peli de los domingos.

– ¿Qué te ha pasado antes? – cuestioné por su comportamiento en la cena.

Ella agachó la cabeza, volviendo a afirmar mi sospecha. Presioné mi mano sobre su pierna para hacerle saber que todo estaba bien. Que no pasaba nada si no quería contármelo. Aceptaba su silencio, de hecho, no era ni incómodo. Con ella nada lo era. Conseguía poner calma a todo aquello que había a su alrededor. Y lo hacía sin exigir nada a cambio.

Concentrado en su pelo, reparé que acababa de unir sus dedos sobre los míos que descansaban en su pierna. Afianzó nuestra unión y se dispuso a alzar su rostro. Cogió aire profundamente para conectar con mis ojos.

– Hemos tenido clase con Ivan. – sabía que algo de aquello que le rondaba venía originado por la clase de interpretación de aquel profesor tan maravilloso a la vez que insondable que teníamos – Hemos focalizado una persona a la que queríamos cantar esa canción y ... – hizo una breve pausa para tragar saliva y coger fuerza antes de romperse – ... me he acordado de ella. De mi hermana. – finalizó mientras una lágrima descendía por su mejilla.

No me permití verla más tiempo de aquel modo y me deshice de la gota salada que manchaba su semblante. Por ello, mi mano se instaló en aquel lugar, el cual mimaba con sosiego. Ella hizo lo mismo que había hecho con la otra mano, que seguía agarrada a mí en su muslo, pero esta vez en su moflete.

Anaju era una de las pocas mujeres fuertes que conocía y con aquel gesto lo reafirmaba. Era una mujer con la vida hecha, que desprendía generosidad y bondad a cada paso que daba, que vestía una sonrisa cada segundo del día, que pisaba y dejaba temblando a todo aquel que pasase por su lado. A veces, me sentía inferior ante su magnitud y temía no saber reaccionar de la forma adecuada ante ella, pero su humildad eliminaba aquella estúpida idea de mi mente.

inmarcesible | anahugWhere stories live. Discover now