Capítulo XXII

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Sin haber prácticamente dormido nada aquella noche, mi cuerpo parecía tener más energía que cualquier otro día.

Llevaba más de 10 horas despierto, y eso que eran tan apenas las tres de la tarde, pero había merecido la pena por  haber escuchado las carcajadas de Anaju y Maialen impregnando aquel nítido amanecer y haber podido sustituir sus lágrimas por sonrisas.

Durante toda la mañana no había encontrado el momento que la noche anterior se había escapado de mis manos para cerciorarme de que la culpa no estuviera atormentando a mi compañera de Alcañiz. 

Así que, cuando la encontré en la sala de Capde, no dudé en acercarme a ella.

Sus ojos.
Aquellos a los que todavía no les había encontrado las pupilas.
Aquellos que eran como dos azabaches enormes.
Me recibían en ese instante con un brillo deslumbrante que lograba empequeñecer todo lo que se situaba a su lado. Incluso a mí.

Y su sonrisa.
Su jodida perfecta sonrisa.
Logró sacudirme de tal manera que mis pasos se volvieron minúsculos y vacilantes, reflejando el efecto de estar atravesando un puente viejo e inestable.

– Vente aquí.

Pero ahí estaba ella. Tan perspicaz, prudente y sutil como siempre. Tanto que enseguida consiguió arrebatarme la cobardía que vestía mi actitud al haberme cruzado con su mirada.

Acaté las palabras de la castaña deslizando mis piernas por la banqueta para quedar a su lado. De fondo sonaba la canción de Javy, y mi mano inconscientemente viajó directamente a su muslo, deshaciéndome del picazón que brotaba de mis dedos al no entrar de manera inmediata en contacto con ella. Ese que siempre necesitaba cuando la tenía cerca. Y al que ella me respondía como acto reflejo, como lo había hecho en aquel momento: deslizando sus dedos por encima de los míos hasta entrelazar nuestras palmas.

– Estaba escuchando el disco. – pronunció intentando sonar contundente, pero su voz quebrantada la delató.

Levanté la vista para volverme a encontrar con aquellas piedras preciosas que tenía por ojos, a lo cual respondió con el acto contrario. No podía sostenerme la mirada, y aquello corroboraba la afirmación que rondaba por mi cabeza.

– Te lo dije anoche, pero no me importa repetírtelo. – levanté suavemente su barbilla – Te lo mereces. Mereces estar aquí, disfrutar de la experiencia y crecer como persona a la par que como cantante. Así que quítate de encima el yugo de culpabilidad que te has cargado injustamente, por favor.

Su respuesta fue esconder su rostro en mi cuello, buscando tal vez el alivio que su juicio no le proporcionaba. Yo, por si acaso mis palabras no hubiesen surtido efecto, la estreché contra mi cuerpo eliminando cualquier ápice de milímetro que osase separarnos. Acaricie su espalda hasta llegar a su pelo, lugar donde enrede mis dedos para peinar su cabello, el cual no dudé en llenar de besos.

Y así permanecimos. Fundidos el uno en el otro. Encontrando en aquel lugar un calor similar al de llegar a casa después de unas largas vacaciones. Agradeciéndonos con silencios la compañía del otro.

– ¿Has escuchado la tuya? – quería borrar de su mente la angustia y que mejor manera de hacerlo que escuchando el hit que se había marcado en la gala anterior. 

– Todavía no. –  contestó tímidamente.

– Pues ya estás tardando. Me muero por escucharla con los arreglos y todo. Illa' va a estar guapísima. 

Busqué La Sandunguera. Apreté el botón del play. Y subí el volumen lo más alto que pude.

– ¡ALA, ALA! ¡Qué está petando! – se apresuró Anaju a quitarle voz, cuando detuve su acto.  

– ¡¿QUÉ PASA?! Pa' eso está esto, ¿no? – rebatí admirando la sonrisa que se había vuelto a instalar en su rostro. 

Disfrutando mientras ella se imitaba a si misma e incorporándome a su acting

No obstante, cuando sugirió escuchar mi canción, no pensé en quedarme embobado con su parodia. 

Desde el inicio me detuve a observar milimétricamente su rostro, desde cómo fruncía su ceño derrochando un frenesí desmedido hasta cómo repasaba la gruesa línea de su labio inferior con la yema de sus dedos empujándome a imaginar que eran los míos quienes trazaban aquel recorrido. Intentaba esconder la fascinación que sentía por ella, pero me era imposible. Por ello, una sonrisa, semejante a la de un niño cuando le ofrecen su helado favorito, se había arraigado en mi rostro. Y únicamente se difuminó cuando el cansancio hizo mella en mi cuerpo produciendo un bostezo.

Un cuarto de segundo eliminé mi sonrisa, tiempo en que tardó en introducir su dedo en mi boca y de manera involuntaria tocar mi campanilla. 

Reímos como críos, llegando a solapar la canción con nuestro alborozo. Impregnándome de un bienestar poco conocido, pero muy familiar. Logrando estallar en lágrimas de gusto. Creándome la necesidad de verla y escucharla siempre de aquella manera. Feliz. Sin comas, puntos ni peros. 

inmarcesible | anahugWhere stories live. Discover now