Capítulo V

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Nueva semana. Nuevo compañero. Nueva canción. Y nuevo reto. Guantanamera llevaba por nombre el desafío. Canción cubana y compañera canaria. Más no podía pedir para tal actuación. Aunque aquello significase doble esfuerzo de mi parte por estar a la altura de la situación.

Cantar con Nia fue muy sencillo, al igual que con Gèrard. Aunque la diferencia radicaba en la forma de trabajo ya que ambos estilos, artísticos y personales, no tenían nada en común. El trabajo de la semana, sin duda, era de talle coreográfico debido al baile explosivo que nos había preparado Vicky, en el cual la interacción con el público y los bailarines era esencial. Mi movimiento era limitado y bastante cutre comparado con el de mi compañera, la cual era una show girl. Admiraba su porte, su garra al pisar y su ejecución impoluta del baile, por ello, era mi modelo para seguir.



– ¿Qué haces todavía ensayando? – una voz me distrajo de mi actuación coreográfica, lo cual supuso que tropezase con mi propio pie y estuviese a punto de caer al suelo. Por el acento andaluz tan característico y la manera de arrastrar las palabras en su boca, sabía que quién había entrado en la sala principal era Hugo. Solo bastó que riese a causa de mi percance para corroborarlo – ¡Chiquilla que te vas a caer! – dijo acercándose a mí para darme un abrazo.

– Me has dado un susto... - repliqué con una sonrisa en el rostro, envolviendo su espalda con mis brazos como respuesta a su acto – Estaba volviendo a repasar la coreografía porque todavía hay pasos que no integro y voy perdida al lado de Nia. – añadí con una mano en la frente, signo de la frustración que sentía en el cuerpo.

– ¡Pero si lo haces fenomenal! Anda enséñamela y te ayudo, a ver en qué se equivoca doña perfecta. – expresó en tono de burla que acepté como una gran ayuda.

Hugo pulsó el play y se sentó en mitad de los espejos, frente a mí. La melodía inundó la gran sala e imaginé que aquello ya era el plató. Bajé los escalones sobre las puntas de mis tacones de forma segura y poderosa, a causa del centelleo que vislumbré en el rostro de mi compañero. Continué con el recorrido marcado por Vicky al compás de mi voz y el movimiento de mis caderas. Dejé llevar mi cuerpo por el ritmo de aquel son latino y, aunque no hubiese nadie a mi lado, actuaba como si allí estuviese Nia y cantásemos juntas. De repente, me descubrí girando entorno a mí, deslizando una tímida mano por mi pierna y sacudiendo la vergüenza por mis hombros. Llegó el turno de mi solo de baile, sin dudarlo, moví mi cuerpo al extremo, agitando las nalgas y vistiendo la mayor sonrisa posible. Había logrado ejecutar la danza sin perder ningún paso, puede que no a un nivel profesional, pero mi esfuerzo estaba dando sus frutos. Terminé la canción por todo lo alto mirando al rubio que estaba allí sentado, el cual no esperó ni a que terminase la canción para empezar a aplaudir como un niño pequeño.

– Explícame a ver qué no haces bien, ¡si lo has clavao'! – reclamó Hugo volviéndose a acercar a mí. Yo solo reí ante su expresión y lo arropé para agradecerle su ayuda.

– Gracias. – le contesté tímidamente sobre su hombro.

– ¡Gracias de qué! Si no he hecho na'. – y volvimos a reír – Solo te he demostrado que no tenías razón. – reparó burlón guiñándome un ojo – Y ahora vamos a cenar.


Ambos nos dirigimos hacia el comedor donde la mayoría de la gente ya estaba sentada y servida. Éramos los últimos en llegar, así que cogimos los platos y nos acercamos al cocinero para que nos sirviese la comida. Nos sentamos en los sitios restantes, uno al lado del otro, y junto a Nia, Rafa, Jesús y Samantha terminamos de cenar.

El ambiente era distendido y las risas eran la banda sonora de aquella noche, las historias previas a entrar a la academia se sucedían de boca en boca, dejando entrever una característica de aquel que la contaba. Era curioso cómo, al fin y al cabo, personas tan diferentes pudiesen tener un nexo común, pues el nuestro era la música. Aunque, a su vez, esta fuese aquello que nos concedía un contraste distinto. 

La etiqueta de perfección, como había nombrado Hugo, me había sido colgada por la constante disciplina que solía demostrar trabajando cada semana, pese a que aquello solo fuese fruto de mi miedo. Mi miedo al error, al ridículo, al fracaso. Era una premisa que tenía muy presente en mi día a día y más desde que había entrado a la academia, pues toda España podría ver cada paso que dábamos. Ante aquello, prefería ser precavida, cauta, y pensar varias veces las cosas antes de hacerlas. No me gustaba, pero era lo necesario. Sin embargo, esa barrera, de forma paulatina e inconsciente, se iba rompiendo y tal vez, así, podría llegar a conocer y mostrar quien era o quería ser. 



inmarcesible | anahugWhere stories live. Discover now