Capítulo VII

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– ¿Me vais a enseñar lo que os ha montado Vicky? – apuntó sin rodeos Ivan mientras ambos entrábamos en la sala de interpretación.

– Buah, venga, sí. – respondió Hugo efusivamente. Yo me limité a seguir sus pasos hasta la mesa, donde nos sentamos, reafirmando su propuesta.

– Lo que vais a hacer es un espectáculo brutal. La gente cuando vea este número tiene que irse a casa y follar. – concluyó rotundamente dejando de piedra a mi compañero, el cual se limitó a esbozar un inteligible 'claro' acompañado de un color rojizo en sus mejillas.

Ambos estallamos en carcajadas ante la reacción del rubio. 

– Es que to' me pasa a mí. – agregó posando una mano en el respaldo de mi silla, volviendo a reír avergonzado.

– Bueno es profesional. Todo profesional. – intervine yo para calmar sus nervios haciéndole notar que aquello era tan solo un papel que debíamos interpretar. Pero, ante los comentarios de Ivan, de poco sirvió mi anotación.

– Si esto fuera un polvo ... - Hugo ni siquiera lo dejó terminar interrumpiendo para completar con un comentario poco perspicaz.

– Así no sería, mío no sería. – los gestos desatados que salían de sus manos expresaban su inquietud y mi reacción fue divertida ante el poco aplomo que demostraba. Parecía un niño pequeño.

– Si esto fuera un polvo, sería un polvo a la luz del día. – retomó el profesor, pero el andaluz volvió a irrumpir.  

– ¿A la luz del día? Pues yo me lo imagino por la noche ... Veo un atardecer. – dijo poniendo énfasis en sus palabras a la par que yo alucinaba con sus elucubraciones. A pesar de ello, le di el visto bueno ya que aquella interpretación no era del todo íntima; en ella existía un factor de visibilidad, la luz que quería aportar Ivan, es decir, el público que nos iba a escuchar y observar en la gala.

–  Necesito que os comprometáis a mil, no quiero risitas, no quiero mierdas, no quiero elegancia. – dijo refiriéndose a mí – Aunque me interesa algo de esa elegancia, en general, me interesa algo de esa elegancia en todo el número. Creo que no debe dejar de ser elegante, aunque nos vayamos a lo sensual. Pero no por eso quiero restarle erotismo, así que vamos a levantarnos y a realizar un ejercicio.

Ambos nos alzamos sin saber a dónde dirigirnos o simplemente qué hacer. Dábamos vueltas por la habitación mientras Ivan nos narraba el ambiente que deseaba crear, los personajes que debíamos interpretar y la situación a desarrollar.

– Sois panteras. – ambos rodábamos sin interactuar, adueñándonos de aquella figura - Cómo camino siendo una pantera. Cómo miro siendo una pantera. Cómo sobrevivo siendo una pantera. – abarcábamos el máximo espacio posible sin llegar al contacto, ni visual ni físico – Ahora, si me cruzo con el otro, cómo le miro siendo una pantera. – y, en ese momento, conectamos miradas, unas primeras miradas cautas, tímidas, pequeñas – Compromiso. – gritó para darnos un toque de atención - Me creo que soy una puta pantera.

Mi cabeza entró en el modo requerido y mi mirada se volvió aguda. 

– Muy bien. – apreció nuestro guía – Y nos volvemos a cruzar siendo panteras.

En aquel momento noté un peso sobre mi espalda que procedía de aquella otra pantera que seguía mis movimientos con su firme contemplación.

– Y ahora muy lentamente nos vamos al suelo convirtiéndonos en panteras de verdad. – debido a su posición, Hugo quedó detrás de mí, obteniendo unas vistas de mi reverso – Muy lentamente movemos cada brazo. ¿Cómo se mueve cada articulación? – mi respiración se hacia pesada mientras gateábamosuno tras otro, jugando a no toparnos, pero con el deseo de hacerlo - Sois panteras hambrientas. Hace una semana que no coméis. Hace una semana que no folláis. Es una selva de mierda. No hay nada. Sois las dos únicas supervivientes. – mis movimientos eran rezagados y extensos con el objetivo de provocar a mi rival, pese a que las palabras del hombre que seguía nuestros pasos hubiesen aumentado el apetito sexual que empezaba a nacer en mi interior – ¿Qué es lo único que podía mover a esa pantera para exprimir la poca energía que le queda? – nos encontramos con la mirada, ya no avanzábamos en círculos, sino que tentábamos el futuro lugar donde iba a pisar nuestra mano para no romper esa conexión creada con nuestros cuerpos – O comer o follar. – remató Ivan provocando que una sonrisa pícara brotara de los labios de Hugo, acto que acrecentó la intensidad de su mirada – Miro como una pantera. Huelo como una pantera. Y tengo todos mis sentidos a flor de piel. – su explicación se aplicaba a aquello que estaba experimentando, a lo cual no le podía poner ni nombre – Y de repente, veo a la otra pantera. Me la quedo mirando al acecho.  – cara a cara, nuestros cuerpos reaccionaron echándose atrás para observar mejor al otro.

La potencia de su mirada seguía intacta y mi cuerpo temblaba ante ella. Sin embargo, observé el vaivén de su pecho, el cual me confirmaba que su respiración también se le hacía cargante, molesta. Podía notar cómo intentaba profundizar con sus ojos más allá de los míos, quería ganar la batalla que habíamos iniciado, pero yo no me iba a dar por vencida.

– Pensábamos que estábamos solos. Y resulta que hay otra pantera y, repito, hace una semana que no como y hace una semana que no follo. – era el pistoletazo de salida que necesitaba para sacar la fiera que había construido – Y rondo a la otra pantera. Vuestro movimiento tiene que someter a la otra pantera y llevar el mando sin tocaros. – así que comenzamos a explorarnos, a recorrer el cuerpo del otro en busca de su punto débil – Busco mi estrategia. – y Hugo cambió de sentido para pillarme desprevenida, aunque no contaba con que yo lo descubriese. Por ello, al voltear, quedamos a escasos centímetros – Huelo a la otra pantera. Huelo su hocico. – sin pensarlo, me precipité extremadamente cerca de sus labios – Su nuca. – surgió el primer contacto físico – Sin tocar. – remarcó rápidamente el profesor – Inspecciono a la otra pantera. Cómo es. Cómo son sus brazos. Cómo son sus patas. Cómo es su pelaje. – con la nariz aspiraba su perfume, el aroma de sus brazos, su pelo, su cuello – Y miro a los ojos a la otra pantera. – nuestros ojos conectaron abismalmente a escasos milímetros en un recorrido ascendente que nos llevó a quedar frente a frente – Stop. – estática observaba la mirada penetrante del rubio clavada en mi boca – Y me acerco un poco más sin llegar a tocarme – ante tal propuesta, tuve que reafirmar el apoyo de mis brazos al notar un flaqueo – Y la huelo. La inspecciono. – la distancia era mínima.

Él se había quedado postergado, pero no tardó en volver a tomar posición después de dejar su aliento marcado en mi cuello imponiendo su presencia.

– Descifro sus ojos – de arriba a abajo – Y miro más allá de sus ojos. Y veo algo primitivo en esos ojos – no bastó más palabra para que nuestros torsos ascendieran a la par y en consonancia con nuestros alientos jadeantes – Y siento el corazón de la otra pantera. La respiración de la otra pantera. El aliento de la otra pantera.

Hugo decidió tomar ventaja. Suprimió otros pocos milímetros del espacio que nos separaba con dos simples pasos, quedando encima mío debido a su altura. Me observaba intuitivo desde arriba, aplicando su situación de poder ventajosa.

– Nos ponemos de pie, pero seguimos siendo panteras. Usamos toda esta energía que se ha creado, no la perdemos. Y miramos al otro como una pantera. Solo somos dos panteras de pie. Buscamos en el otro ese dulce que tanto nos gusta y que es tan único. – mis exhalaciones entrecortadas resonaban cerca de sus labios, de donde no había perdido la vista desde que alzamos del suelo.

La proximidad que adquirimos se sentía cómoda, era como si nos conociéramos desde hacía mucho tiempo y no nos importaba esa intrusión de intimidad. La ventaja que había tomado el rubio de poco le sirvió, ya que esa estrechez del espacio se fragmentó cuando Ivan nos pidió que nos levantásemos para alejarnos, cada uno, a un rincón de la sala. Apoyada contra la pared, notaba que mi cuerpo ardía por cada metro que nos separaba, y por el descaro de su atisbo que parecía querer arrancarme la ropa.





No recordaba el final de la clase, mi mente seguía sujeta a aquel momento final de la canción donde nuestras bocas imploraban por unirse, pero nuestra razón echaba el freno.

– ¡Vaya viaje! – exclamó Hugo uniéndose en un abrazo con Ivan. Y mi pensamiento lo corroboró. ¡Vaya viaje!

Nunca me había sentido de aquella manera con nadie: desnuda y reconfortante. La variedad de sensaciones que recorrían mi cuerpo era placentera y la intimidad que creamos se hizo de notar con su vergonzoso comentario:

– Ya no te voy a poder mirar igual Anaju. – expresó sonriente para acercarse a mí y fundirnos en un abrazo.

inmarcesible | anahugWhere stories live. Discover now